Las lluvias eran una especie de hado bíblico que amenazaba cada invierno a los que vivíamos en la parte baja.

Los casi trescientos litros caídos en el cauce alto del río de la Miel han hecho cambiar el panorama de un territorio habituado a estos fenómenos.

Se encienden bombillas, velas, colgaduras y balcones pero hay otra luz que alumbra en estos días de umbría: la del recuerdo.

Desde atalayas de piedra y tejas las campanas han señalado siempre horas, rituales y hechos de interés.

Ahora vivimos momentos en los que debemos recurrir con excesiva frecuencia a la memoria y la imaginación.

Algeciras fue una ciudad que vivió siempre de espaldas al mar desde donde llega también un viento sonoro cargado de yodo.

Por estos lares taró es una palabra de inciertos orígenes referida a una niebla espesa proveniente del mar.

La senda, como los ciclos tenaces, tiene un pasado de historias veladas.