Sergio del Molino. Escritor

"Mi evocación estudiantil es el reverso de 'Yo fui a la EGB"

"Mi evocación estudiantil es el reverso de 'Yo fui a la EGB"

"Mi evocación estudiantil es el reverso de 'Yo fui a la EGB" / fito carreto

-Su último libro, La mirada de los peces, gira en torno a un profesor suyo del instituto que se suicidó, Antonio Aramayona.

-Así es, gira, pero no trata sobre él. Es de lo que parto para dar una visión de la adolescencia observándola desde la mirada del adulto. Cojo su figura y analizo su repercusión en parte de mi vida.

-¿Y a qué conclusión llega?

-Más que profesor, Antonio fue un maestro. No conozco a nadie que haya tenido algo parecido. Era una persona que siempre te colocaba en el dilema, en situaciones incómodas. Le faltaba una pierna, pero era un gran vitalista. En el instituto los alumnos o le idolatraban o le odiaban, pero a nadie dejaba indiferente.

-Usted era de los primeros. ¿Hasta qué punto le influyó?

-Yo iba a un instituto de barrio. El barrio de San José de Zaragoza en un tiempo que llamaremos posindustrial, a mediados de los 90, con un urbanismo desmañado, no parecía dar muchas oportunidades. La irrupción de Antonio nos cambió la vida a muchos igual que ahora ha cambiado el barrio tras la burbuja inmobiliaria. Aquellos barrios ya no existen ni tampoco creo que existan personas como Antonio, pero sí creo que fue una persona importante para esa generación y para el mismo barrio.

-¿Es una mirada nostálgica?

-En absoluto. Tiene cero de nostalgia. Es una evocación sin la más mínima intención en ese sentido. Diría que La mirada de los peces es el reverso de Yo fui a la EGB.

-¿En qué momento se reencuentra con él?

-Nunca perdí el contacto, aunque siempre hemos mantenido una relación muy compleja. A veces me deslumbraba y otras veces se convertía en un personaje casi molesto. Un día me llamó por teléfono para decirme que había decidido finalizar su vida y que quería rodar un documental sobre ello, un alegato sobre la muerte digna, que es algo a lo que él siempre había dado muchas vueltas. Quería que yo colaborara. Eso me enfrenta a su mirada, que es lo que provoca la escritura.

-Sin embargo, en su libro no se plantea ningún debate sobre la eutanasia.

-Es que no me interesa. Ese debate yo lo tengo resuelto hace mucho tiempo. Escribo sobre mis dudas y su deseo era un acto interno coherente con lo que él era sobre lo que yo no tenía nada que discutir. Puedo tener más dudas en si era legítimo convertir su muerte en una performance en la que interpela a toda la sociedad, pero que al mismo tiempo sitúa a su familia y a sus amigos en una situación incómoda, como en sus clases, quizá... no sé, eso me puede generar más dudas. Lo otro, no.

-La muerte está muy presente en sus libros. Abordó en el libro que le dio a conocer para el gran público, La hora violeta, una muerte tremendamente dolorosa, la de su hijo.

-Se puede dar esa coincidencia y sí que la muerte está presente en mis libros porque la muerte está ahí, pero utilizo la muerte para hablar de otras cosas. Escribí aquel libro porque era imposible que no lo hubiera escrito. Era una necesidad. Escribo sobre cosas que me importan, no puedo escribir sobre algo que sea ajeno a mí. Y, en ese sentido, hay conexiones entre los dos libros porque La hora violeta, que afectó mucho a Antonio, es posible que influyera a la hora moldear su propio adiós.

-Otra forma de hablar de la muerte, de otro tipo de muerte, fue La España vacía, una road runner por la España fantasma. Tuvo decenas de miles de lectores, algo verdaderamente extraño en nuestro país.

-Interesándome mucho, no era la despoblación lo que yo quería retratar, que estaba ahí, claro, y que era el paisaje. Pero yo de lo que quería hablar era de esa cultura fantasmal de no una, sino dos Españas vacías. Por un lado, esos pueblos sin gente que podemos recorrer en el coche; por otro, las casas de los hijos en las ciudades. Son dos Españas que funcionan como países distintos, la urbana y europea y la de interior despoblada, sin que haya un diálogo entre ellas. En definitiva, quería conocer el país en el que vivo, el país que tenemos y que conocemos tangencialmente.

-¿Alguna revelación?

-Hemos hecho buenas cosas, pero si la política debe tener también deseos y utopías no deberíamos renunciar a sueños evitando que produzcan monstruos.

-Pues sí, porque en este país hay alguno que llama renegado a Juan Marsé.

-¡Renegado precisamente a Juan Marsé! ¡Tiene cojones! Marsé, el constructor de la identidad barcelonesa. Hay que ser verdaderamente muy ignorante y eso debería asustarnos un poco. Estamos asistiendo a un salto al vacío.

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