Tribuna

Manuel ruiz zamora

Filósofo

Una heroína de izquierdas

Una heroína de izquierdas Una heroína de izquierdas

Una heroína de izquierdas / rosell

Nunca en la historia de nuestra democracia un alto cargo cayó de forma tan heroica. Permítanme que cite su nombre para que quede constancia en los anales de las grandes gestas: se llama Concepción Pascual y hasta que fue cesada fulminantemente (aunque se haya presentado como dimisión, no hay que engañarse: todo crimen busca hacerse pasar por suicidio) ejercía de directora general de Trabajo en el Ministerio del mismo nombre. ¿Su delito? Haberse atrevido a adoptar una medida de izquierdas en un Gobierno que pretende hacerse pasar por tal. Puede que Concepción Pascual actuara simplemente por descuido, pero yo prefiero pensar en ella como en una funcionaria de convicciones progresistas que antepuso sus ideales de justicia social a la obligada pleitesía al devocionario feminista.

La directora general de Trabajo, para quien no lo sepa, se ha visto obligada a dimitir por el imperdonable pecado de haberse atrevido hacer lo que nadie ha hecho en 40 años de democracia: legalizar, vía BOE, un sindicato que vela por los derechos maltratados del honorable gremio de las prostitutas. Cuando digo honorable, lo digo sin un ápice de ironía: en mi opinión, dicho adjetivo es más digno de aplicación a la más humilde de las meretrices que, pongamos por caso, el President de la Generalitat de Cataluña, sea o no un fugado de la Justicia.

Resulta un verdadero misterio, que linda con lo psicoanalítico, esclarecer las razones por las que la predominante ideología de género se ha conjurado, no ya contra la prostitución como actividad, sino contra las propias trabajadoras del sexo. ¿Es que no son mujeres, acaso, la mayor parte de quienes se dedican a ese oficio? ¿Es que no lo hacen en unas condiciones de clandestinidad que incide en la posibilidad de explotación y abuso? Oigamos lo que nos dicen al respecto los editorialistas El País, oráculos indispensables en los dogmas revelados de lo políticamente correcto: " Legalizar un sindicato de prostitutas - afirma el órgano portavoz- significa reconocer de algún modo a la prostitución como actividad laboral, pero la venta del cuerpo no puede considerarse nunca un trabajo. La prostitución no es ahora una actividad ilegal, pero tampoco legal, y admitir que pueda haber una relación laboral implica dar cierta cobertura a una actividad que se nutre fundamentalmente de la explotación forzosa de las mujeres". Es difícil calibrar si hay en estas líneas un mayor grado de cinismo o de hipocresía.

¿Por qué extraña razón no puede considerarse la venta del cuerpo como un trabajo cuando es lo que, de una u otra forma, todos hacemos? ¿No es su cuerpo lo que vende una cajera de supermercado, una mujer de la limpieza, un picapedrero? ¿No es mi cuerpo lo que vendo yo mientras escribo este artículo? ¿O es que pretende decirnos el editorialista que es mucho más noble para el hombre vender su alma a cambio de un mísero sueldo? Más enjundioso es aun el segundo párrafo: en él se establece, por un lado, que la prostitución se nutre principalmente de la explotación forzosa de mujeres, lo cual es esencialmente falso, pero, atención, para solucionar el problema no se propone que sea el Estado el que, mediante regulación, pueda controlar los posibles excesos, sino, precisamente, que permanezca en un limbo de alegalidad, con lo que se sigue otorgando al proxeneta el poder absoluto sobre las condiciones de trabajo de las trabajadoras del sexo. Si esto puede considerarse feminismo es porque hemos perdido ya la facultad de los conceptos.

Nótese, por lo demás, hasta qué punto el incondicionalismo ideológico (valga la redundancia) puede hacer extraños compañeros de viaje: de la misma forma que los católicos, en virtud de una hipotética dignidad de la vida del feto, defienden que el aborto sea ilegal, aun a costa de la dignidad real de muchas mujeres que se verían abocadas a abortar en condiciones de clandestinidad y de riesgo, nuestros puritanos de izquierda, apelando a la no menos hipotética dignidad de la mujer, condenan de hecho a un colectivo de mujeres reales a trabajar en condiciones de abyección e indignidad. Tanto unos como otros se refugian en un ente de razón para evitar afrontar una realidad que desmiente la prístina pureza de sus desvelos.

Pero hay más: ¿han escuchado ustedes a algún representante de nuestros inefables sindicatos de clase emitir alguna nota de disconformidad por la cacicada sufrida por la directora general? ¿Han puesto el grito el cielo por la ilegalización de una organización que defiende lo que deberían estar defendiendo ellos? ¿Tienen ustedes noticias de alguna iniciativa planteada por los sindicatos oficiales para la protección laboral de las trabajadoras del sexo? Mucho me temo que, embarcados como están, en sus tareas de mamporreros entusiastas de la burguesía más reaccionaria y corrupta de España y en la defensa de los golpistas presos, se hayan olvidado por completo del propósito para el que nacieron. Y así estamos: esperando eternamente el Godot de una izquierda que sea capaz de mirar la realidad sin ver únicamente el cristal de sus anteojeras ideológicas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios