Sumar

Que los restaurantes cierren a las diez de la noche es una propuesta estrafalaria

Como el sueño de la razón en los aguafuertes de Goya, la fragmentación política ocasiona monstruos, o al menos “caprichos”, nombre que el pintor aragonés dio a una serie de grabados; ya el artista libérrimo, quizá por su sordera. Cuando la razón duerme, los monstruos de la superstición y la ignorancia aparecen: es el mensaje ilustrado que la estampa transmite. La política náufraga narcotiza la razón de Estado, y la urgencia por salvar los muebles de las formaciones descontadas por el electorado genera caprichos. Los partidos en tenguerengue tiran de propuestas caprichosas para decir “estoy aquí” en sus momentos de grave zozobra. Es el caso de Sumar. Es de justicia recordar que algunas de sus aportaciones en el Gobierno han sido apreciables, coherentes con su corpus ideológico de izquierda radical, esto es, de raíz. Las acometió con Podemos, a la postre fagocitado por la improbable ingenua de Yolanda Díaz: cargarse a un animal político como Pablo Iglesias no es algo menor. Una iniciativa notable de Podemos, Sumar y otras sensibilidades en el dinamismo caníbal propio de la izquierda asamblearia ha sido la elevación drástica del salario mínimo, una medida de política económica que ya es asumida como necesaria en un escenario inflacionario y de retribuciones incompatibles con un proyecto de vida estable. Se trata de una medida anticipadora, que el tiempo reconocerá como obligada, incluso para las empresas. Díaz cosechó otro éxito, insospechado, con un consenso entre patronal y sindicatos que nos debe reconciliar con su acción gubernativa.

Pero decir, como ha hecho la vicepresidenta, que los restaurantes deben cerrar a las diez de la noche, porque lo contrario es “una locura”, es una boutade, una afirmación destinada a impresionar. Con poco fundamento. Nociva para quienes trabajan a esas horas porque así han firmado su contrato. Y contrario a la libertad de empresa. Que quienes trabajan a esas horas pueden sufrir “trastornos psicológicos” puede tener recorrido si esa jornada no está mejor retribuida que la diurna, lo cual debe propiciarlo la legislación laboral. Pero la propuesta es una ofensa, muy evitable, para quienes trabajan de noche en los hospitales o las guardias de bomberos, por poner dos casos, y los hay a manojos. Cantaba Jovanotti: “la gente de la noche tiene trabajos raros, algunos nacen hoy y terminan mañana, camareros, camellos, putas y quiosqueros de prensa, travestis, policías, dueños de locales, estriptiseros, camioneros, seguratas, ladrones, periodistas, panaderos, modelos”. Inframundo aparte, ¿por qué es mejor para la salud de sus empleados un restaurante que cierra a las diez que otro que lo hace después de medianoche? El mercado laboral tiene bastante con cumplir la ley para ajustar a los oferentes y demandantes de empleo, en un razonable encuentro llamado salario. Por no mencionar que, si usted no quiere salir a cenar hasta altas horas, no salga después de las diez, si no es para tirar la basura o llevar a su perro a hacer sus últimas necesidades.

Se trata de lograr notoriedad ante la evaporación galopante de una formación política: ok. Pero la trivialidad debe ser erradicada en la más alta instancia del Estado. Podemos tragar ruedas de molino –la ley de amnistía, los pactos con el independentismo–; las debemos aceptar si son legales, y cada cual que opine si son lícitas o cínicas: las reglas del juego son las que son, y el camino de los tejemanejes para mantener el poder no los ha inventado Pedro Sánchez (es un Houdini en la materia, eso sí). Pero si uno quiere tomarse una pizza o un cachopo en un establecimiento con papeles en regla y en paz de dios con la ley, a la hora que el sitio te los sirva sin molestar y ganando dinero y dando empleo... ¿qué problema hay, vicepresidenta? ¿O el problema es suyo?

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