Cultura

"And the winner is..."

  • Como si de alquimistas se trataran, los cineastas de Hollywood encontraron en los Oscar su "piedra filosofal"

Fue al gran jefe de la Metro, Louis B. Mayer, a quien se le ocurrió crear un organismo que mediase en las disputas laborales entre los diferentes estamentos del cine y que, a la vez, velase por los intereses de la industria cinematográfica. En enero de 1927, 36 personas representando a directores, actores, productores y artesanos del cine, se reunieron en el Hotel Ambassador de Los Ángeles (el mismo en que, 40 años después, sería asesinado Robert, el segundo Kennedy que estaba destinado a ser presidente de los EE. UU.).

En aquella cena nació la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood y fue uno de los asistentes a la reunión, el actor y fundador de la United Artists, Douglas Fairbanks (protagonista en el cine mudo de las primeras versiones de casi todo los clásicos de aventuras (Robin Hood, El ladrón de Bagdad, El Pirata Negro, El signo del Zorro...) quien tuvo la idea de conceder premios anualmente a los que los miembros de la Academia considerasen mejores trabajos cinematográficos. En la misma cena el entonces marido de la actriz mexicana Dolores del Río, Cedric Gibbons, uno de los mejores directores artísticos del cine norteamericano (fue nominado al Oscar en treinta ocasiones y lo ganó once veces, algunas con películas tan míticas como Luz que agoniza, Mujercitas o Un americano en París), dibujó en el mantel de la mesa el esbozo de la hoy tan famosa estatuilla de los Oscar: un hombre erguido, con una espada en las manos y los pies apoyados sobre un rollo de película. Sin embargo no sería hasta 1931 cuando aquella figura de bronce bañado en oro se la bautizó con el nombre de "Oscar".

Como si de alquimistas se trataran, los cineastas de Hollywood encontraron en los premios Oscar su particular "piedra filosofal" al lograr con ellos que durante dos meses al año todo el mundo del entretenimiento estuviese pendiente de ellos y, además, que esa extraordinaria publicidad en los mejores espacios de todos los medios informativos -de coste incalculable- no sólo fuese gratuita sino que encima les supusiese una considerable fuente de ingresos. Tan redondo es el negocio que, rápidamente, la industria cinematográfica de otros países copió -con variable fortuna- la fórmula y así en Inglaterra nacieron los Bafta; en Francia, los César; aquí en España los Goya y en los propios EE. UU. y relativos a otras disciplinas artísticas o ajenos a la Academia, los Emmy, los Grammy, los Tony y los Globos de Oro.

En los primeros años se concedían 13 Oscar a los destacados en otras tantas categorías, con el tiempo, ese número se ha ido ampliando y actualmente son 23 las estatuillas que se entregan en una glamurosa ceremonia que las televisiones transmiten a casi todos los países del mundo. Las categorías artísticas son, desde el punto de vista de su trascendencia en la "carrera" de una determinado film, las más valoradas: la mejor película, el mejor director y los mejores actores y actrices principales y secundarios. Ser el ganador en una o varios de estos apartados relanza la exhibición comercial de las películas ( recuerdo haber visto, en los extintos Cines Magallanes, con la sala casi vacía, El silencio de los corderos, al ganar el Oscar se volvió a reponer y había que hacer cola, en los mismos cines, para sacar las entradas) y eleva extraordinariamente el caché del director y sus intérpretes.

A lo largo de las 87 ediciones ya celebradas, la Academia ha premiado toda clase de películas, desde grandes superproducciones como Ben Hur, Lo que el viento se llevó, o Lawrence de Arabia hasta films de bajo presupuesto como las magnificas Un hombre para la eternidad y En el calor de lanoche o -haciendo honor a su título- la más flojita: Gente corriente e incluso galardonó a una película que en los circuitos de distribución estadounidenses tenía la calificación de X: Cowboy de medianoche. Sin embargo, los "entendidos" de la Academia tienen en su haber el haber cometido algunas grandes pifias en el transcurso de estos años: Directores como Hitchcock, Chaplin o Kubrick sólo obtuvieron un galardón honorífico.

Cary Grant, Montgomery Clift, Errol Flynn o Edward G. Robinson jamás tuvieron que soltar un discurso agradeciendo la concesión de una estatuilla y a, otro gran actor del método, Paul Newman le dieron una de prisa y corriendo por su crepuscular participación, junto a un insufrible Tom Cruise, en El color del dinero. Todavía peor es que la Academia nos hurtara las, seguro, impresionantes imágenes de: Marylin Monroe, Rita Hayworth, Greta Garbo, Marlene Dietrich o Carole Lombard subiendo a recoger un premio que merecieron en más de una ocasión. Con todo las mayores injusticias se han cometido a la hora de elegir la mejor película del año: Taxi driver perdió el Oscar en favor de Rocky. En 1944, un año de excepcional "cosecha" fílmica, el Oscar se lo podrían haber dado a Perdición de Billy Wilder, Laura de Otto Preminger, Arsénico por compasión de Frank Capra o Tener y no tener de Howard Haws, todas obras maestras del cine... en su lugar se lo dieron a Siguiendo mi camino con Bing Crosby haciendo de cura-cantante. El mayor espectáculo del mundo (una película con Burt Lancaster y Tony Curtis empeñados en hacer el triple salto mortal en el trapecio... sin red), tuvo la habilidad de escamotarle el Oscar nada menos que a tres clásicos del cine ¡a la vez! Cantando bajo la lluvia, Solo ante el peligro y El hombre tranquilo. Y cómo no nombrar a la que aparece en todas las listas como la mejor película de toda la historia Ciudadano Kane, aquel año (1941) el Oscar fue para Qué verde era mi valle de John Ford que, en honor a la verdad, también es una excelente película. No obstante y en razón el comentario dirigido por Orson Welles a los miembros de la Academia, el célebre director se enfadó bastante: "Me beberé vuestra sangre destilada...¡Cabrones!".

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