Conciencia cívica

El recurso a la desobediencia debida puede ser un primer paso para difundir esa conciencia cívica, respetuosa con la democracia

Muchos ciudadanos andan desconcertados ante unos sucesos políticos cuya trascendencia para el porvenir de España no es posible disimular. Por mucho que los interesados pregonen que todo transcurre con normalidad, una parte del país tiene razones para estar soliviantada. Tras muchos años de democracia, los españoles ya saben que las grandes decisiones que les atañen deben figurar en los programas que se someten al voto de los electores. Esa fue la gran conquista afianzada desde 1789 y en este país se ha respetado, al menos, durante cuarenta años seguidos. Pero, de pronto, esa conquista presenta fisuras porque unas elecciones han servido de coartada para encubrir unos programas y, luego, poner en marcha otros, distintos, de suma trascendencia. Ante semejante maniobra y cínica manipulación, en el ánimo de muchos ciudadanos demócratas surge una ineludible pregunta: ¿y ahora debo permanecer así, pasmado (la palabra encaja bien), hasta que unas nuevas elecciones me permitan expresar mi repudio? Mientras tanto, los políticos que mandan en la Moncloa llevan a cabo las acciones que negaron y eludieron en sus manifestaciones públicas previas a las elecciones. Todo esto debe provocar, al español de a pie, una triste sensación de impotencia al sentirte tristemente engañado por unos políticos tan obsesionados por el poder como poco dados a respetar los compromisos de una democracia. ¿Qué hacer?, por tanto, es la gran pregunta, con difícil respuesta, si quiere evitarse la resignación y la apatía.

En estos días, la prensa ha recordado la rebeldía, el recurso a la desobediencia debida, recomendada por Albert Camus en situaciones así. Su recuerdo puede ser un primer paso para difundir esa conciencia cívica, respetuosa con la democracia, pero despierta y alertada ante los sinuosos peligros de los dispuestos a sacrificarlo todo para mantener el poder. El pasado sábado, en la plaza Cibeles, tuvo lugar en Madrid una gran manifestación. Pasó algo que merece una cierta reflexión porque debió ser un gesto meditado. Los políticos de los partidos más combativos de la oposición se replegaron, a un segundo plano del escenario público, dejando la palabra a unos nombres que llevan largo tiempo batallando por acrecentar la conciencia cívica. Que se les permitiera a Julia Calvet, Fernando Savater, Andrés Trapiello y Félix Ovejero, responsabilizarse de aquel papel representativo es un buen paso simbólico. Por ahí se debería continuar: de momento, hay que darle más sitio en la calle a las voces cívicas.

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