Crítica de Cine cine

Hasta la vista, Harry Dean

Harry Dean Stanton, en 'Lucky' una suerte de testamento del intérprete.

Harry Dean Stanton, en 'Lucky' una suerte de testamento del intérprete.

Harry Dean Stanton (1926-2017), el más auténtico, resistente y querido de los actores norteamericanos, protagonista memorable de aquella París, Texas de Wenders, hermano reconciliado de Una historia verdadera, secundario imborrable de decenas de westerns y películas bélicas, cantante secreto y exquisito (véase el documental Partly Fiction), murió con las botas puestas hace apenas ocho meses. Unas botas hechas a medida por amigos incondicionales como David Lynch, que le ofreció un papelito en la tercera temporada de Twin Peaks, o por el también actor John Carroll Lynch, quien con esta Lucky parece estar regalándole la despedida soñada, la película de una vida, el testamento de quien ha sido uno de los últimos vestigios del viejo Hollywood sobrio y discreto en tiempos de identidad confusa y valores de temporada.

Lucky es Harry Dean y Harry Dean es Lucky, un viejo achacoso y cascarrabias que sobrevive en sus pequeñas rutinas caseras, en sus paseos con botas y sombrero de vaquero entre los lugareños de un pequeño pueblo sureño, un viejo solitario que, de repente, descubre que se acerca el momento y le tiene miedo a la muerte. Lucky es un retrato idealizado y épico de Harry Dean en movimiento, una película que sólo se entiende como homenaje y gesto de gratitud, un compendio de gestualidad y lucidez documentadas desplegado para que lo veamos caminar en el desierto, cantar la última de sus canciones mixtecas, fumar a solas en su habitación mientras suena Johnny Cash, bromear y filosofar con los parroquianos en los cafés y bares, acurrucarse tembloroso en la cama a la espera de lo inevitable o lanzar una última y emocionante mirada a cámara.

Carroll teje esta hermosa despedida desde la repetición y el humor, desde una mirada cálida y, sí, entrañable, en los encuentros con otros personajes no menos entrañables (David Lynch en busca de su tortuga centenaria, un abogado de tercera que le sirve como sparring generacional, un Tom Skerrit con quien rememora los días de combate en la Segunda Guerra Mundial, otros grandes filósofos de barra de bar…), con la conciencia de que sólo en la complicidad y la entrega (exhausta) del actor y el hombre se puede levantar una película tan sencilla y tan honda como esta. Hasta la vista, Harry Dean.

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