Campo Chico

Por la Villa Vieja

  • He tenido el privilegio estos días, de recorrer esos pagos de la Villa Vieja con Diego 'El Capi'

  • En la calle Carteya, me situó las casas en las que vivieron de pequeños, Tapia y Bernardo Prado

  • La Agenda, el Mesón y la Pastorada

Patio del Coral en la Villa Vieja.

Patio del Coral en la Villa Vieja.

Nuestros investigadores, arqueólogos e historiadores, me obligan a tener que advertir que aquello de llamar Villa Vieja a la parcela urbana que se extiende desde el Puente del Matadero hasta los límites del Hotel Cristina, no obedece ya tanto a la constatación histórica como a la costumbre. Conviene que lo tengamos en cuenta, pero no importa mucho que se mantenga en el decir popular, entre otras cosas porque lo que pertenece a las tradiciones es difícilmente mutable. El caso es que parece que lo que por oposición a la denominación de vieja se llama nueva, estuvo habitada antes que aquella. Mucho tiene que ver en ello que, en la historiografía disponible sobre la comarca, como en la que se refiere a Andalucía, se ha puesto el acento, sobre todo, en la época de dominación musulmana, seguramente porque ha estado más a mano, y creo yo que también porque convenía al relato político.

En la Historia que se estudiaba en los tiempos que sucedieron a la tragedia bélica de 1936 y antes, cuando de un modo u otro se quería poner de manifiesto el peso de la Reconquista, la confrontación del cristianismo con el islam, que tanto ha suscitado el interés de científicos y escritores, conducía a poner toda la atención en el período que va desde el año 711 hasta poco antes de su extinción con la conquista del reino nazarí de Granada, dada por completada en estos primeros días del año 1492. Sin embargo y a pesar de la enorme riqueza cultural de Al Andalus y de su importancia en el desarrollo de la civilización occidental, eso no es todo. Hubo mucho antes, como hubo mucho después. La Hispania romana empieza a serlo algo más de dos siglos antes de Cristo, cuando Roma somete a las distintas culturas de la Península, hasta mediados del siglo V, cuando comienza a ser la España visigoda.

Hay una evidencia geográfica en la realidad de una España (con Portugal) que deriva de la Hispania romana y ésta de la Iberia griega, y a ella se añade una identidad étnica con la caída del Imperio romano, en la que es consustancial el cristianismo, que forma parte esencial de la cultura de la nueva nación. En la personalidad extraordinaria de Isidoro de Sevilla (Isidorus Hispalensis); que vivió a lo largo de la segunda mitad del siglo VI y del primer tercio del VII durante el que –en este último periodo– fue obispo de su ciudad; reside para los expertos el espíritu de una identidad hispana. En Mater Dolorosa, la gran obra de Álvarez Junco, se recoge un párrafo de Isidoro que empieza así: "De todas las tierras que se extienden desde el occidente hasta la India, tú, sacra Hispania, eres la más bella, madre siempre feliz de príncipes y pueblos". Casi tres siglos acogen a la nación española de los visigodos, de la que no debe excluirse a Portugal. Otra cosa es que los avatares políticos dividieran a la Península, creando dos Estados en donde no debiera de haber más que uno.

La Villa Vieja y la Villa Nueva son las Algeciras. El reino de las Algeciras es aludido de modo explícito en los títulos que ostentan los monarcas españoles desde que en 1344, Alfonso XI, reconquistó el territorio tras casi ocho siglos bajo el dominio cultural con nubes y claros del islam. No terminó ahí la cosa, empero. Muhammed V de Granada volvió sobre la ciudad y entró en ella, cinco lustros más tarde, en 1369, y la reconstruyó a su antojo. Pero intuyó pronto que los reinos cristianos insistirían y, viéndolas venir, decidió abandonarla destruyéndola previamente para que nada quedara aprovechable por parte de los que, desde su punto de vista, eran los infieles; es decir, los cristianos. Eso sucedió pasada una década. Las Algeciras quedaron despobladas y sus murallas y asientos destruidos.

El silencio, interrumpido por las tormentas y los bramidos del mar, reinaría en el solar abandonado sobre el que se desarrollaron tantos y tantos acontecimientos desde que lo afectó el reino de Tartessos, más de un milenio antes del nacimiento de Cristo, hasta que los conflictos bélicos y las decisiones de los señores de la guerra, lo pusieron a disposición del acontecer futuro. Todo este entorno maravilloso que desde Sierra Luna desciende hacia el mar apuntando al sur y abriéndose en la Bahía, quedaría a la espera señalado por el término que le daría nombre al ser finalmente asignado a Gibraltar, cuando en 1462 y en el día de San Bernardo, el 20 de agosto, quedó definitivamente incorporado a la corona de Castilla. Los avatares que rodearon el discurrir histórico de Algeciras motivaron la mención que se hace en el actual escudo de la ciudad, diseñado bajo el liderazgo intelectual del último cronista oficial, Luis Alberto del Castillo: "Civitas Condita Ex Lethaeo Bis Restavrata", o sea: "Ciudad fundada desde el olvido dos veces restaurada".

El casco histórico de Algeciras se forma con las Algeciras, con la Villa Vieja y la Villa Nueva, incluyendo en esta última al barrio de San Isidro, que se incorpora tardíamente. Las villas les dan nombre a sus distritos municipales centrales, rodeados sucesivamente y salvo pequeños segmentos, por los de Pescadores, Saladillo, Fuentenueva-Bajadilla y Reconquista. El corazón de la Villa Vieja es una plazuela en la que confluyen cuatro vías. A la plazuela se la conoce popularmente por Rayos X y no encuentro otra razón para ello que la forma de equis que supone esa confluencia. Es un pequeño reducto en el que las antiguas bodegas Chon y, sobre todo, la Peña El Chumbo se constituyen en referencias históricas, siendo ya la segunda, la única superviviente.

He tenido el privilegio, estos días de cambio de un año a otro, de recorrer nuevamente esos pagos de la Villa Vieja con un nativo, con Diego El Capi, que nació y se crió en una casa aledaña a una antigua mezquita. El relato del Capi se acoplaba a mi memoria, mientras accedíamos desde el Puente del Matadero, donde ya no hay ni puente ni matadero, tomando la calle Carteya y pasando entre Casa Miguel y el formidable Patio de Soto para, dejando a un lado la calle Aníbal o Callejón de la Vieja, acceder a la legendaria plazuela de la Peña El Chumbo; a los Rayos X, en fin. La casa que hace esquina a la izquierda está sobre un poyete al que se conoce desde siempre con ese nombra y donde se sentaba la gente cuando hacía buen tiempo. Ya en la plazuela y en el mismo recodo, un altillo lleva a una pequeña escalera que salva la notable diferencia de cota con el acceso desde Alexander Henderson, que sube desde las proximidades del famoso Patio del Coral a espaldas del Anglo-Hispano.

Parece que Aníbal, el nombre que se da a la calle no alude, como es fácil sospechar, al caudillo y gran estratega militar cartaginés Aníbal Barca, enemigo de Roma, que vivió allá por un par de siglos antes de Cristo, sino al arquitecto sevillano Aníbal González Álvarez-Ossorio, primo hermano y colaborador eventual de Torcuato Luca de Tena, fundador de ABC y de Blanco y Negro. Aníbal diseñó y dirigió el proyecto de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, año en el que murió con poco más de cincuenta años, y especialmente el de la Plaza de España, uno de los más bellos reductos urbanos que pueden ser concebidos por la imaginación. El famosísimo arquitecto, maestro del neomudéjar, que al fallecer dejó viuda y ocho hijos en situación de precariedad, sufrió un atentado, en 1920, hace casi exactamente ciento cuatro años (fue el 9 de enero), por parte de unos energúmenos del Sindicato de Peones Albañiles, de inspiración anarquista.

El asesinato de una anciana, la Señajuana, a finales del siglo XIX, que vivía en una pequeña casa de la calle Aníbal, viuda y sin hijos, que cuidaba cabras y vendía su leche por la Villa Nueva, que era la zona de los ricos; frustró el empeño de quienes fueran los regidores dispuestos a recordar al célebre arquitecto o ¡vaya usted a saber! si no el de los que imaginaron que se trataba de Aníbal Barca. Lo ha relatado poniendo mucha imaginación, Manuel Tapia Ledesma, en este mismo periódico. El caso es que la calle Aníbal ha sido siempre el Callejón de la Vieja. Desde él por una empinada escalera viaria que antes fue un simple terraplén, se llega a la plazuela en la que estuvo la casa en la que nació nuestro Capi. Él mismo me lo dijo mientras paseábamos. Antes, en la calle Carteya, me situó las casas en las que nacieron o vivieron de pequeños, el gran futbolista José Fajardo Tapia y el, no menos grande, crítico taurino Bernardo Prado Ledesma. Yo me apresuré a añadir que también vivió en una de esas casas con su numerosa familia, don Nicolás Sánchez, con el que empecé a aprender matemáticas en el Instituto y quien me despertó el interés por esta materia a la que me dedicaría ya de por vida.

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