La reforma de la Escalerilla

De la corrupción de unos, la prevaricación de otros y el rostro oscuro de todos se deriva la culpa

La Escalerilla, que ahora muchos llaman la Escalinata, fue un monumento con empaque cuando sustituyó a un terraplén por el que se arrojaban detritus de todas las hechuras. La zona alta de la ciudad se asomaba al mar desde unos 14 metros de altura, más o menos, frente a la Iglesia Mayor, dejando atrás a la Capillita de Europa y, a un lado, el largo y empinado callejón del Muro que, a modo de trastienda de la calle Real, descendía hasta el Ojo del Muelle, el chalet de Tabacalera y los aledaños de la Marina. El diseño y construcción del Paseo Marítimo, el del estadio El Mirador y el de la Escalerilla, en el ecuador del siglo XX, significaron mucho para una ciudad cuyo litoral marino estaba muy deteriorado. Una vieja taberna, la Taurina, medianera con la capilla, debió ser derribada para abrir paso hacia lo que se constituía en un bien orientado mirador de la Bahía. Incluso se instalaron teleobjetivos que se activaban con una peseta para contemplar un paisaje espléndido.

Pasado medio siglo mal contado, una empresa algecireña debió de tantear a algún o a algunos ediles y al encontrar complicidad en ellos, propuso al Consistorio acabar con la Escalerilla. Para ello acudieron, unos y otros, a una estrategia que se parecía mucho a una tomadura de pelo. Dieron al Paseo Marítimo aires de sótano e interpretando que estaba en el subsuelo de la Plaza Alta, se saltaron a la torera lo establecido y se pusieron manos a la obra de hacer negocio a costa del contribuyente. Así nació el aparcamiento y la redefinición del espacio que dejó sin luz a una buena cantidad de vecinos y sin casa a otros muchos. Un disparate que debiera haberse castigado en quienes permitieron que se hiciera realidad. Pero la política es como es: de la corrupción de unos, la prevaricación de otros y el rostro oscuro de todos se deriva la culpa para las víctimas, que somos los especialitos de a pie.

Bueno está si, en efecto, acabamos contemplando un todo armónico que acerque, con la venia de la oposición y de sus colaboradores, un remodelado Llano Amarillo a las alturas de la Plaza Alta. El proyecto es esperanzador, desde luego. Atenuará uno de los grandes errores voluntariamente cometidos por algunos de nuestros próceres. Que en el pecado lleven la penitencia y que la belleza que llene el hueco dejado por la indolencia nos haga olvidar la penosa historia del proceso. Plaza del Amanecer o de la Luz, serían rótulos urbanos consecuentes.

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