La segunda ola del coronavirus | En primera persona

Un día más, desde Madrid

  • Rafael L. González Graciani es un estudiante internacional de la Universidad de California, Berkeley y la Universidad Carlos III de Madrid cursando un Doble Grado en Derecho y Estudios Internacionales

  • Presidente desde 2018 al 2019 del Comité Nacional de España del Parlamento Europeo de los Jóvenes y actualmente, asistente de investigación del Centro de Políticas de Desarrollo de la Universidad de California, Berkeley.

Un día más, desde Madrid

Un día más, desde Madrid / Pawel Kuczynski

Un día más de universidad, Cercanías destino Sol desde el sur de Madrid, y mi abuela desde Sevilla pidiéndome por favor que tenga cuidado allá por donde vaya. Se empieza a ver la luz al compás de las escaleras mecánicas que me elevan a la Puerta de Sol desde esa boca con forma de tiburón. Todos los pasajeros cubiertos miramos hacia abajo. Cada uno en su propio universo a la merced de un destino que no nos da un respiro. Miradas de policías al cielo, en un incomodísimo e inusual silencio que se quiebra por la megafonía de la estación.

No hay sol allá donde camines en la Puerta; hay niebla, oscuridad, frío y lluvia. Un panorama irónico, un tanto paradójico, pero sin duda alguna, bastante esclarecedor de la realidad social que invade nuestro país. La del millón de casos, la de la economía más golpeada del primer mundo, la de la caída prevista del 12.8% del PIB cuando veníamos creciendo desde hace seis años al 3%, la del 26.1% en riesgo de pobreza según el último Informe AROPA. La España donde casi uno de cada dos personas de mi generación no tiene trabajo y que decir de proyecto de vida (40.45% de paro juvenil según la última Encuesta de Población Activa).

Cuando bajas por la Carrera de San Jerónimo se divisa la primera España. Restaurantes que habrán vivido cuatro veces mi vida con cristaleras llenas de pegatinas y con un cartel de ‘cerrado temporalmente’ a punto de besar el suelo. Una Carrera recién peatonalizada en su primer tramo totalmente desierta a merced de la orfandad de locales abiertos al público.

Y sigues bajando cual testigo de una verdadera escena de crimen. En una recién renovada Plaza de Canalejas, no hay más que taxis vacíos con una luz verde que parecen nunca apagarse y de repente, gente. Por primera vez, me detengo, hay gente agolpada. Intento cruzar como puedo y a lo lejos ya se ve el rótulo de uno de los pocos establecimientos abiertos en la Carrera de San Jerónimo: el Centro de Salud Las Cortes. Pasas de refilón entre el autobús y la acera. La gente hace cola para un PCR ante una puerta donde solo acierto a ver un papel salpicado por la lluvia: ‘¡No personal, riesgo inminente!’. La Carrera no ha terminado.

Ventura de la Vega, con Carrera de San Jerónimo. Un hotel de gran lujo cerrado a cal y canto hace esquina. Allí donde había colas interminables de taxis y turistas de todos los rincones dando oxígeno a nuestra primera industria. Allí ya no hay nadie. Bueno sí. Me detengo en un paso de cebra y allí está. Una médica vestida de astronauta, sentada en el acerado, cabeza apoyada en la pared, mirada pérdida en la cola de pacientes a la espera de una prueba. La miro, ella me mira. Asiento sin saber que hacer intentando transmitir no sé muy bien qué. Ella también asiente y veo en sus ojos cómo sonríe. Saca su teléfono y llama a alguien, mete su cabeza entre las piernas, completamente encorvada. Que imagen, que primera España, como duele el alma.

Y de repente, gente corriendo. ¡Que pasa ahora! A sí, hoy creo que en la radio habían dicho que había no sé qué de una moción de censura para recuperar mi país de un régimen bolivariano o algo parecido. Al final de la Carrera de San Jerónimo se consiguen ver esos dos leones entre la niebla, y muchos focos, muchas luces. Parece que alguien importante sale del Congreso, allí van las cámaras que me empujan mientras camino. Me acerco, y solo consigo escuchar palabras acabadas en ‘ista’: socialista, comunista, propagandista y alguna que otra más. También dice algo de dos Españas. Algo de que tenemos que elegir si queremos un futuro mejor para nuestros hijos librándonos de las cadenas del comunismo, ¿o había dicho fascismo? Se marcha el político y la reportera se sienta a esperar a que salga alguien más de ese edificio imponente al final de la Carrera.

El edificio sede de la otra España, la segunda: la España ciega. La de la moción y sus réplicas dándole voz, la del historicismo, la del choque de trenes, la de los unos y los otros, la de o vas conmigo o contra mí. La España de las tribus, como diría Vargas Llosa. La de los bloques de rojos y azules opresivos que hacen tabula rasa de nuestras propias ideas, nuestro espíritu de trabajo, nuestras convicciones, imaginación, inventiva, ambición, diligencia, personalidad, o carácter. La España binaria. La que somos cero o uno. Aquella que como diría Karl Popper, añora el espíritu tribal de aquel mundo tradicional. Cuando el ser era aún ‘una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderoso de turno (ahora vestido de chaqueta), que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal en la manada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua’.

A lo lejos la médica que estaba sentada en el bordillo ya no está. Las dos Españas no están en el Congreso, las dos Españas están en la Carrera de San Jerónimo, a tan solo un paso de cebra de separación.

Si miras hacia la Puerta del Sol, la España cerrada, agotada, exhausta, de manos en la cabeza y palpitaciones en el corazón, de miradas entre nosotros que son agua de mayo. La España del sufrimiento, la España de si ahora no nos miramos, cuando lo haremos. La España de astronautas en tierra a orillas del asfalto mojado.

Y a lo lejos, si miras hacia Neptuno, llena de focos, la España ciega. La España que sin fractura no vive. La España política, la de los insultos vacíos con 200 fallecidos diarios. La España donde el gato depende del ratón tanto como el ratón depende del gato. La España que mira atrás constantemente sin saber lo que tiene delante de sus narices. La España de los políticos, de las que dejamos de ser sus clientes para ser su producto. La España que nos enfada, que nos divide, que nos enemista, la España mediocre. Y allí siguen ellos. Piando en una jaula custodiada por leones que no cesarán en su llamada a la(s) tribu(s), aunque estemos todos consumiéndonos física, psicológica y espiritualmente poco a poco.

Vuelvo atrás y parece que, en la primera España, la cola ya es menor mientras varios siguen esperando a los resultados en plena calle. Dos minutos separan las dos Españas. Aun así, se escuchan desde allí los ecos de no sé qué de Franco y las cunetas.

Sigo andando, si no me quedo sin tiempo para estudiar. Además, hoy me han dicho en la universidad que casi uno de cada dos compañeros no tendrá trabajo cuando acabemos después de dos grados, una movilidad fuera de mi país, y alguna que otra práctica. No quiero ser ese uno. Me llama mi abuela, ¿todo bien cariño, has tenido cuidado, las clases bien? ‘Todo bien Abu, le respondo, un día más’. ‘A ver si te veo en Navidad’, me dice cuando empiezo a meterme en otra boca de metro. ‘Abu, hablamos luego, que se corta’. Llamada fallida, un día más. Sí, también la de la tribu.

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