historia | la iglesia frente al franquismo

El informante secreto del obispo rebelde

  • Añoveros se negó a revelarle a la Policía franquista quién le había pasado el informe que usó para su polémica pastoral sobre el injusto panorama social en el campo. "Antes me corto la lengua", dijo el prelado

Ha venido la Policía a preguntarme que quién me ha pasado el informe, le advirtió un día el obispo Antonio Añoveros al joven y recién ordenado sacerdote Juan Cejudo. Sostienen que lo ha escrito una célula comunista que se ha infiltrado en esta zona, le explicó. Les he respondido que no les diré nada. "¡Antes me corto la lengua!".

Juan Cejudo recuerda ahora en Cádiz, cincuenta años después, aquella conversación con Antonio Añoveros. En la mesa, junto a los cafés, reposa el informe que él redactó entonces, muy ajeno a lo que iba a hacer con ese texto el obispo; muy lejos de sospechar que se iba a convertir en un documento clandestino a cuyo autor buscaba la Policía franquista. Son seis páginas mecanografiadas. Una joya documental.

Lo que Añoveros hizo con el informe fue usarlo como base para una pastoral que levantó una gran polvareda, que soliviantó a los caciques y a los latifundistas, pero que en 1968 lo llevó a ser nombrado personaje del año por el periódico Pueblo y por la revista Mundo. Eran tiempos oscuros para quien osaba contar la verdad. Y lo que el obispo denunciaba en su pastoral, lo que Juan Cejudo había visto y relatado, era ni más ni menos una imagen del campo, de la vida en el campo, que chocaba frontalmente con la versión oficial franquista.

La pastoral comenzó a fraguarse en 1966, cuando Juan Cejudo, joven inquieto, terminó sus estudios en el seminario de Cádiz y decidió que aún no quería ser ordenado sacerdote. Añoveros le permitió ir a La Línea, al barrio La Colonia, y allí estuvo tres meses como diácono. Al cabo, Juan escribió un informe sobre lo que había visto, sobre el chabolismo, y se trasladó a la zona rural de Vejer. Tenía unos 24 años de edad. Con el párroco, Francisco Muñoz, el diácono conoció cómo era la vida en Jandilla, donde residían trabajadores de una finca de Pedro Domecq, y en otros pequeños núcleos vejeriegos y de cercanos municipios de La Janda: Librero, Cañada Ancha, La Barca, La Muela, Soto, Santa Lucía, Parralejos, Las Lomas, Nájera, Cantarranas, Roche, El Colorado, El Palmar...

Esos y otros lugares los menciona Juan en el informe que escribió en mayo de 1967, al término de su estancia. Quería dejar claro que los había recorrido todos, que sus impresiones no estaban limitadas por el contacto con un poblado, con una excepción en el campo gaditano. Juan relataba que los habitantes de esos núcleos rurales vivían aislados casi totalmente de la civilización durante la mayor parte del año. Que salvo un par de meses que iban al pueblo a disfrutar de su casa, vivían el resto del año en chozas, en condiciones antihigiénicas, sin luz, sin agua, sin váter, con caminos vecinales intransitables. Se había dado el caso en El Palmar de que a una mujer que iba a dar a luz de madrugada, con hemorragia, no podían llevarla a Conil porque el río estaba alto y bloqueaba el camino.

Los vecinos de esos núcleos, decía Juan en su informe, eran discriminados por la gente del pueblo y por la gente de dinero. Los muchachos son rechazados por las chicas porque ellas no quieren nada con camperitos, anotaba. En general, el trato era cruel. He visto, contaba, llegar a un hombre con su crío de dos años a hombros desde cerca de ocho kilómetros o más para vacunarlo. Llegó al sitio de vacunación diez minutos tarde y el practicante, que acababa de terminar, le dijo con malos modos al hombre que no le vacunaba a su hijo porque él no podía perderse la corrida de toros que daba la televisión; que hubiese llegado antes. El hombre tuvo que regresar a casa con el niño sin vacunar.

El diácono explicaba que los hombres, en su mayoría, tenían un trabajo inseguro y que eran objeto de abusos. Mencionaba un caso: un hombre quiso solicitar una beca para su hijo y dijo que ganaba al año 15.000 pesetas. En la Alcaldía y en Sindicatos (el sindicato vertical, único permitido) le negaron la firma: no querían confirmar esa declaración de ingresos. El maestro y el párroco comprobaron, no obstante, que los datos eran ciertos. El hombre trabajaba siete meses al año, ocho si venía bueno. El ingreso proporcional para su familia era de 41,65 pesetas al día.

Esto, anotaba Juan, le ocurre a la masa de obra eventual que existe en el campo, donde, además, abundan los pequeños propietarios con terrenos que no dan para vivir: la penuria es tal, que quien tiene dos o tres fanegas de tierra puede considerarse satisfecho.

No era mejor el panorama de la enseñanza. Muchos niños tienen que ayudar a sus padres, bien guardando pavos, sembrando chícharos o garbanzos, señalaba el informe. Recogimos una vez en el coche a una niña de 9 años, muy colorada, que venía del campo de sembrar garbanzos. La escolaridad es, por esa razón, muy irregular. Los niños no llegan a los conocimientos propios de su edad.

Juan había observado una total ausencia de conciencia social. Los jornaleros se ven privados de derechos elementales que incluso las mismas leyes les reconocen; no los exigen por temor al despido, afirmaba. En las empresas agrícolas existe un servilismo impresionante. Los degrada en su dignidad.

Sin quitar nada de fuerza a lo anterior, precisaba el informe, se aprecia un aumento del nivel de vida. La moto sustituye a la bicicleta, la televisión a la radio, la casa de mampostería a la choza... Pero eso se da en comerciantes, medianos propietarios, transportistas... La gran masa del pueblo vive muy lejos de esta promoción.

Todo esto influye en los campesinos a la hora de pensar en su cristianismo, indicaba el diácono. Contaba que fueron a Roche a dar misiones y que no asistía casi nadie. Un hombre les explicó el porqué: "Mi hijo ha estado trabajando todo el día. Tiene que venir en bicicleta. Cuando llega aquí es ya de noche. Es él quien lleva la casa y no tenemos para comer. ¿Usted cree que él puede tener ganas de ir a escuchar vuestras charlitas?".

"Al ver los problemas tan tremendos que existen en el campo y cómo la Iglesia local apenas hace nada de cara a esos problemas humanos, uno se queda un tanto asombrado", escribía Juan.

Las notas del joven llegaron a manos del obispo de Cádiz, que por esas fechas ya había comenzado a airear problemas sociales y a demandar soluciones. Apenas dos meses antes, a punto de comenzar abril, Añoveros había publicado una pastoral que sacaba a la luz la oculta y escandalosa realidad de la vivienda en la ciudad de Cádiz: 3.150 familias (había 27.349 censadas) habitaban en viviendas con una única habitación; 6.133 carecían de servicios; 5.450 residían en pisos sin ninguna ventilación... El obispo decidió que el informe de Juan Cejudo bien podía servirle para su siguiente aldabonazo.

Pero al diácono no le dijo nada. En junio lo ordenó sacerdote. Juan se fue a Tarifa, donde había otro cura que también caminaba por sendas nada convencionales: Antonio Troya.

Añoveros se puso entonces a trabajar con el informe. Y en agosto de ese año 1967 soltó el bombazo. La agencia Logos difundió un teletipo con una noticia sobre la nueva pastoral del obispo de Cádiz. La mayor parte de la prensa, toda controlada por la dictadura, la acogió con la prudencia habitual pero algunos periódicos nacionales optaron por arriesgarse. Entre estos no estaba La Vanguardia. "Instrucción pastoral sobre el campo del obispo de Cádiz", tituló a dos columnas, por abajo. "Señala deficiencias en la actual situación agraria", apuntaba un tímido subtítulo. Los lectores de Abc se toparon en cambio con un titular impactante que abría una página: "Muchos obreros agrícolas, por temor a las represalias de los propietarios, no se atreven a reclamar sus derechos, dice el obispo de Cádiz". Dos subtítulos apuntalaban la sorprendente afirmación. Uno: "Personas de conciencia cristiana, ritualista o moralizante, se muestran poco sensibles ante flagrantes transgresiones sociales".

La noticia (el mismo texto en Abc, La Vanguardia y otros periódicos) arrancaba con una conclusión del obispo Añoveros: "El campo ofrece socialmente un panorama sombrío". Lo que venía a continuación era la descripción que había aportado Juan Cejudo pasada por la pluma del prelado. Añoveros no sólo le había dado crédito a lo que le había contado el diácono, ya sacerdote: hacía suyo el relato y lo gritaba.

Las reacciones ante tamaña osadía no tardaron. "Ningún empresario agrícola consiente una choza en su finca", afirmaba, en nombre de "miles de labradores grandes y pequeños", Manuel Halcón, que abrió el fuego en las páginas de Abc. El señor Añoveros "debe saber" que "si de verdad hay algo defendido de una manera total en la España de hoy son los derechos de los trabajadores", respondía el hombre, que se identificaba como "labrador de tipo medio". Ya lo había dicho el ministro de Agricultura, señalaba: que los obreros del campo "jamás estuvieron defendidos como hoy están, y equiparados a los de la industria".

Las cartas y artículos a favor y en contra del obispo se sucedieron en varios periódicos. La polémica superó con mucho el ámbito gaditano y andaluz. El 6 de septiembre, Diario de Cádiz publicó completa la pastoral del obispo. Y unos días después reprodujo una carta abierta, tomada de El Correo de Andalucía, en apoyo de Añoveros.

Juan Cejudo seguía en Tarifa. Fue entonces cuando el obispo, en una de sus reuniones, le contó hasta dónde había llegado la marea: la visita que le había hecho la Policía en busca de información (Añoveros mencionaba en su pastoral que le habían pasado un informe) y cómo él se había negado a revelar su fuente. Juan no se escondió: escribió una carta que publicó Abc en defensa de su obispo. Pero al tiempo puso a buen recaudo el informe: le entregó los folios a un amigo y éste ocultó el peligroso y clandestino documento en su chalé de Chiclana.

A finales de año, el alcalde de Cádiz, José León de Carranza, viajó Barcelona para someterse a una operación. La polémica aún no se había apagado. Un periódico le hizo una entrevista y le preguntaron sobre la pastoral de Añoveros. Carranza explicó que en su ciudad no había diferencias de clase, que tal vez en algún pueblo aún existía esa absurda separación de clases, "a menudo influida por el propio temor de los modestos a acercarse a los que denominan señores". Por ejemplo, dijo, "yo observo que en las cacerías a las que concurro, en las que se reúnen con los cazadores un centenar de batidores, se adopta un trato afable, cual supone el carácter abierto entre ricos y pobres gaditanos".

El alcalde pintaba un panorama sobre la vida de los trabajadores del campo muy distinto al denunciado por Añoveros: "Lo que ganan en verano, aun siendo, en época de escasez de mano de obra, muy superior a las bases impuestas, es lógico que se lo gasten en vivir un poco menos mal y lleguen a los crudos días del invierno sin dinero. Pero, ¡tampoco es para exagerar!, porque en las tiendas de comestibles tiene crédito todo aquel que es buen trabajador, y así nunca le faltará al menos el pan y otros alimentos de primera necesidad".

En enero de 1968, Añoveros respondió con un artículo a esas declaraciones de Carranza. Y después, en mayo, escribió una segunda pastoral sobre el problema de la vivienda en Cádiz en la que mencionaba casos concretos que rebatían el autobombo del discurso franquista. Diario de Cádiz también la publicó completa, a toda página, unos días antes de la inauguración de la barriada de La Paz. Allá que fue luego el obispo a bendecir el acto, justo al lado del señor ministro de la Vivienda.

"Era un obispo con una valentía excepcional", ha escrito en su blog Juan Cejudo. ¿Cómo lo definiría en pocas palabras?, le pregunto. "Necesitaría varias frases. Sólo con decirle que hablo de Añoveros y me emociono... Lo llevo en mi corazón".

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