El enorme error político del Gobierno al firmar un pacto con Bildu ha servido a sus numerosos detractores para corroborar su inutilidad, y a sus defensores (la mayoría, parece según la democracia) para llevarlos a una decepción extraña y sorprendida. La oposición, quizá consciente de la importancia de aprovechar coyunturas, ha estallado en críticas, pero como lleva semanas estallando por cuestiones menos sonoras, no ha podido subir el tono por encima de lo habitual desde que empezó la crisis del coronavirus: ¿qué acusación puede superar a la de acusar al Ejecutivo de ser el responsable de la muerte de decenas de miles de españoles?

El objetivo de todo gobierno, por definición, es el de mantenerse en el poder. Recriminárselo a este es fingirse inocente, puesto que ningún mandatario lleva a cabo su programa sin ese poder o sin arrebatárselo al otro. La firma del acuerdo sobre la reforma laboral, sin embargo, revela lo peor de ciertas maneras políticas de conseguir ese objetivo, e incluso invalida el supuesto fin benéfico de una prórroga del estado de alarma necesario para combatir la pandemia.

Pero no ha sido ese documento firmado, retocado, matizado, apoyado o rechazado por miembros del mismo gobierno, lo que ha sacado a la calle a miles de coches con la bandera española, conducidos por quienes ya pedían la dimisión de Sánchez, pero sobre todo de Iglesias, desde hace meses. Es curioso, porque los aún muy minoritarios que se manifiestan, incumpliendo en muchos casos las normas sobre el confinamiento, lo hacen con total libertad ¡para pedir libertad! Esta es la grandeza de la democracia, que hace partidarios de sus virtudes incluso a quienes las denuestan como defectos cuando otros las practican.

Hablando de lo central, la derogación de la reforma laboral, lo que no entiendo es la supuesta indignación de la oposición y de la patronal por que se pudiera hacer sin acuerdo de los agentes sociales. ¿De qué otra manera, si no, se hizo la reforma de Rajoy? Fue por medio de un decreto que recogía solo las tesis del propio gobierno y de la patronal, apoyado en una mayoría absoluta, e ignorando la opinión de los sindicatos que, recordemos, convocaron una huelga general. La lógica diría que si la reforma laboral se hizo de manera impuesta, sin protestas de algunos guardianes de la democracia e ignorando a los representantes de los trabajadores, su derogación se podría hacer ignorando a la patronal.

Claro que ahora estamos hablando de quienes realmente tienen el poder...

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