La levantá

Estigmatizados por un germen que nos fortalece moral y espiritualmente

Señor de las Tres Caídas.

Señor de las Tres Caídas.

No hay catecismo ni catecúmeno, seglar o religioso, que pudiera vaticinar el ambiente tan familiar con el que nos íbamos a preparar para la celebración de la liturgia más importante de los cristianos, la Vigilia de la Pascua de Resurrección. La presencia y ataque del coronavirus a nuestra sociedad ha ocasionado un cambio radical entre la conexión de nuestras tradiciones seculares y los cultos inherentes a la conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.

Una vez impuesto sobre nuestra frente el símbolo que representa la fugacidad de la vida, nos envolvimos en tintes litúrgicos de luto y penitencia para, a su vez, sumergirnos en la frenética actividad que los cofrades vivimos en nuestras casas de hermandad y parroquias, acompañados de oración, ayuno y caridad. Los latidos de nuestros corazones se anticiparon a los movimientos del segundero de nuestros relojes, deseosos de que se produjeran las inminentes salidas procesionales. Este año, debido al ataque de un virus desconocido para los humanos, el sonido de las manillas de nuestros relojes se han quedado haciendo un silencioso eco en nuestros refugios cofrades y templos, visualizando nuestras debilidades y dejando de morir algo muy nuestro.

Con las invencibles armas de la fe y unos sentimientos cofrades derribados, afrontamos este virus que no entiende ni de razas, ni de etnias, ni de religiones; no respeta nuestras manifestaciones públicas de fe. En su contra, nos ha marcado un antes y un después, dignificando nuestra escala de valores y anteponiendo a lo material lo moral y espiritual, logrando sembrar con más fuerza el valor de la familia.

Pasada la tristeza y conmoción creada al no poder realizar este año nuestras estaciones de penitencias, unido a la confusión y miedos que nos ha generado la presencia de este nuevo microbio, es cuando con más orgullo debemos avanzar juntos. Con la solidaridad por cruz de guía, la lucha y el perdón por atuendo de nazareno y con el acompañamiento de incensarios que nos impregnen de un fragante olor de amor fraterno. Ahora es momento de reflexión, de valorar lo que tenemos y cuanto tenemos. Con más ímpetu que nunca, debemos continuar contribuyendo en el mantenimiento del paraguas que de manifiesto ha quedado que nos protege a todos, el Estado de Bienestar.

Debemos continuar el itinerario de nuestras particulares y permanentes estaciones de penitencias por las iluminadas autopistas de la fe. Nos esperan sinsabores y entradas triunfales, desencuentros y encuentros donde podremos limpiar nuestros incorrectos comportamientos, así como compartir nuestras buenas acciones. Repostemos ayunos de malos deseos y devoremos nuestras diferencias con muestras fehacientes de perdón y buenos comportamientos, teniendo presente en nuestra hoja de ruta que hasta que no entendamos que cada día es diferente y cada amanecer es una nueva oportunidad, no florecerá en nuestro interior un microorganismo benigno que nos haga dejar de vivir de espaldas a la realidad.

Cuando podamos pasear libremente por la orilla del nuestra playa del Rinconcillo, cuando en compañía de una reunión de amigos podamos tomarnos un café en una de las terrazas instaladas en nuestra Plaza Alta, con la majestuosa Torre de la Palma por testigo y, atestiguando el momento, la emblemática Capilla de Ntra. Sra. del Rosario de Europa, y cuando podamos volver a expresar nuestros sentimientos más profundos con efusivos besos y abrazos, un nuevo estilo y concepto de vida nos habrá atrapado, convirtiéndonos, realmente, en ricos y afortunados.

Volvamos a vivir, un año más, con humildad y sin miedos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús Nazareno, con la vista puesta en un nuevo, diferente y más humano Pentecostés.