Del Dios Toro

Palha, una muestra de cierta clase de torismo

  • La ganadería portuguesa, renovada y refrescada, una de las pocas que lidian en en un mismo año en Sevilla y Madrid · Un toro de díscolo temperamento en la corrida deayer

SON casi cincuenta los ganaderos anunciados este año en la Feria de Abril y en San Isidro. Y más de cincuenta si se añaden el prólogo y la coda de San Isidro. Sin embargo, son sólo cinco los hierros que hacen doblete en Sevilla y Madrid dentro de abono y feria. Dos de Salamanca, Puerto de San Lorenzo y El Pilar, que aterrizan por la Maestranza en la semana de farolillos; un clásico irrepetible, que es Victorino Martín; una ganadería debutante en la feria de Abril, pero no en San Isidro, que es la de Peñajara, que ni nueva ni vieja sino todo lo contrario, y propiedad ahora de un ganadero sevillano de secular estirpe, José Rufino Martín; y, en fin, Palha, que lidió ayer.

El hierro de Palha se ha instalado en Sevilla por méritos propios. Una corrida de Palha brava de verdad de hace dos años ha dejado huella en Sevilla. Se recuerda. Y algún toro de los que avalan a un ganadero. De ser una ganadería no olvidada pero casi, Palha ha pasado en poco más de una década a estar o a ponerse casi de moda. Si no, no estaría en Madrid y Sevilla. Las ganaderías son ajenas a las modas. El ganadero que se fíe de ellas se pierde. Los gustos o los caprichos de la opinión, más volubles, se prestan más y mejor al juego.

El torismo no es exactamente una moda. Cierta clase de torismo. Ese torismo entendido como sinónimo de agresividad y dureza, en cuya idea se enroca y resiste casi numantinamente una afición que presume de íntegra y pura.

Hay muchos territorios comunes o linderos entre la tauromaquia -o la afición a los toros- y las creencias religiosas. Uno de esos puntos de convergencia remite a la defensa a ultranza del torismo clásico. La fe del carbonero en este caso: el toro en que se cruzan en conflicto mal resuelto la casta, el genio, el temperamento, la fuerza, las grandes vergas, el trapío de tragedia, la bravura irreductible. La fiereza. Entendido todo eso de otra manera.

Mientras esté vivo el espectáculo, habrá dos bandos casi antagónicos: el de los toristas y el de los que no lo son. El torismo motejó de torerista al bando contrario. Pero el bando contrario no se ha dado casi nunca por aludido. Ni ofendido. El espectáculo torista tiene, naturalmente, una fuerza especial. Hay que tragar saliva, se seca la boca. Pensad en los dos toros del Conde de la Maza que tuvo que arrostrar anteayer Rafaelillo en el primer plato genuinamente torista de la feria de Sevilla que acaba de arrancar. Tan en serio.

La corrida de Palha no salió apacible precisamente, pero saltó dentro de ella un buen toro, tercero de la tarde, y ninguno de los dos que dieron guerra se acercó en estilo al lote taimado que con tanta entereza despachó Rafaelillo el lunes. El fondo primitivo de Palha, una ganadería con más de ciento cincuenta años de existencia, está en relativo desuso o se hace caro de ver. El refresco de Palha se hizo con dos líneas de sangre en sintonía con el toreo moderno. Una línea de procedencia Ibán y otra de origen Torrealta. Todavía quedan en la ganadería muestras activas de Pinto Barreiro. Pero no menudean tanto.

El palha de línea Ibán, como el primero de los seis de ayer, cuando sale díscolo, lo es en grado sumo. Ser díscolo es inequívoca señal de temperamento en un toro. Al aficionado de paladar torista lo que más le gusta y lo que de verdad le pone es el temperamento de un toro. Habría que matizar la frontera que separa el genio del temperamento. Otro día.

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