Coronavirus. La isla sin contagios

¿Qué gracia tiene La Graciosa?

  • La isla más pequeña de las Canarias, en Fase 1 de desescalada, ascendió de rango en 2018. Tiene 737 habitantes y ni una calle asfaltada

Un vecino graciosero, con mascarilla, por las calles de arena de La Caleta del Sebo

Un vecino graciosero, con mascarilla, por las calles de arena de La Caleta del Sebo / EFE

No es tan minúscula como la han considerado los libros escolares y el 26 de julio de 2018 fue ascendida de islote a isla, con consideración administrativa como para figurar como entidad propia y formar parte así de la Fase 1 del desconfinamiento, por delante de casi el resto del país. La Graciosa, una isla unida a diseñadores y viajeros solitarios, ha sonado en estos días más que nunca y desde hace sólo dos años es la octava isla de las Canarias.

Es idílica en su aspecto agreste, luminosa, de afilados paisajes volcánicos y con dos motas de poblados: La Caleta del Sebo y Pedro Barba, que reúnen a 737 habitantes dependientes del municipio lanzaroteño de Teguise y con un número añadido de camas que rondará el medio millar.

En pleno parque natural del archipiélago Chinijo no tiene ni una sola calle asfaltada. De hecho es el único territorio de la UE que no cuenta con carreteras.

La Graciosa no es tan 'menor' ya que con sus 29 kilómetros cuadrados tiene una similar extensión como si juntáramos a las dos ciudades autónomas, Ceuta y Melilla, y por ejemplo tiene tres veces más de superficie que si uniéramos a la vez Mónaco, Gibraltar y el Vaticano.

Estas apariciones en los decretos del desconfinamiento como núcleo aventajado junto a La Gomera, El Hierro y Formentera han puesto a La Graciosa en los mapas. Sí, está allá por arriba de Lanzarote. El lugar idóneo para alquilar un kayak y recorrer (con guía, por las corrientes) los islotes canarios deshabitados.

Dos paseantes este lunes por La Graciosa Dos paseantes este lunes por La Graciosa

Dos paseantes este lunes por La Graciosa / EFE

Desde el Mirador del Río, una cosmonáutica construcción del recordado arquitecto César Manrique, se vislumbra la silueta de esta isla recostada en el océano y que parece que fue descubierta ayer aunque ya figuraba en las cartas náuticas de principios del siglo XV, cuando franceses y castellanos merodeaban por las Canarias. Ya por entonces se llamaba así. La Graciosa (y sus habitantes, los gracioseros) no atiende a ninguna razón documentada sobre su nombre.

Es un remanso de tranquilidad, aunque haya jornadas de viento que se maldigan, horas de luz a mansalva y con todos sus relojes detenidos, así que la ‘gracia’ de su denominación puede inventarse pero sobre todo nació como un fondeadero donde nuestros ancestros paraban en ruta hacia América. El nombre de la aldea pequeña, Pedro Barba (donde no hay ni bar), procede de un navegante al servicio de la corona castellana.

El diseñador Custo Barcelona es uno de sus inquilinos habituales, llevando allá a compañeros de profesión, modelos y amigos para disfrutar de esta serenidad absoluta, entre calles de arena, pescado fresco y bicicletas, sólo bicis, que pueden adentrarse en los recovecos de una isla sin apenas árboles y que es una representación viva de un fin del mundo al que por fortuna el coronavirus no ha podido llegar.

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