Quédate a mi lado | Crítica

En la salud y en la normalidad

Jim Parsons y Ben Aldridge en una imagen del filme.

Jim Parsons y Ben Aldridge en una imagen del filme.

Basado en el libro de memorias del crítico de televisión Michael Ausiello, Quédate a mi lado quiere ser un filme de normalización, el relato de una relación romántica entre dos hombres marcada, ya desde su mismo inicio (el título original, Spoiler alert: the hero dies at the end, no engaña a nadie), por la enfermedad (cáncer) de uno de los miembros de la pareja, a la que interpretan desde el cliché urbano-liberal Jim Parsons y Ben Aldridge.

Un filme de normalización en tanto que, superado ya el estigma del sida como gran tema dramático del cine de temática homosexual en el cine de los 90, Quédate a mi lado asume la relación de pareja en unos términos similares a los de cualquier otro filme romántico, a saber, desarrollando las etapas del chico conoce chico, chico pierde chico y chico recupera chico, para llevarlas incluso más allá de la muerte en una lección sobre la lucha, la resiliencia y el amor incondicional propios de cualquier filme del género de Hollywood.

Porque aunque intente evitarlo con salidas de tono cómico o gestos autoconscientes (la voz narradora, los recuerdos de infancia en clave de sitcom, el trampantojo final), la película de Michael Showalter no deja de ser, más allá de su recreación de una aseada relación gay para todos los públicos, un filme altamente sentimentaloide en busca de la lágrima fácil.

Es pertinente también hablar de sus formas planas y televisivas, de su insufrible contexto pijo-cool neoyorquino, sus cancioncitas pop en secuencias de montaje, boda y tratamiento hospitalario, sus padres comprensivos con casoplón en el bosque o su maquillaje de última hora que provoca un efecto contrario en la identificación con la enfermedad y el dolor.