Celta-Sevilla | La crónica

El Sevilla pesca un punto paliativo y celebra que 2022 acaba (1-1)

Los sevillistas celebran  el gol del empate, de Kike Salas.

Los sevillistas celebran el gol del empate, de Kike Salas. / Salvador Sas (Efe)

Que el equipo con el cuarto presupuesto de Primera celebre la Nochevieja con tantos puntos en la clasificación como uvas sin pepitas para las campanadas debe mover a la más profunda preocupación. Y es lo que harán los sevillistas en la medianoche donde morirá 2022. Tomarse una uva por cada punto. Y aún pudo sobrar una si Kike Salas no cabecea a la red un saque de esquina para restablecer la igualada en Vigo, en la vuelta a la cruda realidad de la Liga.

Es pavoroso. Doce puntitos después de haber litigado por 45. Con la cuarta plantilla más cara de los veinte. Indignante. Cada sevillista puede pedir un deseo para su equipo por cada una de esas uvas. Y le faltarán para quedarse tranquilo, tal es el cúmulo de deficiencias que muestra partido tras partido este equipo descompuesto y quebradizo que es tan víctima de Monchi y Castro como de Sampaoli, que no termina de exprimir más rendimiento a jugadores que algo más, aunque sea poco, guardan. Y que toma decisiones que él solo ve, como volcar a Rafa Mir a la izquierda (por la derecha, todavía) y cambiarlo por Suso para cercenar cualquier capacidad para el 1-2 e incluso poner en serio riesgo el empate.

Un dolor, un terrible dolor causa hoy ver jugar a este Sevilla que siembra cada partido de acciones técnicas impropias de la máxima categoría del fútbol español. En controles, toques, ilógicos movimientos y perniciosas decisiones. Como la que tomó Jesús Navas en su enésima cesión forzada atrás, en la banda, que arrojó a los pies de los caballos a José Ángel para que el canterano abrochara su mal partido con la segunda amonestación. Corría el minuto 86 y el Celta compensó jugar con un fuerte viento en contra con la superioridad numérica. Cierto es que Fran Beltrán ya estaba tocado en ese arreón final de los olívicos y que Carlos Carvalhal ya había agotado los cambios, pero también deambulaba por la yerba Suso. Y eso condiciona.

El partido acabó con una jugada digna de lo que hoy es el Sevilla. Una indecisión entre Gudelj y Bono, que despejó con el pie como pudo un balón en lugar de atraparlo. Plasmó la debilidad mental, la inseguridad que atenaza al equipo ahora mismo.

Acudir a Vigo con sólo trece fichas del primer equipo, entre sanciones y bajas de jugadores de cristal que se lesionan leyendo el periódico deportivo, es más responsabilidad de Monchi que de Jorge Sampaoli. Pero manejarse sobre el prado pontevedrés de forma tan lánguida, desmañada e indigna, en definitiva, también está en el debe del entrenador argentino, que en la previa se animaba con la evolución del colectivo en este paréntesis por el Mundial sin que el equipo, luego, justificara ni de lejos su optimista vaticinio.

El volcánico preparador de Casilda, vista la precariedad en el número de efectivos, sobre todo en la retaguardia, optó por una defensa de cinco. Con Jesús Navas y Acuña pegados a la cal, Gudelj ejercía, o trataba, de líder con la escolta de José Ángel y Kike Salas. Por delante, Joan Jordán y Fernando en la sala de máquinas, Óliver algo más adelantado y volcado a la derecha, con Rafa Mir pululando sin sentido por el flanco siniestro y En-Nesyri como (desmochada) punta de lanza.

El aire siempre le sopla en contra a este Sevilla a la deriva, lo que le puede salir mal le va a salir mal, y el partido ya se le empezó a torcer con el lanzamiento de la moneda al aire. El Celta atacó en la primera parte con el fuerte viento a favor y ese factor climático hizo temblar aún más a los de rojo.

El Celta tardó en soltarse. Todos le presentan sus respetos a un equipo habituado a Champions. Pero en cuanto aprietan, saltan las costuras: Larsen cede atrás de tacón con la línea sevillista adelantada, Iago Aspas detecta el pasillo interior (¿cuántos goles le van a hacer al Sevilla entrando por el corazón de la zaga?) y su enorme servicio lo aprovecha el joven Gabri Veiga para picar la pelota ante Bono, que apenas la roza (33’).

Sampaoli sí acertó con la entrada de Lamela por En-Nesyri y el desplazamiento de Mir al área. El argentino dio salida con sus conducciones, Acuña apareció a su lado. Y el campeón del mundo fue el único que entendió que había que probar desde lejos a Marchesín: dos veces chutó y las dos lo puso en aprietos. También cedió atrás, en un centro de Navas al segundo palo, para que Lamela enganchara una volea que el portero argentino desvió como pudo en el córner previo al gol (54’).

Tras ese testarazo girando el cuello de Kike Salas que devolvió las tablas, el Sevilla tuvo en su mano la llave del partido. El Celta se enroscó por el viento. Pero nadie volvió a tirar en el Sevilla, que sólo tiene una cosa que celebrar: acaba el maldito 2022.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios