Tribuna

Jaime Batlle

Consultor en Recursos Humanos

No tenemos ese tiempo

La máxima se cumple siempre: cuando no hay tiempo, el manejo de la realidad deja de depender de ti

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No tenemos ese tiempo

A MENUDO, quien más quien menos suele hacer una valoración del entorno en el que vive, cuestión que suele abordarse desde los extremos y en función de filias y fobias sujetas a alineaciones fundamentalmente de carácter ideológico, de tal forma que simpatizar con una opción política es algo así como ser del Algeciras o la Balona, pongo por caso.

Los datos ciertos, aunque irrefutables, están sujetos a interpretación en función de esa misma posición ideológica, bien sea por rechazo sistemático o adhesión inquebrantable. El análisis, no obstante, conviene que sea mesurado, coherente y alejado de pasiones orientadas a los extremos.

Que vivimos en un país maravilloso, no cabe duda. La calidad de vida en términos generales es de las más altas del mundo. Nos hemos dotado de un sistema jurídico-político que, aunque con mucho recorrido de mejora, se sostiene y la seguridad física personal no es un problema, lo cual tiene un gran valor. Nuestro sistema sanitario es un modelo en muchos sentidos y el entorno cabe decir que es estable. Pero, dicho esto, debemos estar alerta.

Los indicativos de cómo va realmente un país bien podrían ser su sistema jurídico y nivel democrático, factores a los que se suman la deuda total, la productividad, su calidad del sistema educativo, su estructura de generación de PIB, el nivel de desempleo, su investigación, la coherencia política y su estructura empresarial.

En seguridad jurídica y nivel democrático no parece que estemos demasiado mal, aunque hay aún mucho margen de mejora, fundamentalmente en la forma que entiende nuestra clase dirigente de ejercer la democracia y su acción política.

El nivel de deuda es excesivamente elevado, lo cual se agrava por el origen externo de la deuda pública y un déficit fiscal desmesurado, origen en gran parte del apalancamiento, al no generar lo que gastamos.

La estructura de generación de PIB es origen de serios problemas, como una tasa de paro muy elevada, especialmente del juvenil, una tragedia que alcanza al 40% de nuestros jóvenes y nos sitúa como el segundo país a la cola de Europa.

La productividad es otra asignatura pendiente, ligada a un sistema educativo desfasado e ineficaz y al hecho de que nuestra estructura empresarial es muy mejorable, al ser pequeñas el 90% de nuestras empresas. Necesitamos que sean más grandes para ser más competitivas, innovar y exportar mejor, algo que es incompatible con el tamaño actual de nuestros negocios, más que empresas propiamente dichas, lo que va unido a la carencia endémica de capital industrial no especulativo, que es el que invierte en I+D+I y el más interesado en que el sistema educativo sea de calidad, para nutrir la demanda de trabajadores, técnicos y cuadros directivos cada vez más especializados.

El resultado es una débil arquitectura económica, insuficiente para mantener el estado de bienestar de un país tan grande en términos de población como el nuestro. Es un pez que se muerde la cola, porque las estructuras productivas no generan lo suficiente y, en consecuencia, hay que recurrir a la deuda pública para pagar gastos corrientes, lo que drena la inversión en educación e investigación, que a largo plazo sería altamente rentable y que es la base que sostiene a los países más avanzados.

Nuestra estructura productiva es vista por nuestra clase política no tanto como un potencial y sí como un elemento extractivo, a la vez que la penaliza vía impuestos y favores sectoriales, como al eléctrico o el financiero, con el consecuente impedimento para un despegue sano que permita financiar inversiones rentables a largo plazo, (buen uso de los fondos Next, por ejemplo, en este momento) justo lo que la clase política no está en condiciones de hacer, porque sus objetivos están orientados a corto.

No pinta bien, en parte porque los cambios estructurales en un país necesitan un mínimo de diez años para rentabilizarse y me temo que no tenemos ese tiempo porque estamos a las puertas de tres escenarios de entidad lo suficientemente contundente como para adentrarnos en un cambio de paradigma.

Estos tres escenarios son la transformación digital, la adecuación del sistema productivo primero y de pautas de consumo después respecto a los ODS -derivados del cambio climático- y la incógnita de carácter sistémico, que puede llevar a un dopaje económico insostenible, basado en inyectar liquidez a las empresas y estados que lo necesitan generando deuda pública.

En los tres escenarios estamos mal colocados. En digitalización no estamos a la vanguardia, aunque tampoco lo está la UE. Nuestra estructura productiva y el elevadísimo endeudamiento público no parecen los mejores aliados para acometer una transformación y adaptación a las exigencias que el cambio climático impondrá económicamente y nada parece indicar que vayamos en la senda de reducir deuda. No digamos si se produjera un escenario sistémico desfavorable, como que la inflación se descontrolase al alza.

No sabemos si dispondremos de ese tiempo, pero la máxima se cumple siempre: cuando no hay tiempo, el manejo de la realidad deja de depender de ti.

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