La caja negra

Romero y Morante: concordia de mesa y mantel

  • Los dos genios del toreo almuerzan en el Real Círculo de Labradores. Hablarían tal vez de lo poco que le gustan a Morante los comentarios de sus corridas televisadas

Morante y Curro, almorzando en el Círculo de Labradores. Morante y Curro, almorzando en el Círculo de Labradores.

Morante y Curro, almorzando en el Círculo de Labradores. / M. G.

SEVILLA es aficionada a los leyendas como los críos a las piruletas. Las especulaciones sobre las rencillas nacen, crecen y se reproducen como eso en lo que usted está pensando: las cucarachas. Cualquier discrepancia entre dos compañeros de gremio se airea para beneficio, casi siempre, de un tercero. O de varios. Las dualidades supuestamente enfrentadas nos pirran, generan horas de tertulia, chascarrillos y bisbiseos. Dan vidilla a los maledicientes. Pero no hay nada como una mesa y mantel para exhibir la normalidad, la concordia, el buen entendimiento. Y si es con las aguas del Guadalquivir de fondo, miel sobre... las torrijas. José Antonio Morante y Curro Romero no se llevan mal. Nada mal.

Lo hemos comprobado hace muy pocos días. Los dos maestros, en diferentes etapas, representan el concepto del toreo como arte, ese toreo que se aprecia en Sevilla como en ninguna plaza. Ambos entienden el toreo como un rito litúrgico. Los dos genios charlaron, comieron y brindaron esta semana en la sede del Real Círculo de Labradores del barrio de Los Remedios, donde a Romero le gusta jugar partidas vespertinas de dominó. Por cierto, la cara de Romero cuando accede a un club abarrotado de chiquillos en la tarde del cartero real es para verla: ni cuando el pitón de un juampedro lo apuntaba un Domingo de Resurrección.

Los dos son amantes del silencio cuando se celebra el rito del toreo. El silencio cotiza a la baja en la sociedad del ruido, la crispación, la confrontación y los tertulianos rabiosos. ¿Para qué hablar cuando un torero está delante del toro? ¿Es posible comentar con autoridad qué debe hacer un torero cuando está delante de un morlaco? Para hablar ya están las tertulias hondas junto al río. Archiconocido es el comentario de Romero sobre cuál es el mejor comentarista: el de los partidos de tenis, porque está callado mientras los jugadores compiten.

A Morante no le molesta la televisión por la imagen, sino por ciertos sonidos. Ay, si las corridas se dieran sin comentarios... Otro gallo (de Morón) cantaría. Morante no se esconde de la televisión como no lo hace de los problemas de la sociedad de hoy. Paga el precio de su libertad al tener que limpiar las pintadas de los muros de su casa. Le encanta la actualidad, participar y opinar. Pero recela de quienes pontifican con un micrófono mientras un torero se la juega ante un toro.

Morante coincide con Romero en que los mejores comentaristas son los del tenis: callados mientras se desarrolla el juego

Curro en sus tiempos era muy poco aficionado a las entrevistas. Acaso concedía alguna a Manuel Ramírez, o tras matar el último toro de cada Feria de Sevilla, cuando accedía a hablar unos instantes desde el callejón con Carlos Ruiz Villasuso. La voz de Romero era un misterio para la inmensa mayoría, un personaje siempre envuelto en el halo de su discreción, en aquellos años en los que llegaba a vestirse en hoteles ajenos a la tradición taurina. Romero se ha vestido hasta en el hotel Pasarela, frente a la antigua Capitanía General. Evitaba entonces el relumbrón del hotel Colón con el flujo de aficionado yendo del vestíbulo al Donald y del Donald al vestíbulo, cuando el Colón era el establecimiento suntuoso de cinco estrellas de verdad, antes de que acabara en manos del minimalismo y de esos diseñadores que instalan mamparas transparentes en los cuartos de baño y nunca dejan a mano el manual de instrucciones del grifo de la ducha. Ha sido en los últimos años cuando Romero ha roto ese misterio y se presentado como un personaje más accesible, que se deja ver mucho más en fiestas y saraos, lo que en sus años de matador (¡Qué poco le gusta este término!) era inimaginable.

Morante vive este fin de semana una cita muy especial: la festividad de San Sebastián en la Puebla del Río, su tierra protegida. Cientos de jóvenes ataviados con un pañuelo rojo y azul en el cuello y portando un periódico esperan nerviosos a que se abra el portalón por el que salen los toros y comienza el espectáculo del encierro que conduce las reses hasta la plaza, un rito que genera la atención de los telediarios nacionales, una cita impulsada y mimada por un torero comprometido con su pueblo.

Los dos genios del toreo compartieron almuerzo de confraternización con vistas privilegiadas hacia el Guadalquivir

Con mesa y mantel se puede y se debe hablar de todo. Y se entierran leyendas en la ciudad donde se editan hasta libros sobre ellas. Y se venden a manojos. Dos mitos almuerzan juntos, el río por testigo, el toreo como nexo de unión fraternal, un concepto muy similar del arte de Cúchares. Unidos por la pasión de una misma afición. En momentos de debilidad de la Fiesta, desaparecida de Cataluña y amenazada en otras ciudades de España, no está de más que las principales figuras del toreo cultiven la unión, ocupen los espacios públicos que se han ganado con su vida y esfuerzo y hagan causa común en defensa de la libertad.

No es necesario justificar los toros con estudios económicos o análisis sobre su impacto en la creación de empleo. Basta con apelar a la libertad. En las excusas y los estudios paralelos afloran los complejos. Es como dos personas que quieren dejar claro que se llevan bien. Basta con sentarse a la mesa y hacer eso que las hermandades denominan estupendamente: almuerzo de confraternización. Brindar a los postres y charlar sobre toros junto a uno de los paisajes más hermosos de la ciudad que nos une.

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