Provincia de Cádiz

Cuatro días de septiembre

  • Topete y Prim, a bordo de la fragata 'Zaragoza', inician en Cádiz la sublevación contra Isabel II

  • La fuerza de Artillería se mantuvo leal a la Reina

Desde que el Gobierno de González Bravo acordara el destierro del duque de Montpensier a Lisboa y el de destacados generales a Canarias, apenas dos meses antes, extraño era el día que no se hablaba de una sublevación contra la Reina Isabel II.

En esta ocasión, sin embargo, los rumores parecían ser ciertos. Algunos aseguraban que los buques de la Armada, fondeados en la Bahía de Cádiz, estaban a la espera del regreso de los generales desterrados a Canarias para levantar la bandera de la Revolución. Otros manifestaban que el general Prim, desterrado en Inglaterra, había regresado a España y que ya se encontraba a bordo de la fragata Zaragoza.

17 de septiembre

La presencia en la población de numerosos forasteros y destacados liberales de la provincia hacían crecer esos rumores de levantamiento contra Isabel II y la inquietud era evidente por toda la ciudad.

Sobre las doce de la mañana, grupos de paisanos, algunos de ellos armados con cuchillos y fusiles, comienzan a reunirse en la plaza de San Antonio dando vítores a la Revolución. El secretario del Gobierno Civil, acompañado de un jefe de la Guardia Civil, inspectores, celadores y vigilantes, acude a la plaza y pide reiteradamente a los vecinos que se dispersen y marchen a sus casas.

Lejos de obedecer, el alboroto sube de tono y a la una de la tarde llega una sección de la Guardia Civil, que procede al despeje de la plaza. Los guardias detienen a Ramón de Cala y otros destacados cabecillas liberales y proceden a conducirlos a la cárcel.

Mientras tanto, el brigadier Juan Bautista Topete Carballo, capitán del Puerto de Cádiz, se encuentra a bordo de la fragata Zaragoza, fondeada en la Bahía, y al tanto de la situación en la ciudad. Allí es informado de que el vapor Buenaventura esta próximo a llegar procedente de Canarias con los generales liberales desterrados por el Gobierno a bordo. También conoce la llegada de Prim a Gibraltar y que se dirige a Cádiz en un vapor.

A media tarde, Topete considera que ha llegado el momento y que no debe aguardar más tiempo. Firma un manifiesto dirigido a los gaditanos en el que anuncia la sublevación de la Marina y exige la convocatoria de Cortes Constituyentes. Copia de este manifiesto es llevado rápidamente desde la Zaragoza hasta la ciudad en las pequeñas embarcaciones del Club de Regatas de Cádiz, cuyo presidente era el mismo Topete, para su entrega al vecindario y, en particular, a los comprometidos en la sublevación.

En el Gobierno Militar, a esa misma hora, se encuentran reunidos el gobernador militar de la plaza, mariscal de campo Joaquín de Bouligny, y el gobernador civil, Francisco Belmonte. Allí conocen la postura de Topete y acuerdan la declaración de Estado de Sitio. Deciden a continuación comunicar la situación por telegrama urgente al Gobierno de Madrid y pedir refuerzos al capitán general de Andalucía y Extremadura, Francisco de Paula Vassallo. Boulygny y Belmonte confían que los regimientos de la plaza de Cádiz permanezcan leales a la Reina Isabel II y que la situación pueda volver a la normalidad.

En esa tensa situación comienza a oscurecer. Los grupos de paisanos, conocedores del manifiesto de Topete y de la pronta llegada de Prim, deciden esperar acontecimientos y pasar la noche alerta en establecimientos próximos a la plaza de los Descalzos y plaza de la Libertad.

18 de septiembre

Apenas pasadas las doce de la noche, procedentes de Gibraltar, llegan a la fragata Zaragoza en un pequeño vapor el general Juan Prim y los políticos Práxedes Mateo-Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla. De inmediato se comunica a los comprometidos con la sublevación, y que aguardan en la ciudad, que Prim ha llegado y que se encuentra al frente del movimiento. Esta labor de enlace, entre los buques fondeados en la Bahía y la población, es realizada por los socios del Club de Regatas de Cádiz, con Carlos Haurie a la cabeza y secundado eficazmente por los paisanos Asquerino, Paúl y Angulo, Cisneros y el capitán Sánchez Mira.

En la cámara del comandante de la Zaragoza, todavía de madrugada, el general Prim firma un manifiesto dirigido a todos los españoles en el que proclama la revolución y pide a los ciudadanos que tomen las armas. No obstante, Prim, Topete, los jefes de la Marina, y los políticos Sagasta y Ruiz Zorrilla deciden aguardar a bordo de la fragata Zaragoza que la fuerzas militares de Cádiz se sumen a la sublevación, ya que los oficiales del regimiento de Cantabria, con sede en los cuarteles de las Puertas de Tierras, han dado su palabra.

También aguardan la llegada del vapor Buenaventura, que había sido enviado a Canarias para traer a la península a los generales deportados por el Gobierno, lo que esperan se produzca de un momento a otro.

Mientras tanto, en el Gobierno Militar de Cádiz, las autoridades leales a la Reina Isabel II se preparan para abortar una sublevación que parece inminente. A las siete y media de la mañana, un piquete de la fuerza de Artillería fija en los lugares de costumbre el bando de la Autoridad Militar declarando el Estado de Sitio. El bando advierte que todo auxilio a la rebelión o desobediencia será juzgada con arreglo a las leyes militares.

Una hora más tarde, a las ocho y media, el mariscal de campo Bouligny ordena la publicación de otro bando en el que, tras anunciar que 'algunos individuos de la Armada' se han situado fuera de la Ley, prohibe la formación de grupos en las calles y ordena que todas las personas que tengan armas la entreguen de manera inmediata en el parque de Artillería. El bando ordena además que todos los forasteros que se encuentren en Cádiz sin causa justificada abandonen la ciudad inmediatamente.

A la una de la tarde, las fragatas Zaragoza (capitán de navío Malcampo); Villa de Madrid (Capitán de navío Rafael Arias), Tetuán (capitán de navío Victoriano Sánchez Barcáiztegui), Lealtad (capitán de navío Fernando Guerra), vapores Isabel II (capitán de fragata Florencio Montojo), Ferrol (capitán de fragata Isidoro Uriarte) Vulcano (capitán de fragata Adolfo Guerra), goletas, Santa Lucía ( teniente de navío Francisco Pardo), Edetana (teniente de navío Buenaventura Pilón) Ligera (teniente de navío Vicente Montojo) y Concordia (teniente de navío Manuel Vial) y otros buques de menor porte, con la marinería cubriendo las vergas y la insignia de Topete ondeando en la Zaragoza, disparan una salva de 21 cañonazos anunciando a la población la sublevación de la Escuadra.

La alegría en la ciudad es enorme y, pese a los edictos, grupos de paisanos recorren las calles dando vítores a la Marina y a la Libertad. Un paisano, Atilano Vallador, se destaca entre todos llegando a romper los edictos fijados por Bouligny en las esquinas. Los grupos recorren durante buen rato algunas calles de la ciudad, en especial las del barrio de la Viña, contagiando a los vecinos de su entusiasmo.

Por la tarde comienza a decaer la alegría. Los regimientos de la plaza de Cádiz permanecen en sus acuartelamientos y no parecen sumarse, por el momento, a la sublevación de la Marina. Se teme, además, que puedan llegar los refuerzos solicitados por la autoridad gubernamental.

Sobre las seis de la tarde comienza a llover y las calles quedan desiertas. Solamente unos pequeños grupos de paisanos, comprometidos con Prim, aguardan en el barrio del Balón, ya que se les asegura que el Regimiento de Cantabria se sublevará durante la madrugada

19 de septiembre

El regimiento de Infantería Cantabria tiene su sede en el cuartel de San Roque, en las Puertas de Tierra. Varios de sus oficiales, entre los que destaca por su actividad el teniente Melgares, están comprometidos con el general Prim para sublevar el regimiento.

A las dos de la madrugada comienza el movimiento en los cuarteles. Los rebeldes detienen al coronel y a varios de sus oficiales y proceden a encerrarlos en sus respectivos dormitorios. Solamente opone resistencia un teniente coronel, pero desiste de inmediato a la vista de la superioridad de los comprometidos con Prim.

El cuartel del regimiento de Cantabria, ya sublevado, abre sus puertas a las tres de la madrugada. Grupos de paisanos acuden a las murallitas de San Roque, frente al acuartelamiento, para dar vítores a España, Prim, la Soberanía Nacional, Cádiz y la Marina.

Al frente de las tropas se coloca el coronel Merelo, hombre de confianza de Prim y que había estado escondido en la ciudad durante varios días. Merelo ordena a los soldados que se dirijan por la muralla hacia la Puerta del Mar y que se envíe un bote a la Zaragoza para comunicar a Prim y Topete la sublevación de las tropas. Ordena a continuación al teniente Melgares que acuda al Ayuntamiento para hacerse cargo del edificio y de la Guardia de Principal allí existente. Seguidamente coloca centinelas en las azoteas y balcones de la plaza de San Juan de Dios y manda poner en libertad a Ramón de Cala y demás liberales que se encuentran en la Cárcel. De esta liberación se encarga el capitán de Infantería de Marina, Borrero, fogoso liberal que se había fugado dos días antes del castillo de Santa Catalina y que había permanecido escondido en la ciudad hasta el momento del pronunciamiento.

Merelo establece su puesto de mando en la Puerta del Mar. Desde allí envía, poco antes del amanecer, dos compañías de Cantabria a la Casa Aduana, donde se encuentra el Gobierno Civil de la provincia. Junto a los militares marcha un grupo numeroso de paisanos con armas, a cuyo frente se encuentran Carlos Haurie, Rafael Guillén, Fermín Salvochea, Bohórquez, Barra, Beranger, Morera, Moreno, Lavaghi, La Rossa, Matheu y González. Nadie ofrece resistencia.

El gobernador civil, Francisco Belmonte, comprende que es inútil la lucha y se dirige al oficial al mando de las tropas para confiar la seguridad de su esposa e hijos a la cordura e hidalguía de los vencedores. El oficial da su palabra de honor y la familia de Belmonte pasa a las habitaciones particulares sin temor a ser molestados.

Mientras tanto, el comandante de Artillería Bolaños y el capitán de Artillería Sánchez Mira, al frente de grupos de paisanos armados, recorren las calles de Cádiz para comprobar que reina perfecto orden. Bolaños, en la calle Ancha, pistola en mano y dando vítores a la Libertad, ordena a los guardias de vigilancia y serenos que secunden el movimiento y que acudan a la plaza de San Juan de Dios para recibir órdenes de las nuevas autoridades.

A las seis de la mañana, en un pequeño bote, llegan a la Puerta del Mar Prim y Topete. La banda de música del regimiento de Cantabria ataca el Himno de Riego entre continuas ovaciones y vítores. Prim y Topete salen a la plaza de San Juan de Dios, que a esa hora es ya un hervidero de público. Entre aplausos y vítores, ambos se dirigen a la Casa Aduana acompañados de una verdadera multitud. Prim tiene que salir repetidamente al balcón principal para recibir las aclamaciones de los vecinos.

Mientras tanto, el gobernador militar, Bouligny, se hace fuerte en el castillo de Santa Catalina, con parte de la fuerza de Artillería que decide permanecer leal a la Reina. Hasta allí acude, sin armas ni tropas, el brigadier Topete, solamente acompañado de los tenientes de navío de su Plana Mayor, Pedro Pastor y Landero y Ángel Oreyro. Tras larga entrevista, Bouligny resigna el mando y pasa arrestado a su domicilio. El regimiento de Artillería, que sigue leal a la Reina Isabel II, es autorizado a salir de la ciudad y marchar en correcta formación a la vecina población de San Fernando.

Sin un solo tiro, la ciudad de Cádiz queda en manos de la Revolución. Sin embargo, se teme que desde Sevilla el Gobierno envíe tropas y así se anuncia por telegrama.

A las cuatro de la tarde, los revolucionarios reciben una nueva alegría. El Vigía de la Torre Tavira anuncia la llegada del vapor Buenaventura, que debe traer a bordo a los generales deportados.

Topete ordena que el vapor Vulcano, al mando del capitán de fragata Guerra, acuda a recibirlo. Desde la muralla, los vecinos observan el intercambio de saludos y que la marinería del Vulcano sube a las vergas para saludar al general Serrano. Los generales pasan todos al Vulcano, que pone proa a la ciudad.

Dueños por completo de la situación, Prim adopta sus primeras determinaciones. Dirige un bando a la población para tranquilizar a los vecinos indicando que toda la provincia de Cádiz está en armas y ha secundado el movimiento revolucionario. Termina su proclama con los voces de ¡Viva el pueblo! ¡Viva el Ejército1 y ¡Viva la Escuadra Nacional!

A continuación nombra una Junta Provisional para que atienda los servicios más urgentes y administre la localidad. Presidente de dicha junta es nombrado Juan Bautista Topete, vicepresidentes, Pedro López y Pedro Víctor Pico, vocales, Manuel Francisco Paúl, José de Sola, Juan Valverde, conde de Casa Brunet, Pablo Tosso, Ramón de Cala, Joaquín Pastor, Rafael Guillén, Antonio Pérez de la Riva, Julián López, Antonio Augusto Lerdo de Tejada, Eduardo Benot, Manuel Mac Crohon, Horacio Alcón y Francisco Lizaur.

Prim acuerda también nombrar gobernador militar de la plaza de Cádiz al mariscal de campo Rafael Primo de Rivera. Para ocupar el puesto de gobernador civil y jefe político de la provincia es designado Práxedes Mateo Sagasta. Las nuevas autoridades deciden que brigadas de marinería, con sus oficiales al frente, recorran las calles de Cádiz para garantizar el orden público.

Los alumnos del Instituto Provincial de Enseñanza, contagiados del entusiasmo popular, piden a sus profesores que suspendan las clases. Concedido permiso, recorren alegremente las calles acompañados por la banda de música del Hospicio.

En la Casa de Telégrafos se produce un incidente. El jefe de Telégrafos, Félix Garay, manifiesta su lealtad a la Reina y al Gobierno de González Brabo, por lo que entrega la oficina a su segundo y marcha a su domicilio.

Sobre las seis de la tarde comienza de nuevo a llover sobre Cádiz. El público reunido en la plaza de San Antonio a la espera de las iluminaciones extraordinarias anunciadas para celebrar la sublevación marcha a sus domicilios y la fiesta es suspendida. En la Casa Aduana, Prim y Topete reciben a los generales, que han desembarcado del Vulcano y llevados a la Puerta del Mar en una falúa, y comienzan a elaborar el plan para extender el movimiento a toda España.

San Fernando está con la Revolución desde el primer momento. El general Primo de Rivera ha encabezado el movimiento al frente de los batallones de Infantería de Marina y la marinería de la Carraca. Incluso se han apostado cañones Armstrong para impedir la llegada de tropas gubernamentales.

Los noticias son todavía muy confusas. Algunos telegramas indican que Sevilla se ha unido a los sublevados. Otros, por el contrario, señalan que el capitán general de Andalucía ha dispuesto la salida hacia Cádiz de dos batallones del Regimiento de Bailén y que esas tropas han subido al tren para combatir a los sublevados de Cádiz.

20 de septiembre

A medida que avanza la madrugada, las noticias que llegan no pueden ser más favorables para los sublevados de Cádiz. Por la mañana queda confirmada la sublevación de Puerto Real, Algeciras y Jerez.

El Puerto de Santa María se pronuncia también a favor de Prim y Topete. En esta población se producen algunos desórdenes y los jesuitas del colegio allí situado deciden que los niños internos sean llevados a casas de caritativas familias portuenses hasta que puedan ser recogidos por sus padres. Los religiosos toman un pequeño vapor y se acogen a la caballerosidad e hidalguía de la Marina. Sacerdotes y religiosos de la Orden Jesuita quedan a salvo de posibles agresiones en uno de los buques de la Escuadra fondeado en la bahía.

A media mañana desaparece cualquier temor a una reacción inmediata del Gobierno de Isabel II, ya que el telégrafo confirma que Sevilla ha tomado partido por la Revolución. Las tropas de la guarnición sevillana, a las órdenes del general Izquierdo, se han unido al movimiento iniciado en Cádiz y no hay que temer el envío de regimientos para combatir a las fuerzas pronunciadas en nuestra ciudad.

Todas estas noticias son comunicadas a la población desde el balcón principal de la Casa Aduana y acogidas con grandes aplausos.

Prim, Topete, Serrano y los demás jefes de la revolución conocen la adhesión de importantes ciudades y poblaciones y comienzan a tomar disposiciones para consolidar la revolución.

Prim decide embarcar en la Zaragoza y salir de inmediato para los puertos del Mediterráneo y sublevar las tropas. Le acompañan a bordo, Nouvilas, Milans del Bosch, Mena y Zorrilla, Campos, Gamíndez, Pavía, Sánchez Lafuente, Hidalgo, Barbachano, Pascual y el escritor Federico de Madariaga en calidad de cronista.

Por su parte, el general Serrano, duque de la Torre, parte hacia Sevilla para organizar las tropas y dirigirse a Madrid.

A las once de la noche regresa a sus cuarteles de la Bomba la fuerza de Artillería que no se había sublevado y que Prim y Topete habían autorizado a salir de Cádiz. Lo hace en correcta formación y plenamente identificado con la nueva situación. El público se agolpa para vitorear a los artilleros en el paseo del Peregil y reclama que la banda de música ataque el Himno de Riego. Sin embargo el coronel manifiesta que dicho himno no figura en el repertorio.

En el teatro del Balón hay función extraordinaria en honor de los marinos y militares sublevados y los vecinos celebran en las calles la nueva situación política.

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