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Tres entrenadores después, casi todo sigue igual

  • Marcelino se devana los sesos para enterrar un mal arraigado en el proyecto desde hace años, el deficitario sistema defensivo · Su obsesión era un problema asiduo con Álvarez y Manzano.

El problema puede que no sea la defensa. ¿Se lo habrán llegado a plantear dentro del club? El problema puede que esté en una raíz más profunda, menos expuesta a la erosión del exterior, y que tiene más que ver con la propia concepción del equipo, del modelo, del sistema. No quiere esto decir que la temporada vaya a ser ya un fracaso. Sólo se han disputados dos jornadas y este equipo en manos de Marcelino dará alegrías a sus aficionados. Pero es una señal. Son señales que el Sevilla da, pero no de ahora, sino que lleva bastante tiempo avisando.

Minimizar el debate a la debilidad de la defensa es enmarcar el cuadro dejando dos lados con el lienzo al desnudo. Porque no debe ser ya una cuestión pasajera cuando se han traído a los futbolistas se supone que idóneos (Medel) y se le han dado las llaves del coche a tres entrenadores distintos.

Porque el Sevilla, desde que, en el mismo estadio en el que el sábado arrancó un empate con sabor a derrota, debutó Antonio Álvarez, el sistema defensivo ha sido el caballo de batalla del proyecto, el hijo descarriado que sigue adelante gracias al trabajo de toda la familia y, sobre todo, a la brillante carrera de sus futbolistas de ataque. Se molestarán muchos con esta afirmación, pero el sistema defensivo le falla al Sevilla desde la marcha de Manolo Jiménez, que bien es cierto que ya en su última etapa, con Zokora como panacea del fútbol agresivo, empezó a dar síntomas de que la polilla había entrado en la madera.

El controvertido entrenador de Arahal sumó otros defectos, muchos, pero no se le puede achacar que no edificara su edificio desde abajo, y siempre se le exigió que alineara a dos delanteros, justo lo que ahora se le pide a Marcelino que no haga de vez en cuando. Pero la llegada de Antonio Álvarez, a falta de once jornadas para el final, supuso quizá un cambio demasiado dramático en el funcionamiento del equipo abanderando una apuesta por el buen trato a un balón que, en realidad, no tenía porque no lo recuperaba nunca. Aquel debut en Villarreal fue desastroso. Con Renato y Romaric en el medio centro, el Sevilla ya iba derrotado a los 30 minutos.

Cuando llegó Gregorio Manzano, algunos iniciados daban por hecho que, por su trabajo en Mallorca, reforzaría el centro del campo prescindiendo de un punta, pero poco a poco fue demostrando que no, que no era, ni por asomo, su idea. Comenzó apostando de nuevo por Renato y Romaric, se desengañó pronto con Cigarini y acabó jugando muchas veces con Kanoute de medio centro (obligándolo a un sobreesfuerzo dañino para él y para el equipo) y -cómo no- con dos puntas, Negredo y Luis Fabiano. Y cuando parecía que la llegada de Medel iba a ayudar a cerrar la sangría defensiva, el Sevilla bajó el telón de la temporada con 61 goles en contra en la Liga (un récord histórico) y la mayoría de los partidos con tres goles encajados aun con el chileno en el campo.

No tenía que ser muy espabilado Marcelino para ver, desde la distancia, dónde tenía que apretar las tuercas en el caso de que fuera él el elegido por Monchi. Fue el asturiano el triunfador final del casting convocado para sustituir el vacío dejado por Bielsa -sí, Bielsa- y se puso con toda la ilusión del mundo y más a trabajar para curar esa infección crónica en el enfermo que no remite ni ante el más fuerte de los antibióticos.

Pero de momento, la diferencia con sus dos predecesores en este asunto es su tremendo enfado en las ruedas de prensa. Algo es algo. Evidentemente, no es suficiente. En cuatro partidos oficiales el Sevilla no ha conseguido terminar ninguno con la portería a cero y ha recibido en total seis tantos, tres en Liga y tres en la Europa League. Queda, por tanto, mucho camino por recorrer para mejorar este defecto que quita el sueño al entrenador y tiene inquieto a Monchi.

Se mantiene y quiere seguir manteniéndose fiel a su figura geométrica en el campo, ese 4-4-2 que tanto debate focaliza en la visualización de uno o dos delanteros cuando a lo mejor la llaga donde poner el dedo está en otro sitio. ¿Los extremos? Puede ser.

En un fútbol en el que nadie juega ya por las bandas, el Sevilla puede que esté cayendo en el pecado del ombliguismo, de no bajarse del burro y de convencerse de que sigue teniendo a los mejores extremos de la Liga. Por pura geometría, está demostrado que un jugador con la salida sólo hacia el lado contrario a la cal ve reducidas a más de la mitad sus opciones de desborde si los apoyos no son los suficientes. Kanoute no está ya para, como en los tiempos de los títulos, pegarse al extremo y ofrecer esa línea de pase. Y el resultado es que las bandas, Jesús Navas y Perotti, se ven abocados a hacer siempre la misma jugada: ganar (si pueden) la línea de fondo y centrar al área (tampoco son grandes pasadores tipo Míchel o Joaquín).

Prescindir de una de las alas o que, simplemente, busquen el balón en el centro como Borja Valero hizo el sábado haría que el Sevilla ganara en capacidad de sorpresa y puede que hasta en consistencia defensiva por simple equilibrio en número de jugadores con el rival. Si siempre se dijo, o al menos los antiguos lo decían, que los partidos se ganan en el centro del campo, ¿por qué el Sevilla se empeña en jugar con menos futbolistas que nadie en esa zona?

El nudo gordiano en el proyecto sigue sin que nadie logre deshacerlo. Es evidente que Marcelino es quien más empeño está poniendo en ello porque, a diferencia de sus dos antecesores, ha visto que el problema está ahí. Algo es algo.

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