TV-Comunicación

La Ruperta terrorífica

  • 'Un, dos, tres', el formato más querido por los espectadores en los 59 años de TVE, lo concibió Ibáñez Serrador como otro de sus espacios de suspense

"...Y hasta aquí puedo leer" es una frase que pasados aquellos años de Mayra aún se sigue utilizando para dejar con la intriga al interlocutor o, en el contexto político, con ironía sobre los trapos sucios del contrincante. El concurso Un, dos, tres dejó a la sociedad española un buen puñado de muletillas que están entre los recuerdos entrañables de los espectadores y aunque era un programa donde predominaban las lentejuelas y las sonrisas, su creador, director y realizador, Chicho Ibáñez Serrador, lo concebía como un programa de suspense de los que había hecho gala en series como Historias para no dormir. Recuerden, nada era lo que parecía, hasta el último minuto. Era un terror que hacía cosquillas, un juego de intriga con los concursantes como cobayas y con los sufridores en una mazmorra de tortura. Por ahí podían andar La Bombi, Raúl Sender y hasta Miriam Díaz-Aroca vestida de payaso, pero el responsable de "y si algo falla", como decían los títulos de crédito, disponía el tablero como un relato de Allan Poe, como bien supo su gran personaje, el iracundo y tacaño de Don Cicuta. Un cuento semanal de terror o de suspense, como los de Mañana puede ser verdad, al que podía añadir minifaldas o shorts, con los primeros muslos que vieron los espectadores españoles, como reclamación de modernidad, y un coche o apartamento como final feliz para poder dormir. El matrimonio Alcántara lo vivirá en la próxima temporada de Cuéntame.

El Un, dos, tres... es un punto y seguido del Hitchcock español y sus intenciones se contemplan en el origen del programa. En 1972 (el director general de RTVE era Adolfo Suárez) el concurso arrancó sin desvelarse el autor, consejo del padre, Ibáñez Menta, pero visto que el director de ¿Es usted el asesino? no iba a sufrir el escarnio, puso su nombre a las pocas semanas. Y con él, los hallazgos que se irían sumando al espacio más querido de los 59 años de historia de TVE (el cumpleaños es este miércoles).

Don Cicuta se convierte en el primer "personaje negativo" de un formato de entretenimiento en España, representación de tantos siniestros protagonistas de Historias para no dormir donde sólo era necesaria la inquietud para meter el miedo a los entonces más ingenuos espectadores. Los auditores eran habitantes de Tacañón del Todo, representación de la España reaccionaria, de donde seguro que surgieron las censoras del premiado Historias de la frivolidad (1968), a medias con Jaime de Armiñán.

La tensión predominaba en las grabaciones, sometidas a las exigencias escrupulosas del jefe. Los espectadores que pasaron por los Estudios Roma o el Estudio 1 de Prado del Rey recuerdan el sopor de tantas horas de grabaciones (y eso que las actuaciones se grababan un día antes). Tensión que se jaleaba con humor, pero evidente martirio chino que vivían sus participantes desde antes de ser presentados como amigos y residentes en... y hasta la última decisión de la subasta. Haga negocio con Kiko era el origen de la tercera y más lucida (sí, también más inquietante) parte del programa. Kiko Ledgard, el recordado primer presentador, condujo en su natal Perú un juego de elección de premios secretos que procedía de un veteranísimo formato estadounidense, The big deal y que, ya en los 90 llegó a Antena 3 como Trato hecho (presentado por el conversador Bertín). Ese remate casi de circunstancias se convirtió en la parte estelar de un programa donde para animar a los concursantes se llegaba a tener bajo la mesa una botella de vino de Málaga. Para que además el suspense diera todo su resultado en la subasta debían prodigarse también los premios malos, muy malos, y el más recurrente era la calabaza que traía de sus propias manos el avaro de Don Cicuta (que encarnó un eterno actor secundario como Valentín Tornos). El fruto de la cucurbitácea tomó forma animada, gracias a los Estudios Moro, y se convirtió en mascota con el nombre de Ruperta. Hubo otros sustitutos, pero la esencia del Un, dos, tres era esta sonriente madrastra de Naranjito, que nació ya en la segunda etapa, en color, en 1976, cuando el show iba tapando el programa de suspense que seguía preparando Ibáñez Serrador.

El realizador, siempre presente aunque anduviera por las alturas, para imponerse en el plató no tenía que gritar ni llamar gratuitamente a zafarrancho. Sus indicaciones persistentes a una azafata, por ejemplo, que podía acabar en lágrimas era suficiente para tener en alerta a todo el equipo. Y para bajar los humos a un concursante crecidito bien podía interrumpirse una prueba con algún pretexto. La atmósfera de intriga no podía perderse como sucedía con la detallada distribución del público (las más guapas, en segunda fila; los feos, arriba del todo) o con el puntilloso cronometraje y comprobación de las respuestas.

Ni el Tribunal Constitucional generaba tanto respeto a sus palabras como los Supertacañones, otra de esas muletillas que aún se oyen cuando alguien resuelve una duda. Google actúa ahora siempre de Supertacañón, pero incluso al espectador se le asomaba un rictus de compostura cuando el sonajero se quedaba en silencio.

La sombra de Hitchcock estaba en cada uno de los sueños de Ibáñez Serrador, que se deleitaba con sus presentaciones en Mis terrores favoritos, los lunes a principios de los 80, cuando la Segunda Cadena llegaba a ser más vista que la Primera. También está la sombra Rod Serling, de similar olfato y parecidas maneras al británico, creador de Dimensión desconocida y guionista de El planeta de los simios. Ibáñez Serrador rodó en 1976 ¿Quién puede matar a un niño? una de las más logradas cintas de terror del cine español. En 1974, de la frustrada serie Historia para pensar, rodó El televisor, sátira terrorífica y profética sobre el consumo televisivo, grabada a la conclusión de la jaleada primera etapa del Un, dos, tres.

Como ejemplo de esa intriga que fabricaba en cada minuto, cada vez que el concurso despedía etapa Ibáñez Serrador dejaba lejano, en el aire, el regreso. En todas las ocasiones menos en la de 2004, cuando el Un, dos, tres fue cancelado por ir bajando en los índices de audiencia cada semana. Aquella fue la muestra de que los recuerdos es mejor a veces dejarlos en las estanterías de la memoria.

Ya en los 80 el realizador fue suavizando la pátina de suspense (que retomó en parte entre los secretos de Hablemos de sexo) y el Un, dos, tres acabó como un simple show, el mejor show que llegaba a tener la cadena pública. Lo El semáforo es mejor no tocarlo.

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