EL LEGADO DE UNA ARISTÓCRATA

Nobleza obliga

  • Heredera de uno de los grandes ducados, la ‘duquesa roja’ dedicó su vida a la Historia y a la defensa de las injusticias. El vizconde de Almocadén retrata a esta mujer a la vez que desmonta tópicos sobre la nobleza.

El sobrenombre de la duquesa roja, según contaba la misma Isabel Álvarez de Toledo, lo acuñaron a medias un corresponsal de la agencia internacional Reuters y un redactor de Efe. Cuando el primero se interesó por la personalidad de la aristócrata española en los años en que fue encarcelada por encabezar la manifestación antiamericana por el accidente nuclear de Palomares (Almería), allá por 1966, el periodista español respondió lacónico: “¡Ésa... Ésa es una roja!”. Así se plasmó en un titular.

La XXI duquesa de Medina Sidonia, nacida en Estoril (Portugal), donde vivían exiliados sus padres, y heredera de uno de los títulos más antiguos de toda España, que data de 1445, no respondía a la imagen de una señora enjoyada y lánguida que alza el dedo meñique cuando bebe té rodeada de personas de su clase. Incluso este concepto está obsoleto entre la nobleza del siglo XXI. Pero no todos suscriben el apodo que el imaginario colectivo ha asumido durante décadas de esta mujer. Adusta, enjuta, de sobria vestimenta y con un finísimo humor, invirtió sus últimos 30 años de vida estudiando, clasificando, leyendo y completando los más de seis mil legajos y seis millones de documentos que alberga uno de los archivos privados más importantes de toda Europa. Internet como herramienta de divulgación de su obra fue uno de los últimos hallazgos de su vida.

Una vida de novela

A los 20 años la duquesa heredó el palacio de los Guzmanes, donado por Fernando VI hace ocho siglos a Alonso Pérez de Guzmán. Tuvo que hacerse cargo, además, de un ingente y polvoriento legado documental que ella trasladó al palacio de Sanlúcar de Barrameda, al que ha dedicado su vida. Pese a su condición de noble de una de las casas más importantes de España mantuvo una férrea oposición antifranquista, que la llevó incluso a la cárcel. Su sensibilidad con la injusticia social queda reflejada en su novela La huelga, sobre las prácticas caciquiles en la Andalucía de esa época.

“No era una roja. Era una persona con enormes inquietudes, con una personalidad única, fascinante. Una contestataria que se erigió en justiciera y que ha realizado una labor enorme en el Archivo ducal de Medina Sidonia para que no se pierda la gloria de la historia de nuestro pueblo”. Quien así la recuerda es Manuel Domecq Zurita, vizconde de Almocadén y representante de una nobleza preocupada por mantener vivo aquello que fraguaron sus antepasados. A sus 75 años, este caballero de trato exquisito y elegante porte habla de “Isabel” para referirse a la duquesa que falleció el pasado 7 de marzo a los 71 años. “Se hacía querer. Yo la quería mucho. Se ha muerto de repente...”

Sentado al fresco en un luminoso patio porticado del jerezano palacio de Camporreal, Domecq Zurita no responde a la imagen del noble de revistas del corazón. “Eso no es nobleza, es puro chisme”. Excelente conversador “pero no charlatán”, el vizconde de Almocadén alaba esta misma cualidad de la duquesa de Medina Sidonia. “Era una persona inteligentísima. Una vez consiguió callar al mismo Octavio Paz”, recuerda de una visita que realizó el premio Nobel mexicano al palacio de este aristócrata gaditano.

“Estábamos unas 12 ó 14 personas en casa almorzando: la familia y nuestro invitado. Sería allá por el ochenta y pocos. Después de comer Isabel nos convidó a tomar café en el palacio de Medina Sidonia en Sanlúcar. Y fue entonces cuando comenzó a soltarle a Octavio [Paz] toda su teoría sobre el descubrimiento de América, básicamente que Colón no había descubierto el Nuevo Mundo. Octavio le objetó en un par de ocasiones, pero ella, insistente como era, siguió soltando todo su rollo hasta que el poeta y ensayista prefirió mantenerse al margen y guardar silencio”.

Manuel Domecq fue uno de los primeros que supo de las investigaciones que la duquesa plasmó en obras como No fuimos nosotros o África versus América, donde sostenía que el continente americano no fue descubierto por el navegante genovés y que se comerciaba con él mucho antes de 1492. “Colón sabía perfectamente adonde iba –dice el jerezano–; no iba a las Indias, iba a aquel lugar en cuyos mares habían aparecido marineros muertos. Pero de ahí a decir lo contrario...”

Es aquí donde Manuel Domecq Zurita cierra los ojos y evoca sus años en México, cuando estuvo trabajando en Latinoamérica en la internacionalización de los vinos de su familia. “A finales de los 60, en México defendían la arquitectura del siglo XVII. Incluso protegían edificios del siglo XX cuando en España, durante el franquismo, se derruían uno a uno palacios en la Castellana de Madrid, en Jerez o en Sevilla para poner en su lugar edificios horribles. Todo el mundo tendría que pasar unos meses en América para conocer la grandeza de este país, para hacerse personas, para valorar de dónde venimos. Todos somos nobles. Todo noble fue pueblo antes, todos venimos de Grecia, Roma, el Cristianismo y un toque árabe y con eso está todo dicho”, dice para añadir a reglón seguido que “no se puede vivir de las rentas, hay que ganarse el título”, argumenta. Nobleza obliga.

La entrega a una causa

El vizconde de Almocadén es un apasionado lector. “Todo libro parte de la Biblia, el Quijote, Shakespeare y Moliére”. Además, es amante del flamenco “de Manuel Morao a La Paquera pasando por Terremoto”. Pero no todo es ocio. La empresa a la que dedica sus vida estos años es mantener ese palacio para la historia, un edificio con estancias en las que parece que el tiempo paró hace siglos, entre ellas una biblioteca que huele a historia, con más de seis mil volúmenes, muchos de ellos escritos por autores como Revel, Arrabal o Paz, que han honrado al anfitrión. “Conservar un edificio así es un disparate económico pero el principal motor es el amor, el cariño a los valores de la familia”. Como él, otras ramas de la nobleza andaluza han dedicado a mantener el legado del que son herederos: la casa de Medinaceli con la Casa Pilatos en Sevilla o el marquesado de Tamarón con el castillo de Arcos (Cádiz) son algunos de los casos.

Pero la obra que tenía entre manos la XXI duquesa de Medina Sidonia fue calificada de disparate por muchos. “Siempre hizo lo que quiso hacer y luchó toda su vida por la libertad, basada en el conocimiento”, responde Mariuca Cano Olivera, delegada de Cultura del ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, que ya trabaja en varios proyectos en memoria de Isabel Álvarez de Toledo, entre ellos un premio de investigación del archivo con su nombre. Mariuca Cano, profesora jubilada de Historia del municipio gaditano, ha tenido la suerte de compartir con la duquesa horas en un archivo con 700 años de historia “pulcro, ordenado, amplio”.

“Tienes la sensación de que la historia entera de España y Europa se te cae encima. Cuando tienes la oportunidad de trabajar con uno de los legajos un libro de texto se te queda obsoleto. En concreto yo lo hice con el 1118 referente al castillo de San Salvador. Quieres acudir a las fuentes, no a las interpretaciones que han hecho otros de la historia. Esta es la mejor manera de enseñar esta disciplina. No sólo es una pérdida para el pueblo. Lo es para la cultura de España y de toda la humanidad”, dice Mariuca.

Una humanidad que desconoce lo que esos legajos han presenciado como testigos mudos. “Juan Luis Galiardo estaba en Sanlúcar representado A la luz de Góngora y se alojaba en la hospedería que habilitó el palacio de Medina Sidonia. Cuando el actor se vio rodeado de tanta historia comenzó le recitó entero el Polifemo y Galatea del poeta cordobés. La duquesa escuchó y dijo: ¿Sabes que Góngora le dedicó esa obra a un antepasado mío?”. Así era y la recuerdan: locuaz y sorprendente.

Si para el vizconde de Almocadén era Isabel, para el pueblo de Sanlúcar de Barrameda era “la duquesita”. La duquesa de Medina Sidonia, marquesa de Villafranca y de los Vélez, entre otros títulos, y tres veces Grande de España “era una persona muy querida, cercana y también irónica hasta el punto de ser sarcástica según que temas”, explica Mariuca. En efecto, Isabel Álvarez de Toledo venía de vuelta de muchas cosas.

Casada en 1955 con José Leoncio González de Gregorio y Martí, tuvo tres hijos: Leoncio, conde de Niebla; Pilar, duquesa de Fernandina, “la persona más bella que he conocido”, valora Manuel Domecq; y Gabriel, hijo con el que la duquesa mantuvo conocidos desencuentros que llegaron a los tribunales. Cuentan fuentes que no quieren identificarse que al nacer su último hijo le dijo a su marido:“ya has hecho lo que debías, ahora vete”. Era atípica, sí. Pero nada de lo que hizo respondía a excentricidades de un quijote loco entre novelas de caballerías. Según Mariuca Cano, “el futuro de la fundación de la Casa de Medina Sidonia está asegurado. Y como era su deseo, el Archivo no se moverá de Sanlúcar. El Ayuntamiento, la Diputación de Cádiz y la Junta de Andalucía garantizan el futuro del legado de la duquesa y de la Fundación”, cuya presidenta es ahora Liliane Dahlmann, su secretaria con la que la noble se casó en articulo mortis y la que más cerca ha estado de ella y de su obra en los últimos 25 años. Aunque no tenga sangre azul y su lema no sea nobleza obliga.

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