Ad hoc

Manuel S. Ledesma

Dad al César...

Alos fariseos no les hizo ninguna gracia que Jesús, un recién llegado, se proclamase a sí mismo Mesías y, espoleados por Caifás, no dudaron en intrigar contra él. Uno de los espías enviados por los sumos sacerdotes judíos a los mítines que daba el supuesto hijo de Dios, intentó comprometerlo con una pregunta capciosa: "Estás a favor de que paguemos impuestos a esos sucios romanos". Jesús, que percibió la mala leche que gastaba su interpelante, al ponerle en el dilema de pronunciarse ante su público como pro-romano o pro-judío, sacó una moneda con la imagen del César y, adelantándose veinte siglos al mejor Clint Eastwood, jugueteó con ella entre sus dedos y dijo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Además de quedar como ídem ante su auditorio y de dejar planchado al infiltrado fariseo, la famosa respuesta sirvió de base a la posterior concepción cristiana de las relaciones entre Iglesia y Estado. La otra gran religión monoteísta, el islamismo, optó por lo contrario: el sometimiento del poder terrenal al divino. A pesar de cruzadas, hogueras y no pocos otros desmanes perpetrados en nombre de la cruz, resulta más que evidente quién tenía razón: a lo largo de la historia el cristianismo es la única religión que ha ido de la mano -a veces incluso tirando de ellas- de la libertad y la democracia.

Ahora bien, el hecho de que el reino de Dios no sea de este mundo, no debiera significar que quienes confían en disfrutar después de la muerte de una especie de bonus vital arrobados a los pies del Altísimo, deban pasarse su estancia terrenal rezando y ajenos a lo que pasa a su alrededor. Y eso es lo que pretenden los socialistas al rasgarse las vestiduras (su parecido con los fariseos empieza a ser preocupante) porque la Iglesia tiene opiniones políticas e incluso ¡recomienda a quien hay que votar! Por cierto, esta misma curiosa tesis ya la mantuvieron Hitler y Goebbles a raíz de que las autoridades eclesiásticas alemanas recomendasen - como se vio a posteriori, muy atinadamente- no refrendar en las urnas a los jefes nazis. ¿No existe libertad de expresión? ¿No somos todos iguales? Entonces, la Iglesia como cualquier otro colectivo o cualquier ciudadano, tiene derecho a tener opiniones políticas y a expresarlas, si ese es su deseo. El cabreo que ha desatado entre las huestes socialistas un hecho considerado normal y hasta saludable en las auténticas democracias, es un preocupante síntoma de totalitarismo, máxime si se tiene en cuenta que la pataleta anticatólica coexiste con un cómplice silencio frente a la toma de posición política de otros grupos como, por ejemplo, el de artistas. Estos han manifestado -de forma mucho más descarada, vulgar e irrespetuosa que los obispos- su adhesión a los actuales gobernantes. ¿Acaso Almodóvar, Sabina o Concha Velasco están más legitimados que la Conferencia Episcopal para orientar a la ciudadanía? ¿Acaso los artistas no están defendiendo sus propios intereses -canon digital- antes que los del pueblo, que son justamente los contrarios? Aunque ácrata y ateo, yo me fío más de los curas que de unos embaucadores que quieren seguir viviendo, a falta de talento, de la sopa boba de las subvenciones.

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