Elisa Matilla. Actriz

"La historia de España, hasta la más oscura, tiene su mejor código en la tragicomedia"

  • La intérprete encarna a una prostituta y contrabandista en 'Gibraltareña', la obra escrita y dirigida por Juan Luis Iborra, que se representa hoy y mañana en el Echegaray de Málaga.

Nacida en Madrid en 1966, pero criada entre Sevilla y Priego de Córdoba, Elisa Matilla es una de las grandes. Lo demostró hace un par de años en el Teatro Echegaray con una asombrosa puesta en escena de ¡Ay, Carmela! de Sanchis Sinisterra junto a Daniel Albadalejo y está dispuesta a volver a demostrarlo en el mismo escenario, hoy y mañana a las 20:00, con Gibraltareña, la obra escrita y dirigida por Juan Luis Iborra en la que encarna a una prostituta y contrabandista que opera a ambos lados de la verja en los años 70. Con una trayectoria ya abultada en el cine y en el teatro, Matilla afronta uno de sus retos más importantes sola en escena para un retrato de un país gris en clave de comedia.

-El personaje de Gibraltareña parece a priori bien goloso en lo dramático, ¿cómo fue el proceso de su construcción?

-Estrenamos la obra hace poco y todavía tengo la sensación de que me han regalado una verdadera joya. Es el trabajo más bonito que he hecho. El personaje, que se busca la vida como prostituta y contrabandista, se empeña en ver el lado bueno de las cosas cuando todo juega en su contra. Su lección de vida es conmovedora: no importa tanto lo que te den, sino cómo te lo tomes. Es una mujer que vive hacia los demás, que no se encierra en sí misma sino que está pendiente de todas las personas que tiene cerca. Un material así me ha permitido establecer una relación muy especial con el público. En las funciones que hemos hecho hasta ahora me ha llamado la atención que los espectadores ríen y muestran complicidad en los momentos de humor más negro, que los hay. Está siendo una experiencia muy enriquecedora.

-¿Se inspiró Iborra en algún personaje real para la ocasión?

-La Gibraltareña no es un personaje real, pero las circunstancias sí. Es una mujer que trafica y se prostituye en el Gibraltar de los años 70, hasta que abren la verja; Juan Luis Iborra tenía muchas ganas de recrear esta época porque él se crió en Gibraltar y conoció bien aquello. Es curioso que, formando parte de nuestro pasado reciente, esta historia sea desconocida por muchos. Por eso proponemos un viaje a aquel tiempo y aquel lugar desde la comedia.

-¿Qué le ha aportado un monólogo de estas características en este momento de su trayectoria?

-He aprendido muchísimo. Ten en cuenta que yo nunca había interpretado un monólogo así; sí he hecho monólogos tipo Club de la Comedia, pero esto es muy distinto. Cuando empezamos en los ensayos, no sabía cómo hacerlo. Me costaba muchísimo seguir adelante sin la referencia de un compañero. Sin embargo, me sorprendió, y todavía me sorprende, lo rápido que pasaba el tiempo: la función dura una hora y diez minutos y a veces tengo la sensación de que sólo llevo cinco minutos en el escenario cuando ya estoy terminando

-¿Han echado mano Iborra y usted de otros personajes del cine y el teatro que pudieran tener que ver con la Gibraltareña? Pienso en la Legionaria de Quiñones...

-No, este personaje no tiene nada que ver. Es muy distinto. La Legionaria es una revolucionaria, pero la Gibraltareña es una mujer que decide ser feliz. Te daré un avance: cuando empieza la función, el personaje está en coma. Y desde esa situación es como cuenta su historia. Pero todo desde la más absoluta comedia, por más que, si se expresara de otro modo, desde otro registro, lo que cuenta llegaría a ser terrible y desolador.

-¿Es Gibraltareña entonces otra demostración de que la comedia tiene mejor puntería a la hora de lanzar el dardo?

-Así es. Yo, como espectadora, prefiero que me cuenten las cosas en clave de comedia porque así tengo la impresión de que se ponen de mi parte. Es más, si queremos que el espectador llegue a implicarse emocionalmente en la representación, lo mejor es lograr que por lo menos sonría. Del mismo modo, si queremos contar nuestra historia, lo más honesto es llevarla a la comedia, o a la tragicomedia, que es el gran género del teatro español. La historia de España, incluidos sus episodios más oscuros, tienen su mejor código interno en la tragicomedia.

-Después del éxito de ¡Ay, Carmela!, ¿qué diagnóstico hace de la situación del teatro español en la actualidad? ¿Tiene tal vez la impresión de que el público está regresando a las salas?

-Uf, la impresión puede llegar a cambiar mucho de una ciudad a otra. Es difícil hacerse una idea general de la situación, porque los motivos por los que el público acude o deja de acudir a ver una determinada obra son en gran medida imprevisibles. El teatro es un superviviente, como la ha sido siempre. Vive sumido en su particular crisis constante. Hay veces en que te preguntas si de verdad esto es rentable, si merece la pena seguir adelante. Pero ahí seguimos, probando con nuevos proyectos y nuevas maneras para ganarnos al público. Seguramente, en un cibermundo como el que tenemos ahora, la posibilidad de asistir a un espectáculo en directo, donde todo transcurre en el presente y en tiempo real, se ha convertido en algo exquisito. Pero, más allá de esto, hay que divulgar la idea de que el teatro permite a la gente sentirse parte de la historia, y esto no lo permite ninguna otra expresión artística, ni siquiera el cine.

-Usted también ha producido teatro, ¿cree estar en condiciones de volver a hacerlo?

-Pues la verdad es que ahora mismo me parece muy arriesgado. Creo que por lo menos esperaré a que baje el IVA.

-Si le dieran a escoger cualquier personaje, histórico o literario, ¿cuál le gustaría interpretar?

-¿Sabes lo que sucede? Que siempre me enamoro de mis personajes. Es irremediable: aunque sean pequeñitos, aunque no haya en ellos nada importante, les cojo muchísimo cariño. Los incorporo a mi día a día, voy con ellos a todas partes y terminan convirtiéndose en algo mío. El teatro depende más de la memoria, pero con el cine pasa a veces que veo una película en la que trabajé, me acuerdo del personaje que hice entonces y de pronto me entra una nostalgia atroz. No sueño con los personajes que no he hecho, sino que tengo una nostalgia enorme por todos los que he hecho.

-¿El amor al personaje es entonces su particular versión del método Stanislavski?

-No tengo más método que la verdad. Cuando interpreto a un personaje, cualquiera que sea, me esfuerzo por llegar al fondo de la verdad que hay en él y sacarla a la luz. Creo que así es como los personajes parecen luego tener vida en el escenario. Pero tampoco concibo la construcción de un personaje sin su proyección en el público. Incluso cuando corresponde trabajar con la cuarta pared, busco siempre la energía que está ahí sentada para que el personaje adquiera vida propia. Por eso nunca hay dos funciones iguales, porque la energía nunca es la misma.

-¿A qué actrices admira?

-A Lola Herrera y Concha Velasco.

-¿Su ideal es entonces una mezcla de coraje y limpieza, de genio y carácter en las formas y claridad en la dicción?

-Sí. Me gusta esa compostura, esa presencia física que te deja embobada. Y la claridad, por supuesto. En Gibraltareña hablo con acento andaluz, pero mi obsesión era que fuese un acento limpio, que lo entendiesen igual en Málaga y en León. Espero haberlo logrado.

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