Cultura

Genio, santidad y 'qualité'

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La historia de Séraphine Louis (1870-1942), pintora naïf francesa descubierta al mundo artístico en 1945 con una exposición celebrada en París organizada por quien fuera su valedor, el marchante alemán -también lo fue de Picasso o Rousseau- Wilhelm Uhde, es de las que piden a gritos una adaptación cinematográfica. El perfil humano de esta mujer semianalfabeta e indomable, que trabajó durante casi toda su vida como sirvienta y cuya pintura, completamente autodidacta y de un "primitivismo moderno", emerge como una voz singular y visionaria en el panorama del arte francés del siglo XX, también las circunstancias de una vida marcada por la I Guerra Mundial, la Depresión Económica del 29 y, muy especialmente, por un carácter solipsista que rozaba con el misticismo y que acabó por desembocar en la locura, hacen de Séraphine Louis la heroína ideal para el retrato hagiográfico, carne de identificación, admiración y compasión para un espectador culto y sensible.

Así lo ha entendido Martin Provost, quien compone junto a la gran y entregada Yolande Moreau (Quand la mer monte) este sobrio, contenido y, por momentos, hermoso biopic que lucha denodadamente por huir de las formas y la narrativa de la qualité.

Una lucha que no siempre obtiene sus propósitos: si en la primera parte asistimos a un muy comedido retrato de personajes y ambientes que aspira a un cierto minimalismo narrativo y a una mirada casi entomológica (es entonces cuando descubrimos el alma pura y cándida de una mujer que dialoga con Dios a través de la Naturaleza y el arte, y cuando su perfil se nos antoja menos cinematográfico y más profundamente humano), la segunda mitad, ahora ya tras los años de la Gran Guerra y la separación entre Louis y Uhde, asume una estructura narrativa más convencional y episódica, para relatar con una cierta rutina los acontecimientos que propiciaron el reencuentro, la revelación de la madurez artística de la pintora y su paulatino deterioro mental hasta acabar en un hospital psiquiátrico. Inevitable entonces, a pesar de la contención general, del espléndido trabajo fotográfico de Laurent Brunet, que juega al contraste entre los tonos fríos y el color y la intensidad de los cuadros de Séraphine, de la hermosa música de cámara de Michael Galasso, no pensar en las maneras algo estandarizadas de otros biopics sobre personalidades creativas atormentadas como el de Camille Claudel, título con el que este filme mantiene un indudable parentesco. La cinta viene de ganar siete César en los premios del cine francés.

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