Tratamos demasiado bien a las mujeres | Crítica

La novia de España

Carmen Machi en una imagen del filme.

Carmen Machi en una imagen del filme.

Más cerca del Tarantino de Malditos bastardos o Los odiosos ocho que del Berlanga de La vaquilla, y a partir de una novela del francés Raymond Queneau, el mismo autor del que Louis Malle adaptó aquella Zazie en el metro en plena efervescencia de la nouvelle vague, Tratamos demasiado bien a las mujeres viene a ajustar cuentas satíricas con la Guerra Civil y las dos Españas encerrando en un ayuntamiento de un pueblo serrano de la frontera a un grupo de soldados de la resistencia republicana sitiados por los tanques y las metralletas del ejército franquista en pleno año 1945.

La fantasía histórica opera así como reescritura moral de un conflicto con el que Clara Bilbao aspira a renovar el género guerracivilista con ese toque de posmodernidad autoconsciente que convierte a cada personaje en una caricatura y aspira a hacer de cada situación una reflexión sobre el sinsentido de toda guerra, no digamos ya de toda guerra fratricida.

En su epicentro, una novia madura, ardiente y despechada, Carmen Machi, ejercerá de ángel (o aguilucho) vengador, primero de los desorganizados guerrilleros republicanos, luego de los propios militares franquistas a los que dice servir, finalmente liberándose del yugo (falangista) para vindicarse como heroína feminista en un mundo de hombres belicosos.

Sobre el papel, Tratamos demasiado bien… podría funcionar como torsión esperpéntica de nuestra vieja guerra, incluso como comedia coral con reparto estelar (De la Torre, Férriz, Tosar, De Castro, Villagrán…) y dinámica de encierro. Pero a Bilbao le fallan los mimbres del ritmo y el tono necesarios para lo berlanguiano y la refinación del texto para lo tarantiniano, así que su película se queda, como sus soldados, en tierra de nadie, incapaz de levantar demasiadas sonrisas, de insuflarle algo de dinamismo al asunto o de incidir con algo más de acidez y mala baba en las viejas cuitas políticas de la patria en eterno e irreconciliable frentismo. Tal vez el único que le coge el punto a la función sea Óscar Ladoire.