Radical | Crítica

Órale capitán, mi capitán

Eugenio Derbez en una imagen del filme.

Eugenio Derbez en una imagen del filme.

Resuenan aquellos versos de El Club de los poetas muertos en esta Radical mexicana que tiene bien poco de su título entre los pliegues del melodrama aleccionador extraído de los hechos reales. En su foco, un profesor recién llegado a la conflictiva y fronteriza ciudad de Matamoros emprende su particular método de enseñanza sin pupitres, clases magistrales ni jerarquía buscando estimular a la chavalería para escapar del más que probable futuro de criminalidad y miseria que le espera.

El popular Eugenio Derbez (No se aceptan devoluciones, CODA) asume su rol con sentimentalismo estoico y santurrón y se enfrenta al núcleo carca del centro y a sus prácticas corruptas empeñado en sacar adelante a algunos de esos niños y niñas que malviven entre la chatarra y los narcos, estereotipos que Christopher Zalla no consigue trascender más allá de la estampa povera sin que nada queme ni pese demasiado por más que alguna bala perdida se lleve por delante algunas ilusiones recién recobradas.

Radical es cine tan bienintencionado como romo, turismo miserabilista y esperanzado para la exportación (Sundance) y el autoengaño colectivo, muy blandito a la postre en su denuncia del sistema público de enseñanza mexicano hasta el punto de cerrarse con una cartela que nos anuncia que el éxito del proyecto regenerador de nuestro ejemplar profe pasó por la financiación de la carrera de su alumna más brillante por parte de una institución privada.