CAMPO CHICO

Banderas, colores y puertas en Algeciras

  • El verde de la bandera de Andalucía, la Arbonaida (de la patria chica), es el verde intenso de la dinastía Omeya

  • Recemos para que se corrija el error en la rotulación de las puertas del mercado, antes de que el acero lo complique

Descuelgue de la bandera  de Andalucía en la rotonda de Blas Infante durante el último temporal.

Descuelgue de la bandera de Andalucía en la rotonda de Blas Infante durante el último temporal. / Erasmo Fenoy

Esta Semana Santa en Algeciras, he observado que la inmensa mayoría de las banderas que se exhiben en los edificios públicos están descoloridas. Las circunstancias me han permitido darme cuenta de esta dejación que causa el mismo efecto que una inoportuna mancha de aceite en la corbata.

Recuerdo que cuando, en la Transición, dio aquel pronto por diseñar y airear banderas de todo, la de Algeciras de la puerta de la Alcaldía estuvo colocada algún tiempo con los colores invertidos, el amarillo abajo y el azul arriba, al modo ucraniano. Hace un par de años, el error se repetía en el acuartelamiento de la policía local en Los Pinos. Es un mal generalizado, no adscrito a ideologías. Las banderas que actualmente ondean en la Alcaldía, no sólo están descoloridas sino que de un momento a otro van a empezar a deshilacharse. Estaba yo casualmente en la calle Convento, cerca de la noble puerta del Ayuntamiento, cuando llegaba el nuevo coronel de Regulares con su flamante uniforme color arena del desierto, acompañado de unos oficiales igualmente ataviados. El alcalde les esperaba solícito. Mientras se producía la sonrisa de rigor y el feliz apretón de manos con que el regidor recibía al militar, yo miraba hacia las banderas con una mijita de ansiedad; no casaba su aspecto desvencijado con la luminosidad del encuentro.

Como hago con frecuencia, me bajé a ver en persona –como hacen los yanitos con las vacas de este lado de la verja, mostrándoselas a sus vástagos– la bandera que ondea en el (ex)Paseo Marítimo frente a la embocadura de la calle Fuerte Santiago, que creo que se estrenó con el nuevo monumento a Blas Infante. Pues hombre, deshilachada no está, pero el verde parece tener ganas de diluirse en el blanco; un poco sucio, por cierto. El lugar invita a la nostalgia. Es un icono del nuevo discurrir urbano de Algeciras. Cuando se demolió el histórico cuartel de Infantería, en los años noventa, cerrando la amplia avenida que terminaba en La Perseverancia y dejaba, subiendo y a su derecha, el Parque y el Casino Cinema, existía el proyecto de continuar hasta el (ex)Paseo Marítimo, convirtiendo todo el complejo de viviendas en una especie de entrada desde el mar al centro. Habría sido beneficioso para Algeciras disponer de ese acceso, pero se puso por medio la existencia en el subsuelo de un importante yacimiento arqueológico. Entre ignorar este hecho y avanzar hacia la modernidad se optó, afortunadamente y no sin polémica ni dificultades, por respetar el legado andalusí. Eso supuso improvisar una subida sinuosa y de escaso interés viario que, para más inri, obligaba a cercenar una esquina del parque. Desde el punto de vista del desarrollo urbano no es para celebrarlo, pero ha sido el precio pagado por disponer de un relevante vestigio del pasado de la ciudad, del que tan poco queda a causa de la destrucción que le infringieron, al abandonarla, sus próceres mandarines del Reino Nazarí de Granada, probablemente en 1375.

Banderas en la fachada del Ayuntamiento de Algeciras. Banderas en la fachada del Ayuntamiento de Algeciras.

Banderas en la fachada del Ayuntamiento de Algeciras. / Erasmo Fenoy

Comunistas para empezar

En Algeciras hemos sido de todo, histórica y políticamente. Dios nos situó en donde estamos y eso ha supuesto un protagonismo inducido y no deseado o programado. En los años noventa dejamos de ser socialistas impertérritos y en un plis plas nos volvimos andalucistas, tan impertérritos cual fuimos socialistas. Un ayuntamiento comunista, para empezar, nos curtió frente a todo lo que estaba por llegar. Los comunistas eran tan nuestros que aprendimos a tenerlos sin que nos dieran miedo. Estuvimos tantos años –casi cuatro décadas– imbuyéndonos en lo malísimos que eran que, en cierto modo, empezaron a parecernos buenos de condición.

El alcalde Francisco Esteban Bautista se había hecho comunista al mismo tiempo que contable, en unas bodegas de unos distribuidores de bebidas alcohólicas y espirituosas, en las que alternó felizmente con gente de la izquierda real, de la que estaba al tanto de las reflexiones de un judío alemán llamado Carlos (Karl) Marx, no precisamente ejemplar en su comportamiento humano, pero de una capacidad inimaginable para llegar a las masas. Francisco Acevedo Toledo, su segundo, pertenecía a una familia de comerciantes, más bien conservadora, pero nuestro Paco se sentía un poco revolucionario, no obstante criarse en un ambiente capitalista y educarse con los salesianos. Ya era comunista en el seno de la dictadura militar del general Franco y tuvo sus problemas, como es natural. Cristiano confeso y comunista confeso, te recordaba a Alfonso Carlos Comín, un ingeniero industrial formado en Barcelona, que fue uno de los fundadores del sugestivo movimiento “Cristianos por el socialismo”, derivación española de la iniciativa chilena, en tiempos del presidente Salvador Allende, heredera del legendario “Iglesia Joven”.

Con los dos Pacos, formaba Silvia Alonso Ubierna, de quien soy devoto, algecireñísima hasta el punto de que su padre –el maestro pintor Alonso– fue quien pintó las bóvedas de nuestra querida capillita de Europa. Y Luis Soler Guevara, un malagueño de nacimiento, delineante proyectista, expertísimo flamencólogo, del que se me ocurre que para encontrar un ser humano de su calidad, habría que ponerse las famosas botas de siete leguas y mantenerlas puestas unos cuantos años. Con estos comunistas yo diría que me iría al Cielo y eso fue lo que pensaron mis paisanos. Aquel Ayuntamiento, que peatonalizó la calle Ancha, contra viento y marea, sentó las bases de la humanización del centro histórico y salvó a la capilla de Europa de la piqueta, nos dejó a punto de comprender que la izquierda también tenía sus valores y que bueno es que estuviera ahí en ese momento y que siga estando por si hiciera falta. Tras la intensa transición socialista nos volvimos andalucistas y nos hicimos introvertidos y autonomistas irredentos, y llegó aquello de la novena provincia, el viejo pensar que adquirió carta de naturaleza en la Primera República y su remedo de los Reinos de Taifas. Los nacionalismos lo son ad libitum. El Rinconcillo se convirtió en la mejor playa del universo conocido y nosotros en ese centro del mundo que reivindica hoy la Mancomunidad.

La antigua rotonda de Blas Infante en el Paseo Marítimo de Algeciras. La antigua rotonda de Blas Infante en el Paseo Marítimo de Algeciras.

La antigua rotonda de Blas Infante en el Paseo Marítimo de Algeciras.

La etapa andalucista

En la etapa andalucista, el gobierno municipal hizo, como era de esperar, muchos gestos reivindicativos de una personalidad diferenciada para Andalucía. A la derecha sociológica le costó mucho digerir la llegada de la bandera blanca y verde. Blas Infante era, para ese sector ciudadano, “un rojo” y esta tierra nuestra carecía del derecho a ser lo que era. Entendían que el señalamiento de una personalidad política para Andalucía era una negación de la patria grande, de la que Andalucía era parte sustancial e inseparable. Caían en la contradicción en la que caen todos los nacionalismos, ya sean del todo o de parte; la del supremacismo. ¿Cuál es la escala –me pregunto– que permite clasificar de mejor a peor, a los colectivos?

El busto de Infante entonces es ahora un conjunto de placas paralelas que permite vislumbrar su perfil en sus últimos tiempos, desde diferentes ángulos y posiciones. Cuando éramos andalucistas, el ancho de acera obligado por el trazado, se poblaba de fervientes defensores de una Andalucía diferenciada. Poco a poco, el globo vigoroso de los noventa se fue desinflando y ahora el lugar recibe a unos cuantos antisistemas para los que la vigencia es lo que ellos dicen. Como la mayor parte de la derecha política se apresura a ponerse al día, seguramente no tardará en acercarse a la rotonda que albergó otrora a los andalucistas y alberga, de un tiempo a esta parte, cada 11 de agosto, a la docena de antisistemas disponibles con ganas de enredar y a algún pescador de voluntades.

El verde de la bandera de Andalucía, la Arbonaida (de la patria chica), es el verde intenso de la dinastía Omeya, que ya se dejó ver en los primeros años del segundo milenio de nuestra era. No se derivó de la camiseta del Betis, como decían algunos señoritos graciosos de la derechona, sino que en Sevilla, los béticos estaban bien informados de sus orígenes y adoptaron los colores de la Andalucía ya universal de la Edad Media, llamando Heliópolis a su estadio. Ni la de Algeciras deriva de la equipación del Cádiz ¡pues no faltaría más!, sino de la enseña de nuestra demarcación marítima. La ignorancia es la madre de casi todas las dejaciones, y las carencias protocolarias que tanto se observan por estos pagos tienen mucho que ver con ello.

El blanco de paz sobre el verde Omeya, la dinastía árabe del Califato de Córdoba bajo la que Al-Andalus irradió al mundo la cultura grecorromana, inspiraron a los primeros andalucistas cuando, en consonancia con las tendencias de la época, trataron de definir políticamente a Andalucía. Recuerdo a veces un acto oficial en Algeciras, de hace unos años, en los que el himno de Andalucía sonó al final, después del himno nacional. Me dio tiempo a decirle en un aparte a un concejal, que el cura deja el altar y se dirige a la sacristía, el último, después del monaguillo y de cualquier otro oficiante o ayudante, y que en las universidades, el rector es el último que abandona la sala y los profesores desfilan en orden inverso a la antigüedad del título bajo el que ejercen. Pero la verdad es que no sé si aquel atento concejal lo comprendió.

Las puertas del mercado

Puerta del Ingeniero Torroja orientada al noroeste. Puerta del Ingeniero Torroja orientada al noroeste.

Puerta del Ingeniero Torroja orientada al noroeste.

Estando en la grata tarea de compartir churros en la Plaza, en La Tertulia, uno de esos entrañables cafés herederos del inolvidable Bar Peña, con dos viejos amigos y a la par, grandes economistas algecireños, Manolo Alarcón y José Luis Acosta, el primero de ellos se refirió a los nombres de las puertas del mercado. Hablamos del concurso que hace poco más de dos años convocó la Concejalía de Comercios y Mercados, para dar nombre a las puertas del famoso recinto. De resultas de aquel proceso, se adoptaron las propuestas presentadas por el joven artista José María García Vera y por mí.

José María había sugerido dar el nombre de Puerta Panadería a la que apunta al rincón en que Ramón García Vero, el popular “Chato Huertas”, se reunía con sus correligionarios monárquicos, entre los que a veces estaba Juan Macías López, de La Línea, uno de los pioneros de la municipalidad de la ciudad hermana. Un ascendiente suyo, bisabuelo por vía materna, Lutgardo López Muñoz, fue el primer alcalde, cuando su escisión del término de San Roque, el 17 de enero de 1870. El primer ayuntamiento se constituiría el 20 de julio y el nombre de la ciudad aparecería tal cual lo es hoy, por primera vez en las Actas Capitulares de 1883. En 1913, el rey Alfonso XIII le concedería el título de ciudad.

García Vera había pensado, con buen criterio, llamar Panadería a esa puerta y Sacramento a la que apunta hacia Rafael de Muro. Panadería y Sacramento eran los nombres antiguos, respectivamente, de la calle Castelar y de la citada Rafael de Muro; las dos calles en las se asentaron los primeros puestos de abastos. En cuanto a mí, evité los nombres de calles porque el reglamento del concurso excluía esa posibilidad y yo la entendí referida a cualquier época. De no haberlo evitado intencionadamente, seguramente habría coincidido con García Vera en proponer Sacramento para la puerta enfrentada a esa calle y, desde luego, habría escogido el de Puerta Real para la que apunta a la hoy denominada Cánovas del Castillo, la calle donde nací.

Pero lo curioso del asunto es que las susodichas puertas han sido rotuladas al revés de lo acordado. Le han puesto Sacramento a la situada entre las calles José Santacana y Tarifa, y Panadería a la enfrentada a la calle Sacramento. ¡Qué cosas!, me dije. Cuentan que la empresa Acerinox ha proyectado rotular las puertas del mercado en acero, siguiendo su tradición de atención a la ciudad que comenzaría con el helicoide que corona la barriada de La Reconquista, nombre sugerido en 1970 por el cronista Cristóbal Delgado ante el alcalde Francisco Javier Valdés Escuín, para conmemorar el asentamiento de las tropas de Alfonso XI en el asedio que acabó en la reconquista de Algeciras. Recemos para que se corrija el sorprendente error antes de que el acero lo complique.

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