Cultura

Érase de una vez Juan Francisco Isidro

  • Una muestra aspira a ampliar el recuerdo de un artista singular tanto por sus obras como por su concepción de la práctica artística

Juan Francisco Isidro. Sala Santa Inés (calle Doña María Coronel, 5 de Sevilla ) Hasta el 10 de Julio.

En 1991, Juan Francisco Isidro quería ser recordado cubriendo espacios del papel con un bolígrafo rojo en la mano. Esta exposición aspira a ampliar ese recuerdo de un artista singular, no sólo por sus obras sino también por su forma de entender la práctica artística. La exposición recorre el breve pero intenso itinerario del artista, sólo se ha pasado por encima de su primerísima etapa de aprendizaje, cuando abandonando los estudios de arquitectura se encerró en el estudio que le cedió Gerardo Delgado para averiguar qué era aquello del arte. Esa primera etapa estuvo marcada por los condicionamientos coyunturales de la figuración expresionista que todo arrasó en los años 80. De todas las series sobre medios de locomoción, trenes, aviones o barcos, apenas se muestra un ejemplo final de estos últimos, ya camino de convertirse en islas o en cáscaras de cacahuetes, origen de una nueva serie, colecciones donde los motivos se disponen como jeroglíficos visuales, jugando con la sorpresa, el humor y la interpretación abierta. En esta primera época hay un momento esencial cuando descubre la cualidad objetual de la pintura al utilizar como soporte madera de muebles. La confusión de lo pintado con el objeto representado, como ocurre en la obra del mueble bar, junto a la lectura serpenteante de los cuadros de las colecciones, se concretaría un año después, en 1988, en sus primeras fotografías. Aquí, como pionero en nuestro ámbito del uso de la fotografía como material artístico manipulable, empezamos a encontrar el verdadero artista, el que reaccionó contra la moda de la pintura expresionista y contra el mercado que la demandaba, sobre todo si la producía un artista joven. Quizás, también en Sevilla, fuera el primero en darse cuenta de la condición marginal del artista y del arte en el mundo actual. En esa marginalidad del arte, en su falta de trascendencia social, su reflexión sobre la práctica artística, limitada a elementos simples y objetos cotidianos y el situarse fuera del canon, de la moda y de lo que se espera, sitúan su figura, todavía hoy, lo que añade mayor interés a la exposición, en el centro de la genuina actividad del hacer arte.

En su primera exposición en Rafael Ortiz en 1988 mostró su última serie estrictamente pictórica, la del pájaro en la rama, una exploración sobre el binomio motivo-imagen, pero también unas obras sobre papel de periódico, donde aprovechaba el diseño de la página original para resaltar los elementos geométricos que contenía y también de base para empezar a utilizar el bolígrafo rojo. Aquí, con el bolígrafo rojo en la mano, comienza ya el Isidro decisivo, el que produce obras en la que los medios plásticos son elegidos y organizados de modo que la forma en que son generadas sea tan importante, al menos, como las propias cualidades artísticas resultantes. Así, dichas cualidades, como la huella que deja el trazo en el papel, la intensidad del mismo, su repetición en el tiempo y la misma duración del proceso no actúan por sí solas, sino que describen una situación concreta: mirando una de las obras, se perciben la condiciones bajo las cuales se realiza la acción plástica especifica; se perciben qué materiales y energías son puestos en juego y qué resistencia encuentran. Más allá de concomitancias con el arte conceptual, en ello consiste la intensidad y la originalidad de la obra de Juan Francisco Isidro. Una obra que abarca la totalidad del mundo plástico hecho accesible mediante prácticas artísticas elementales y no convencionales, pero que por acumulación e insistencia se convierten en la base de obras de gran desarrollo.

Incluso en sus obras finales, las realizadas con madera de caoba, que ocupan la última sala de la exposición, Juan Francisco Isidro sostiene su discurso: la misma indagación sobre el ver y el descubrir, el mismo interés por añadir tiempo y duración a las piezas y el mismo aprecio artesanal por el trabajo. En su serena monumentalidad, en su aparente sencillez, nos siguen interrogando pero también, por la temprana desaparición del artista, es difícil sustraerse a considerarlas como estelas funerarias en su memoria.

En definitiva, una exposición justa y necesaria de un artista bastante desconocido. Ya iba siendo hora.

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