Obituario

Juan Sánchez, el de la Zaranda, traspasa la patria de los espectros

  • Fallece a los 59 años el primer director y guía del esperpento de la compañía andaluza más universal. Firmó la célebre obra Vinagre de Jerez

Juan Sánchez, Juan de la Zaranda, profesor, dramaturgo y conversador, murió ayer en el hospital de Jerez a los 59 años de manera inesperada pese a llevar arrastrando desde hace tiempo una enfermedad que él no quiso que cambiara su modo de vida, que era una celebración permanente de la existencia.

“Tenía un sentido del humor único, era capaz de inventar partiendo de las mínimas cosas. Juan era mágico”, manifestaba ayer, encogido por la sorpresa y el dolor, Gaspar Campuzano, uno de los fundadores con el propio Juan de la Zaranda y su hermano Paco de la que se convertiría con el tiempo en la compañía teatral andaluza más universal. Hace poco La Zaranda cumplió 33 años. “Ahora nos tendrían que crucificar”, bromearon. Ese humor nacía  de la retranca de Juan.

Juan Sánchez firmó los primeros libretos de La Zaranda, cuando La Zaranda se movía en pequeños teatros ante unos pocos espectadores que auguraban la rápida desaparición de la aventura. En 1985 Juan Sánchez propuso Mariameneo, Mariameneo, que, por un cúmulo de casualidades, causó impresión en Festival Internacional de Teatro de Cádiz de 1987. Funcionó el boca a boca y La Zaranda tomó aliento para probar un nuevo montaje, que también salió de la pluma de Juan Sánchez, Vinagre de jerez. La crítica y el público colmó de premios y aplausos este tabanco fantasmagórico, la “radioscopia del quejío étnico”, un afilado estilete que rasgaba la película de tópicos que envuelve su tierra para dejar al aire sus vísceras. “Enséñame tu aldea y te enseñaré el mundo”. Esa es una frase suya acuñada por La Zaranda y que explica su pensamiento. Su aldea era Jerez y, a través de Jerez, como de cualquier otra aldea, se puede explicar al ser humano.

La Zaranda triunfó y Juan Sánchez dio un paso atrás para ceder la dramaturgia a un excelente discípulo, Eusebio Calonge, que se estrenó con Perdonen la tristeza en 1992 demostrando que el sello de Juan de la Zaranda permanecía vivo en un proyecto que él, como primer director y autor, había contribuido  como colaborador necesario a construir.  

Mucho antes de que Lars Von Trier y sus amigos montaran el circo del Dogma sobre los no-autores, sobre la no-vanidad del arte, La Zaranda ponía en práctica una doctrina sobre el arte sin vedetismo que incluye, como sello de la casa, el no saludar al final de las representaciones a un público que, habitualmente, aplaude a rabiar. Esa necesidad de anonimato define bien a Juan de la Zaranda, que, como ayer recordaba Gaspar Campuzano, “inventó el teatro, inventó un lenguaje”, pero que se sentía incómodo cuando acudía a recoger los galardones que en la última etapa de la compañía caían con asiduidad y él agradecía con timidez.

No se apoltronó. Dio rienda a su amor por el flamenco con la dramaturgia de la compañía Gitanos de Jerez que se llamó Tierra cantaora. Para él, el flamenco, como el teatro, era la verdad. “El teatro -decía- nunca puede perder de vista el origen sagrado que tiene”. El teatro era su religión.

Juan Sánchez dejó crecer La Zaranda mientras él se refugiaba en sus clases en los marianistas donde, ya diera Gimnasia o Lengua, siempre hablaba apasionadamente de Cervantes y, cómo no, de su ídolo, don Ramón María del Valle-Inclán. Por el tanatorio de Jerez desfilaron ayer decenas de sus alumnos para mostrar sus respetos  al que había sido un profesor único. En la web del Diario, en cuanto se informó de la desaparición de Juan el de la Zaranda, aparecieron comentarios de aquellos que le habían disfrutado en la tarima: “Juan Sánchez era todo un personaje valleinclanesco y se podría decir de él lo mismo que decía Don Latino de Max Estrella: ¡Cráneo privilegiado!”, decía uno. ‘Ojo de águila’ y ‘Miguel balones a la red’ son los latiguillos con los que unas cuantas generaciones de escolares le recordarán siempre.

Escribía su sobrino, el periodista Paco Sánchez Múgica, con motivo de la concesión del Premio Nacional de Teatro a La Zaranda en 2010: “Más allá de la vida y de la muerte, de la muerte y de la vida, los malditos rieron los últimos. De ayer ya no me acuerdo, sólo vale ahora. Porque, al fin y al cabo, mañana será otro día. El primero hasta que la vida eterna se acabe”.

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