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La fiesta marroquí no acabó en paz

  • Grupos violentos enturbian en algunas ciudades el multitudinario 'Día de la dignidad'.

"Nos encontramos ante un hecho histórico en Marruecos. Por primera vez en mi vida veo a un gran público, de muy diferentes orígenes, unido para reclamar sus derechos legítimos", explicaba a este periódico Abdelali Chauki, profesor de Agadir, desde las puertas del Parlamento de Rabat, corazón de las protestas. En torno a 12.000 personas salían ayer bajo una fina lluvia en la capital marroquí para demandar un objetivo conciso: la disolución inmediata del Parlamento y la aprobación de una reforma constitucional. Y, con ella, la limitación de los poderes omnímodos que hoy detenta la monarquía alauí. En breve, el fin del Antiguo Régimen y la llegada de Montesquieu a tierras del Magreb.

Las concentraciones por todo el país vecino en reivindicación de reformas democráticas se desarrollaron sin grandes incidentes, pero a última hora la mecha de la violencia enturbió el llamado Día de la Dignidad en Tánger, Marraquech, Fez, Larache y Alhucemas, particularmente en estas dos últimas ciudades (al noroeste y al norte del país, respectivamente), con saqueos de sucursales bancarias, ataques con piedras a comisarías y comercios, e incendios de vehículos.

Pero los disturbios no empañaron lo importante. "En dos meses hemos vencido mucho del miedo que teníamos", aseguraba emocionado Rachid Berrada, traductor originario de Demnate. "Escucho decir cosas en plena calle impensables hace unas semanas". ¡Abajo la autocracia! ¡No a la corrupción! ¡No a los que dilapidan el dinero público! fueron algunos de los lemas más coreados por los manifestantes en Rabat. Sólo hubo pancartas reivindicativas y paraguas. No ondearon banderas nacionales, en el reflejo de una marcha poco patriótica y nada oficialista.

El monarca, Mohamed VI, no obstante, salió indemne de las críticas. No así la familia El Fassi, exitosa representante de la oligarquía y a la que pertenecen tanto el primer ministro como el titular de Exteriores. También era blanco de las protestas Jalid Naciri, el portavoz del Gobierno. Y Mounir Majidi, consejero personal del rey y administrador de su fortuna.

La clase política integrada en el sistema se quedó en casa, al resguardo de la lluvia de críticas. Sólo algún miembro díscolo de Justicia y Desarrollo (PJD), la formación islamista moderada, se confundía entre el mar de paraguas portado por gente anónima. Más representación tuvo el islamismo de Justicia y Caridad, formación ilegal y portadora de un mensaje abiertamente crítico con los abusos de una monarquía a la que no reconocen su papel supremo en la comandancia de los creyentes.

El resto, desde los socialistas hasta los nacionalistas del Istiqlal, se habían desmarcado de las protestas con llamadas a la "serenidad" y a la "estabilidad". Por supuesto el Partido de la Autenticidad y la Modernidad de El Himma, al que los analistas ven como próxima primera fuerza del país. Sólo un ministro, el de Economía, Mezouar, calificaba de "positiva" la convocatoria. La policía, mayoritariamente, dejó hacer y sólo puntualmente cargó contra los manifestantes.

"No abandonaremos la calle hasta que atiendan nuestras peticiones", gritaba ayer la joven Tahani Madmad a las puertas del Parlamento rabatí. Fueron los jóvenes el alma de la organización, pero la protesta reunió a gente muy diversa. "Lo cierto es que el marroquí que más sufre la miseria en nuestro país no ha venido. Aquí predominan las clases medias y gente con cierto nivel de formación", explicó a este periódico Mustafa Jail.

La protesta se sintió del norte al sur, del Estrecho a las puertas del Sáhara. Tánger, que comenzó la agitación en la víspera, reunió a 6.000 personas. En Tetuán o Larache, antiguas ciudades del protectorado español, miles de personas salían de personas para reclamar demandas similares. En Agadir, mayor resort turístico de la costa atlántica y bastión bereber, más de 4.000 personas se manifestaban contra la autocracia marroquí según los convocantes. Marrakech -7.000 personas según los promotores-, Fez y otras ciudades más pequeñas, como Beni Melal o Taza, también protagonizaron protestas.

Pero no lo puso fácil el régimen. Durante toda la semana el makhzen se empleó a fondo para desacreditar el movimiento del 20 de febrero. Los organizadores de la jornada de protesta a través de las redes sociales denunciaron incansablemente los actos de sabotaje y piratería en la red.

Además, el servicio ferroviario y el de autobuses quedó suspendido durante gran parte de la jornada para evitar la afluencia de ciudadanos procedentes de las ciudades del entorno de la capital marroquí.

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