Provincia de Cádiz

El hilo invisible y eterno m. muñoz fossati

Es muy conocida la anécdota, pero no me resisto a contarla. El escritor inglés Patrick Leigh Fermor comandó durante la II Guerra Mundial el grupo que se encargó en Creta de secuestrar al general Kreippe, jefe de las tropas alemanas invasoras en esa isla griega. En un descanso en el duro camino que los llevó a través de las montañas hacia el puerto que había de evacuar al militar a Egipto, Kreippe comenzó a recitar en latín una Oda de Horacio, y para su sorpresa, el que parecía rudo guerrillero continuó y acabó el recitado perfectamente. Obviamente, los dos enemigos bélicos habían estudiado con provecho el Latín. La coincidencia, natural en dos personas leídas de la épcoa, hizo mucho más fácil la culminación de la operación.

Digo yo que no habría que esperar a que ocurrieran acciones de guerra para darnos cuenta de la importancia y la vigencia de las supuestas lenguas muertas, y más si simplemente caemos en la cuenta de que algunas como el latín y el griego son en verdad nuestras propias lenguas. Nadie pretende hablar en latín en los tiempos actuales, pero tener un mínimo conocimiento del idioma de los antiguos romanos me hizo sonreír, e incluso sentir la engañosa emoción de estar por un momento en medio de un peplum, cuando oí por primera vez a los italianos actuales saludarse con un casi imperial Salve!

Es igualmente gratificante escuchar a los alumnos que todavía hoy eligen con entusiasmo el Latín y el Griego como asignaturas optativas decir que lo hacen porque les gusta, porque vibran con la etimología de las palabras, porque viven un descubrimiento cada vez que comprenden el origen de una palabra. Porque de pronto se sienten conectados, con un hilo invisible e inmortal, con los humanos que construyeron calzadas, con los artistas aquellos que idearon y realizaron el Partenón, con los que empezaron a enseñarnos el mundo con la Filosofía y el Teatro. Y con la democracia.

Y una palabra, una sola, no digamos ya una lengua, tiene ese poder. Si no las cuidamos, nos perderemos en la historia como el astronauta al que se le rompió el cordón con su nave. Para siempre, irremisiblemente.

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