Cultura

Mortadelo y Filemón esperan a Kusturica

El cine de Emir Kusturica ejemplifica como pocos el triste devenir de cierto cine de autor europeo. Encumbrado por los festivales de primera fila en los años ochenta y noventa (dos Palmas de Oro en Cannes por Papá está en viaje de negocios y Underground, un premio al mejor director por El tiempo de los gitanos), el cineasta serbio emprendió a partir de Gato negro, gato blanco una peligrosa deriva autoconsciente que se apartaba cada vez más del trasfondo político, lírico y simbólico de sus primeros títulos, que leían en clave de parábola y con cierta tendencia al exceso muchos de los sangrantes conflictos nacidos de las guerras entre países de la antigua Yugoslavia, para quedarse únicamente con esa superficie formal barroca, iconoclasta, caótica y circense (felliniana, se atrevían a decir los más entusiastas) que convertía su cine en una especie de fiesta continua protagonizada por músicas zíngaras de bodas y funerales, personajes estrafalarios en permanente delirio y otros animales de granja.

Si ya la anterior La vida es un milagro y su corto incluido en la cinta colectiva All the invisible children daban síntomas de agotamiento por saturación, extenuación y autoparodia, Prométeme, que salió escaldada de su incomprensible presencia en la sección oficial de Cannes de 2007, pone aún más en evidencia a un cineasta convertido en una especie de marca comercial de sí mismo (nótese que su última película, el documental sobre Diego Armando Maradona, viene firmada como Maradona by Kusturica), un autor en franca decadencia que parece haber apostado por un cine de tics y autocitas muy reconocibles para un público que parece contentarse ya con ese aire folclórico del world cinema de buen rollito, divertido (sin pasarse) e inofensivo.

Prométeme abraza sin disimulos el molde de la fábula para contar una insustancial aventura de iniciación protagonizada por un joven granjero que decide cumplir el deseo de su abuelo de ir a la ciudad a vender una vaca, comprar un icono de San Nicolás y encontrar una buena esposa. Convencido de ser el director más gracioso y gamberro al otro lado de los Balcanes, el serbio dibuja una larga secuencia de escenas cómicas que reescriben el viejo slapstick del cine mudo con una estética de dibujo animado a través de una serie de gags y tipos que juraríamos haber visto ya una en sus películas anteriores. Con semejantes credenciales, Kusturica se postula así como el director ideal para la próxima entrega de las aventuras de Mortadelo y Filemón. Llegado el momento, será necesario tener a mano una caja de aspirinas.

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