Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: jarro de agua fría por la muerte de Paco Carrasco Marchal

Paco Carrasco junto a Sandra Rubio y Amaya Blanco.

Paco Carrasco junto a Sandra Rubio y Amaya Blanco.

El rumor cuajó en noticia aún oficiosa. Antier miércoles ya bien caída la tarde en la Alameda Cristina. Regresábamos de la misa en sufragio por el alma de Manuel Rosa Benítez, con un lleno a rebosar en la iglesia de Santa Ana. ¿Verdad que sí Antonio de la Rosa, Manuela Gálvez, Angelito Rodríguez Aguilocho, Pepe Campos, Manolo Rosado, Andrés Villagrán? Poco antes de alcanzar San Juan de Letrán me invitan a café dos destacados cofrades. Tan pronto tomo asiento salta la confirmación -satinada de asombro- del fallecimiento de Paco Carrasco. Las llamadas se suceden. El anonadamiento posee temperatura de jarro de agua fría. Nos quedamos de piedra. ¿Pero qué Paco, por Dios santo? Francisco Carrasco Marchal, el conocido gestor cultural de la ciudad, hijo de quien fuese, durante la década de los 80, hermano mayor del Cristo de la Viga y posteriormente miembro del Secretariado Diocesano de Hermandades y Cofradías Francisco Carrasco García. Enseguida indago vía WhatsApp. En efecto su hermana lo encontró teóricamente dormido en el butacón de su casa. Teóricamente, a simple vista. Teóricamente, a juzgar por su posición, por su postura, por su aspecto. Pero Paco ya dormía el sueño de los justos. Ya departiendo, con su voz atropellada y su dinamismo casi eléctrico, con su progenitor en un ámbito celeste de nubes de algodón. Allí donde la poesía -género que él tanto divulgó- siempre rima con eternidad.

Mientras su hermana se desgarraba ante la comprobación -temblor y lágrima- del fatal desenlace, Paco estaba entonces -en otro Parnaso- comentando las últimas buenas nuevas con Pilar Paz Pasamar. Y con su amigo Domingo F. Faílde quien, atusándose el bigote, y en la reivindicación -nunca en sordina- del espíritu de Galileo, recibía al amigo con sus versos a punto de labios: “Surgiste de la aurora/ (Albinoni, irreal, sobre la prieta luz/ de plata tremolase pálidos gallardetes),/ mientras por la ventana/ abril desvanecía cítaras a los árboles”. Paco Carrasco apenas contaba 60 años edad. Muerte precoz, como una cuartilla a medio escribir. Como unos laureles sin nuca. Como un confusionismo de la arena que sucede a la destrucción del castillo infantil. Paco firmaba su meritorio -ya digo- como gestor cultural. Lo fue sin duda. Quizá más dinamizador que gestor. Iba de la Ceca a la Meca para organizar actividades por lo común relacionadas con el inagotable mundo -jamás submundo, ni tampoco trasmundo- de los libros. Luchó denodadamente por dotar de espacio público a poetas en ciernes. Y a recitales corales de otros más veteranos. Paco inclinaba por lo común un poco la cabeza y miraba hacía arriba para clavar su miraba en la tuya. Los labios apretados. Por esta razón jamás observó a nadie por encima del hombro ni ocultó su orgullo de pertenecer a la Academia del Cine Español. A menudo me relataba el anecdotario, entre bambalinas, de la Gala de los Premios Goya.

Paco vivió muchos años con su madre. A la que adoraba. Solía defender a ultranza una sentencia vital: “Jamás leí un poema tan bonito como la sonrisa de mi madre”. Paco andaba muy velozmente con pasitos cortos. Sin doblar siquiera las rodillas. Te ofrecía el mayor caudal de datos -al hilo de cuanto venía fraguándose en las trastiendas oficiales de la ciudad- en el menor número de segundos posible. Era una bala nunca perdida: sabía a ciencia cierta cuanto se traía entre manos. Celoso de sus cometidos. Tanto que recuerdo cómo, en una de las reuniones de las denominadas interdepartamentales de la sección cultural del Grupo Romero Caballero (Escuela de Hostelería) -donde fuimos compañeros, codo con codo, algunas temporadas- Paco se resistía a poner sobre el tapete la programación de actos literarios que llevaba a buen recaudo -por un exquisito celo de no desvelar cuanto él ya dominaba con mano diestra-. Paco era muy esmerado. Mimaba y sobreprotegía cuanto de él dependiese. No por inseguridad sino por respeto a la tramitación que un proyecto -cualquier convocatoria cultural lo es en sí misma- requiere. Paco conocía al dedillo no tanto los entresijos de la burocracia administrativa sino quiénes en cada momento la operaban al frente de organismos y estamentos competentes. En este sentido se mostró generoso, sin ánimo de lucro, en incontables e insondables acciones de nobleza y determinación para con terceros.

De la cultura Paco prefería a las personas que la protagonizaban. Más que la belleza de la creación elegía el latido humano que subyace bajo todo proceso artístico. Siempre lo catalogué como un soñador. Un idealista. Posiblemente un incomprendido en algunos pasajes de su periplo profesional. Solía ir por libre. A su aire. El cabello denso y las manos muy velludas. Durante una fructífera etapa fue inseparable camarada de fatigas del brillante escritor Mauricio Gil Cano. Ambos fundaron, de la mano de Manolo Romero, EH Editores -editorial que abrigó la colección, de alto nivel poético, ‘Hojas de Bohemia’-. Para mí tengo que aún no se ha correspondido -con justeza y justicia- cuánto aportó ‘Hojas de Bohemia’ tanto a la poesía de Jerez de la Frontera como a otros ámbitos más expansivos y definitivos. Algún día, Deo volente, profundizaremos en ello. Ha fallecido Paco Carrasco, el hombre de los mil amigos poetas. El currante sin avariciosas miras económicas. Un ser machadianamente bueno. Tímido y extrovertido a la vez. ¡Qué rareza una Feria del Libro de Jerez sin su presencia entre un expositor y otro!

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