20 años de la retirada de Curro romero

Veinte años de orfandad

  • El Faraón eterno ve pasar la vida tras haberle ganado dos asaltos al cáncer y viendo la razón que tenía su apoderado profetizando el futuro

Este castaño de Zalduendo se tragó ese naturalísimo natural, el último natural que dio Curro Romero en su vida.

Este castaño de Zalduendo se tragó ese naturalísimo natural, el último natural que dio Curro Romero en su vida. / DIARIO DE SEVILLA

Resonaban en los oídos de todo el toreo las palabras de Curro Romero unos días antes en el Hotel Colón. "No voy a arrastrarme como una caja de pescado", sentenció. El desencuentro con los herederos de Diodoro Canorea le obligaba a dejar su casa de toda la vida y emigrar a La Algaba para el festival que María Luisa Guardiola organizaba para Andex. Veinte años se cumplen este próximo jueves de aquello sorprendente que acabó como acabó, con el inicio de una orfandad que se lleva como mejor se puede, aunque haya sido complicado soportar la ausencia de Curro en los abriles maestrantes.

Veinte años en los que se ha cumplido con creces la sentencia de Manuel Cisneros, su apoderado. "Manuel, lo mejor de haberme retirado es que podré pasear tranquilo por la calle", le decía con alivio. La respuesta del ilustrado taurino maño fue tan inesperada como premonitoria: "Que te crees tú eso. Ahora va a ser mucho peor, ya verás". Y aquello se ha ido cumpliendo de tal manera que este confinamiento que tanto nos abruma, a él le ha venido de perlas. "No sabe nadie lo a gusto que estoy sin tener que salir de casa".

Tras La Algaba, Curro sólo cogió un capote para lancear de salón una noche de flamenco 

Han pasado cosas desde aquel domingo 22 de octubre del año 2000 en que Curro decidió retirarse de la manera que llevaba prometiendo año tras año, sin avisar. Desde aquella sorprendente declaración en los micrófonos de Radio Nacional han pasado muchas cosas, bastantes más de las que suelen darse tras la retirada de un torero. Lo primero fue cómo Sevilla, bajo la agitación de Rafael Álvarez Colunga, hizo piña para que le levantasen un monumento que fue junto al patio de su casa, la plaza de la Real Maestranza. Un monumento que develó Mariano Rajoy, vicepresidente primero del Gobierno, el 1 de diciembre de 2001.

Ese día inauguró su nueva casa, situada junto a Gines en el término de Espartinas, donde contraería matrimonio con Carmen Tello el 16 de febrero de 2003. Unos días antes, Curro sorprendería al mundo con un comunicado que tenía como motivo anunciar la suspensión de la boda, anunciada para el 1 de marzo, "por causas indeterminadas", pero la tormenta fue un visto y no visto. Paralelamente, la vida de Curro transcurría con placidez salvo cuando se veía obligado a acudir a algún acto social. "Cómo me acuerdo de lo que me dijo Manolo Cisneros", lamentaba.

Todo se le complicaba por la plaga de fotógrafos que ha creado el teléfono móvil. "Todo el mundo es ya fotógrafo y no puedo dar un paso sin que me paren para hacerme una foto". Y es que raro es el artista que vea cómo su trayectoria de luces se agranda en progresión geométrica por el aluvión de partidarios que jamás le vieron torear. Un misterio más en la vida de Curro, una vida llena de misterio que tenía su cima en activo cuando nadie daba norte de él hasta que el Domingo de Resurrección aparecía en carne mortal por calle Iris como un dios laico al que viejos, adultos y niños se le acercaban para tocarle la ropa.

Iban surgiendo galardones y homenajes, como un festival flamenco en el Maestranza a beneficio de la Hermandad de los Gitanos. Esa noche del 1 de marzo de 2016 el duende bajaría con frecuencia para magnificarse cuando Curro pegó tres lances y media verónica jaleado por Lebrijano, Marina Heredia, Pansequito, Aurora Vargas, Rancapino, Miguel Poveda… Aquellos tres lances y medio al aire de la noche sevillana fueron los últimos que Curro ha dado en su vida, pues sólo esa vez retomó los avíos tras lo de La Algaba.

Y la vida transcurría, y aquellas partidas de dominó que antaño libraba en la Peña Trianera, ahora tenían al Labradores como escenario. Partidas de dominó interminables que sólo tenían la competencia del tenis. No hay partido que se pierda, se entusiasma con Nadal, le gusta mucho Thiem y se ha sorprendido últimamente con el argentino Diego Schwartzman, "que hace unas dejadas con el revés extraordinarias", pero le da igual quien juegue; se pasa las horas muertas viendo cómo la pelotita va de un lado a otro de la red. De lo que más siente es no ir al Betis, de la misma forma que ha decidido no ir más a los toros por la dificultad que le supone llegar y salir de su localidad.

Sí ve Betis y toros por la tele, sigue siendo partidario acérrimo de Joaquín y se considera admirador de Diego Urdiales y de Pablo Aguado, "los dos toreros actuales que, con Morante, son capaces de torear a la verónica con el toro picado". Su vida son recuerdos que se mezclan en la memoria no siempre ordenadamente, pero sigue afirmando que aquel toro de Manuel Camacho en San Miguel de 1964 fue su cumbre íntima en la Maestranza. "Llovía sin cesar, pero qué a gusto me encontraba en la cara de aquel toro". Rememora a Gallego, el toro de Peralta en su debut como matador en Sevilla en el 59 y de la apoteosis de los urquijos siempre destacó "cómo me sentí con el capote en el sexto".

Su vida de torero emérito se basa en la paz que vive junto a Carmen en su piso de Vega del Rey y en sus recuerdos dentro de una casa donde ya no quedan motivos taurinos, ni vestidos ni premios, nada de nada. "A veces ni me creo que yo haya sido torero, pero algo habré hecho cuando la gente sigue queriendo saber de mí. Y la verdad es que lo que más me llena no es que me elogien por lo que hice en la plaza, sino por ser una persona que jamás ha querido hacerle daño a nadie".

Su vida es Carmen, alguna comida en la Venta Pazo o en El Castillito, un templo gastronómico en Las Pajanosas. Este verano ha tenido almuerzos con sus toreros amigos, Pepe Luis, Espartaco, Manuel Escribano, Pablo Aguado o ese Diego Urdiales que no duda en coger el coche en su casa riojana y atravesar España para estar un rato con su querido Curro Romero. También la vida le ha pegado alguna cornada en forma de bichito innombrable, pero al que le ha ganado la batalla por dos veces, la última este pasado invierno.

El 22 de octubre, jueves, hará veinte años de que este dios del toreo, el torero que hizo soñar el toreo durante más de cuarenta años, dijo hasta aquí hemos llegado. Los profetas de ocasión aventuraban cada invierno que estábamos ante su última temporada, pero él callaba y sólo decía a quien podía oírle que no sabía cuándo, pero que se iría sin anunciarlo, sin rentabilizar un rosario de adioses con el puñadito de arena de la plaza de turno. Dijo Belmonte que se torea como se es y así se fue Curro del toro, sin anunciar que se iba a ir, sino diciendo "me he ido". Veinte años de orfandad y siguen naciendo curristas.

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