OPINIÓN. AUTOPISTA 61 POR EDUARDO JORDÁ

Cotorras verdes

En muchas ciudades andaluzas, las ruidosas cotorras de Kramer (pido perdón por el nombre, pero no me lo he inventado yo) han invadido parques y jardines hasta ahora bastante más tranquilos. Las he visto en Málaga y en Sevilla, aunque no en Granada, pero supongo que no tardarán en llegar si no han llegado aún. Estas cotorras son aves procedentes de Argentina y Paraguay, que a veces se confunden con los periquitos y los loritos verdes. Yo he visto anuncios de venta de cotorras a cincuenta euros, y supongo que fueron algunas de esas cotorras, al escaparse o al ser puestas en libertad por sus dueños, las que fundaron las nuevas colonias en territorios hasta entonces ocupados por tórtolas o mirlos, un poco a la manera de lo que hicieron los Padres Peregrinos que huyeron de Inglaterra y fundaron en el Nuevo Mundo las colonias iniciales de los Estados Unidos.

Estas cotorras de Kramer son aves de una resistencia sorprendente. A pesar de que proceden de climas tropic

ales, se han adaptado a las zonas muy frías, y ahora se las puede ver alborotando en el cielo de Chicago, en pleno invierno, cuando se dedican a picotear las bayas de acebo cubiertas de escarcha. Las cotorras no emigran con los cambios estacionales y se adaptan al frío, al calor, a las sequías y a las lluvias. Y además son muy rápidas, más rápidas que todas sus competidoras. Las tórtolas, que son más lentas y que llegaron de Turquía hace más o menos un siglo, no pueden con ellas y se estén batiendo en retirada. Y los mirlos, que llegaron más tarde a nuestras ciudades (hace veinte o treinta años, quizá), también tienen problemas para defender su territorio. Yo tengo la suerte de tener un mirlo que me hace de despertador. Cuando lo veo revoloteando cerca de casa, le doy ánimos para que no deje llegar a las ruidosas y molestas cotorras, aunque sé que no podrá hacer nada. Él actúa en solitario, o todo lo más con su pareja. Las cotorras siempre actúan en bandadas, como los hinchas de fútbol y los agentes de bolsa. 

Cuando Joseph Conrad viajó al Congo recién colonizado por los belgas, se encontró con los primeros agentes coloniales que comerciaban con las remesas de marfil y de oro. A medida que fue conociendo a los jefes de aquellos agentes, Conrad se preguntó qué cualidades hacían falta para llegar a serlo. Al poco tiempo descubrió que no hacía falta ninguna cualidad, sino tan sólo tener la resistencia física suficiente para sobrevivir a la malaria y a las incomodidades. Igual que las cotorras de Kramer.

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