Cultura

Los sonidos de las entrañas

  • Jorge Pardo y sus compañeros de D'3, José Vázquez Roper y Francis Pose, ofrecen un emocionante concierto de jazz en la Politécnica de Algeciras

A veces ocurre que una cierta frialdad preside los inicios de un concierto. Hay que acompasar a intérprete y público para crear una atmósfera y eso puede llevar algún que otro tema o incluso todos. Desde luego ese no es el caso de Jorge Pardo (saxos y flauta) y sus compañeros de D'3, José Vázquez Roper (batería) y Francis Pose (contrabajo). Desde el primero de los temas que interpretaron tuvieron muy claro que querían meterse en el alma de las 150 personas que, aproximadamente, ocupaban las butacas del salón de actos de la Politécnica de Algeciras. Y, como querían, lo consiguieron.

Ese inicio fue espectacular, con un largo solo de Jorge Pardo con su saxo tenor, respondido con maestría por Francis Pose con su contrabajo. El tema ponía los pelos de punta a los aficionados, que rompieron a aplaudir en algunas de las pausas de la interpretación. Se veía que allí, en ese escenario, había muchos años de música, una maestría fraguada a base de cientos de conciertos y miles de horas de ensayo en unos casos y de improvisación pura y dura en otros.

Si bueno fue el primero de los temas, mejor lo fue el segundo y extraordinario el tercero, compuesto por Pose, y que arranca con un vibrante sólo de contrabajo con ritmos aflamencados, contestado a la perfección por un Roper eléctrico en la batería, que sacudió los cimientos del edificio e instaló la energía tribal de los tambores en los cuerpos del público.

A estas alturas, Jorge Pardo, sin lugar a dudas uno de los mejores de España, ya se había atrevido con la flauta travesera (sutil a veces, emocionante otras) y el saxo soprano, y el público comenzaba a entrar en una especie de comunión con la música, con la buena música. Hasta los menos acostumbrados a escuchar jazz no salían de su asombro ante el prodigio extraordinario al que estaban asistiendo.

Y en esto ya había pasado más de una hora y tocaba retirada. Nadie se movió. Ni el grupo, que regaló al público una emocionantísima versión de What a Wondefould Word de Louis Armstrong que dejó clarísimo que, cuando la música sale de las entrañas, siempre se produce un milagro.

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