La designación del alcalde de San Roque para presidir la Comisión de Exteriores del Congreso, es una torpeza que se añade a tantas otras sobre la evidencia de que el Gobierno de España ha renunciado a la recuperación de Gibraltar. No es cuestión de entrar en consideraciones sobre la cualificación del personaje, entre otras cosas porque eso no importa en el Partido.

Lo substancial es observar que el alcalde ha dado numerosas muestras, no ya de desear la perpetuación del estatus de la colonia, sino incluso de estar dispuesto a contribuir a su desarrollo hasta donde sea posible. No podrá hacer demasiado para favorecer las aspiraciones de su admirado Fabian Picardo, porque su función es de una muy escasa influencia en la política del Gobierno, pero contribuirá al servicio de los intereses del llamado chief minister.

Las comisiones no pasan de ser órganos consultivos que, en definitiva, están para colocar a los diputados más afines y disciplinados. Un presidente de comisión es distinguido y remunerado generosamente, a título de agradecimiento por su buena disposición hacia la oligarquía dominante y su ayuda al progreso de sus pretensiones.

Al acceder a la presidencia de esa comisión, el susodicho recibirá un complemento de algo más de 1.400 euros mensuales en concepto de gastos de representación, y podrá contratar un asistente y disponer de coche oficial, sin perjuicio alguno de los costes de desplazamiento y manutención propios del cargo. Ello le supondrá unos ingresos anuales de 85.000 euros, limpios de polvo y paja. De modo que hay que darle la enhorabuena.

Es mucho más de lo que daría de sí un destino laboral acorde con sus capacidades y de aquello a lo que podrían aspirar los que comparten con él prioridades políticas o ideológicas. Su nombramiento culmina las actuaciones que, con la celebrada visita a Gibraltar de su A. R. la princesa Ana, escoltada por la policía española, y los ceses de los diplomáticos que llevaban las negociaciones con el Reino Unido, completan la escena que viste de fiesta a la reanudación de unas conversaciones que, en el mejor de los casos, se extenderán hasta el final de los siglos. Porque no vayan ustedes a creerse que un aeródromo militar con carencias que suponen graves riesgos para la aviación civil, que a poco que sople el levante tiene que desviar a Málaga las aeronaves, es lo que impide un acuerdo que supondría para Europa, perder el control de sus fronteras.

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