Aventureros y nihilistas

La gran enseñanza de ‘El señor de las moscas’ es que sin convicciones se facilita alcanzar el poder.

En 1954 se publicó en Inglaterra la novela de William Goldin, El señor de las moscas. Obtuvo notable éxito, fue traducida también al español, y ha mantenido su reputación largos años. No tanto por sus cualidades literarias como por el terrible retrato que despliega de un mundo organizado por niños. El argumento, descrito de forma realista, se inicia con el traslado en avión, durante la guerra, de un grupo de niños británicos. El piloto, el único adulto, se ve obligado a tomar tierra en una isla desierta y muere en el accidente. Desde ese momento, los niños deben hacerse cargo de su propia supervivencia. Pero en lo que podría haber sido una continuación más de la serie inglesa de utopías insulares, Goldin introduce un quiebro brutal. Porque un par de esos niños, gracias a su audacia, no tardan en convertirse en cabecillas de los grupos de trabajo que se forman. Para imponerse en esa labor de decisión y mando, contaban con un innato espíritu aventurero, y, a su vez, una total falta de escrúpulos. Con sutileza Goldin detalla ese mundo infantil, aún más infantilizado por su angustiosa situación. Pero sobre todo muestra de manera descarnada cómo se alzan con el poder los niños más desprovistos de principios e ideales. A esa edad, subraya una y otra vez el autor, también hay niños nihilistas capaces, sin considerarse culpables, de mostrar una crueldad infinita. Sin sentirse responsables de sus actos, se deshacen de los acompañantes díscolos que comienzan a sospechar y comprender el caos que les aguarda bajo el mando de personaje interesados solo por encumbrarse en el poder.

La novela alcanzó envidiable difusión porque fue leída y acogida como una manifiesta y refinada alegoría explicativa de la vida política del mundo de los adultos. La prensa y la crítica pusieron nombres y caras de los políticos que inspiraron la novela. Con finura psicológica destacable, Goldin recurrió a la niñez como la mejor metáfora para mostrar que, a menores principios y convicciones morales, más desmesurado es el deseo de poder. En el niño también anida un déspota si se le deja crecer. Pasados casi 70 años, la lectura de esta novela todavía produce escalofrío. Es posible reconocer, tras sus personajes, a los nuevos aventureros y nihilistas que tienen convertida España en una isla infantilizada y a punto de zozobrar. Es la gran enseñanza de El señor de las moscas: sin convicciones se facilita alcanzar el poder. Lo peor es el hundimiento que suele venir después.

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