Cultura

Si esto no es cine, ¿qué falta hace un director?

"¡Deberíamos irnos de aquí!", dice con toda la razón del mundo el papá cazador a su hijo cazadorcito, cuando ve salir al bicharraco de la nave espacial que se ha estrellado en el bosque en el que ambos practicaban las artes cinegéticas. Es lo que un espectador razonable piensa, en total coincidencia con el personaje, tras los pocos minutos de proyección en que esta frase se pronuncia. "¡Tengo miedo!", dice el niño, también con toda la razón del mundo, mientras el bicho les persigue. Y una vez más el espectador razonable coincide con lo que se dice en la película: algo de miedo da el rumbo que lleva el cine comercial norteamericano en los últimos años. Porque aunque haya señales de recuperación de la dignidad temática y formal que le ha caracterizado a lo largo de siete décadas, véase El espía o las trilogías de Bourne o de Ocean, más poderosas aún son las señales de que continúa escindido entre una estupidez seudo autorial tan pretenciosa como engañosa (los Tarantino, Coen, González Iñarritu) y una estupidez indisimuladamente ruidosa, grosera o efectista (los Farrelly, Wachowsky, Kumble, Mitchell, Millar, Rodríguez). Alien vs. Predator se inscribe en el segundo grupo, aunque con la atenuante -frente a Matrix o Sin City- de carecer de toda pretensión que no sea la de satisfacer el gusto de los aficionados videoconsoleros, ofreciéndoles una cara máquina de efectos especiales que prolonga los juegos que a lo largo del cine han enfrentado criaturas monstruosas, tipo Godzilla contra King Gidorah o King Kong contra Godzilla.

Alien y Predator -nacidos respectivamente al cine en 1979 y 1987 de las manos de Ridley Scott y John McTiernan- fueron unidos por primera vez en el cómic en 1989, iniciándose una escalada de combinaciones de monstruos y héroes que acabó enfrentando a Alien, Predator, Terminator, Superman y Batman. La presentación en el cine del dúo Alien-Predator se produjo en 2004 con Alien vs. Predator de Paul W. S. Anderson. Era un churro, como corresponde al realizador de Mortal Kombat, Soldier o Resident Evil; pero como las cosas están como están, la productora ha echado al hirviente perol más masa y ha confeccionado este otro churro, aún peor que el primero, dirigido directamente por los especialistas en efectos especiales Grez y Colin Strause. ¿Para qué gastarse el dinero en directores -habrán pensado-, si esto no es en realidad cine? Así que tiraron de los encargados de los efectos especiales de 300, Babel, Poseidón o X-Men, y les encargaron esta cosa en la que, además de luchar entre sí para consternación de los habitantes de un pueblo de Colorado, los Alien y Predator se funden en un inimaginable Predalien. Los hermanos Strause, eso sí, no engañan: crean un festival de efectos especiales, sangre, fluidos varios y ruidos ensordecedores que gratificará a tantos como van a los cines a no ver cine.

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