Tribuna

Daniel Guerra Sesma

Politólogo

La ruptura de los frentes

Normalmente, al socialismo español no le ha ido demasiado bien cuando se han acercado demasiado a los nacionalismos periféricos

La ruptura de los frentes La ruptura de los frentes

La ruptura de los frentes / rosell

E N el reciente debate de investidura, Pedro Sánchez dijo que había elegido las alianzas que había rechazado anteriormente porque no tenía otra opción ante la fragmentación del nuevo Congreso, sobre todo de carácter territorial. Ciertamente, el pueblo ha elegido ese Parlamento, pero la política de alianzas la ha decidido el Partido Socialista. La opción de apoyarse en CS y PP estaba ahí, pero la rechazó en dos días. Contra lo anunciado antes de las elecciones, los socialistas eligieron a Unidas Podemos como socio de gobierno y comenzaron las negociaciones con ERC. Formalmente, el Gobierno salido de esa investidura es legítimo. Políticamente, algo de fraude ha habido entre lo prometido y lo cumplido luego por el PSOE.

No es razonable exigir a PP y CS su abstención con el señuelo de evitar el apoyo de ERC cuando el PSOE fue el primero en mover ficha. Los demás se han adaptado a ese rápido movimiento, más pensado por Sánchez para evitar una contestación interna en su partido ante los magros resultados obtenidos. Sin embargo, no debemos pasar por alto que el principal responsable es Albert Rivera, que en la anterior legislatura podía haber suplido el veto al PSOE con un pacto de centroizquierda apoyado por un mínimo de 180 diputados. De aquellos polvos estos lodos.

En España, más que naciones hay nacionalismos, que son los que las crean. La estructura política profunda de nuestro país, más que el sistema de partidos o el institucional, es la existencia singular de los tres nacionalismos históricos más relevantes: el español, el vasco y el catalán, con sus variedades internas. Siguiendo a los profesores Linz y Núñez Seixas, podemos decir que son tres nacionalismos dominantes en sus territorios de influencia, pero que no han culminado sus respectivos procesos de nacionalización. Ni el español, por la debilidad de liberalismo del siglo XIX, ha conseguido que todos los españoles nos sintamos como tales, ni el vasco y el catalán han conseguido nacionalizar a más de la mitad de sus sociedades. Los tres nacionalismos persisten y gobiernan, normalmente, sus territorios. Pero el español no llega a crear un Estado nacionalmente uniforme, ni el vasco ni el catalán consiguen la independencia ni la conversión de España en un Estado plurinacional de soberanías compartidas.

Históricamente, esto se ha traducido en una difícil coexistencia y en una relación conflictiva entre los tres nacionalismos, con algunos períodos de cooperación. En la última legislatura del PP, y ante el desafío separatista catalán, pareció configurarse dentro del nacionalismo español un frente constitucionalista, que culminó en el apoyo a la aplicación del artículo 155 y en la participación de los tres partidos en las manifestaciones de Societat Civil Catalana en Barcelona.

Pues bien, el futuro de España saldrá de un diálogo entre los tres nacionalismos, por encima de las instituciones, o bien de una reforma constitucional pactada por los tres partidos constitucionalistas (tienen mayoría para ello, aunque deben asumir el riesgo de someterla a referéndum). Es decir, para encarar el desafío separatista catalán y las reivindicaciones de plurinacionalidad, o se adopta una actitud dialogante con los nacionalismos periféricos, o bien un agrupamiento de los partidos constitucionalistas para defender el Estado de Derecho sin contar con ellos. Ambas opciones son arriesgadas, pero es inevitable elegir: o la una o la otra.

El Partido Socialista ha decidido establecer un diálogo con ERC para intentar resolver el problema catalán. Con ello rompe el frente constitucionalista, pero también el independentista, pues JxCat y la CUP se han manifestado contrarios. La estrategia de éstos es la del enfrentamiento con el Estado, por lo que cualquier mesa de diálogo la entienden como una traición de botiflers. Las 155 monedas de plata que Rufián vaticinó contra Puigdemont si convocaba elecciones en octubre de 2017 se giran ahora contra él y su partido.

Veremos hasta dónde llega la estrategia del diálogo con ERC. Normalmente, al socialismo español no le ha ido demasiado bien cuando se han acercado demasiado a los nacionalismos periféricos. Azaña intentó una alianza republicana con ERC en el bienio progresista (1931-33), pero durante la Guerra Civil expresó su amarga decepción con los nacionalismos vasco y catalán, dando la razón al pesimismo de Ortega sobre el particular. En 2006, Zapatero negoció el Estatut con ERC, pero al final lo pactó con Artur Mas.

Veremos, en fin, quién acierta ahora, si Ortega -otra vez- o Azaña.

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