Tribuna

José María Pérez Jiménez

Inspector de Educación

'El hereje' y la educación

La lectura de 'El hereje', como la de cualquiera libro que se precie, se podría considerar hoy un acto revolucionario, ya que no se puede abordar desde el simplismo

'El hereje' y la educación 'El hereje' y la educación

'El hereje' y la educación / rosell

El acto íntimo y silencioso de desflorar un libro", es aquel al que se refiere Miguel Delibes en su conspicua novela El hereje, por la curiosidad que suscitaban las lecturas de los libros prohibidos, con las que accedía a las novedades luteranas Cipriano Salcedo, protagonista de esta lección magistral de la lengua castellana que supone este codicilo literario del autor vallisoletano, del que he podido disfrutar en este atrabiliario verano que encauza su recta final. Precisamente un acto íntimo y silencioso, el de la lectura, que junto con otros más o menos solitarios, según creo, son muy necesarios para la reflexión sesuda, el encuentro con el otro, aunque sea a través de la ficción, y la exploración de alternativas en el pensamiento, para prevenir la tendencia a la simplificación y el maximalismo. Por lo que no puedo estar más agradecido a mi amigo Pepe, por el regalo del libro y la incitación a su lectura. Precisamente, sobre la misma, se nos dice: "…ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseoso y honroso…", por la asociación que se producía, en la época, entre el cristiano viejo puro y aquel que no sabía leer, lo que impedía acceder a lo prohibido.

Durante la inmersión que he realizado en el Valladolid del siglo XVI, reinando Carlos V, a través de la vida del protagonista nacido en 1517, precisamente el año en el que Lutero fija las noventa y cinco tesis contra las indulgencias en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, no he podido evitar establecer concomitancias con la época actual. Al fin y al cabo, el libro trata, más allá de su desarrollo en un momento histórico, del "…tremendo misterio de la limitación humana." De la intransigencia sobre el pensamiento y las creencias de aquellos que supongan una amenaza para el orden establecido, aunque sea por unos pocos; del desgaire o la anulación de la capacidad de juicio; de la manipulación de los ignorantes, máxime si se conducen en masa; de la peligrosa facilidad para implantar la mentira; y, por último, aunque sin pretensión de agotar todo el arsenal de motivos por los que es recomendable la lectura de esta novela, de la profundidad y complejidad de un personaje, Cipriano: honesto, curioso, virtuoso y pecador, generoso, asustadizo aunque valiente en lo esencial, de manera que en la etapa final de su vida llega a compartir con aquellos que para él trabajaban, la mitad de sus bienes, contraviniendo una sentencia definitoria del modelo económico imperante: "La aspiración del pobre era comer la sopa boba y la del rico vivir de las rentas". Un personaje, en definitiva, que se afana en la búsqueda de la verdad a través de la cultura, ya que que como se afirma, ambas "para ser tales, deben ir unidas."

El hereje es un libro para disfrutar pero, no se engañen, de manera reposada, con paciencia, en soledad y en silencio, como ocurre con todas las grandes obras, con el diccionario a mano ya que, con frecuencia, nos pone ante nuestro desconocimiento de los recovecos de la lengua en la que diariamente nos comunicamos. Por tanto, nos invita a conocer mejor nuestro mundo y a nosotros mismos. La lectura del libro, como la de cualquiera que se precie, se podría considerar hoy, en cierto modo, un acto revolucionario, ya que no se puede abordar desde el simplismo, y quien caiga en él, estará abocado al abandono; no se puede realizar de forma apresurada puesto que nos perderíamos, no facilita respuestas inmediatas, en todo caso, las encontrará al final del libro, o tiempo después de la conclusión de su lectura. Pero eso sí, puede ser un antídoto contra muchos de los males que aquejan, de forma reiterada, al ser humano.

Precisamente, ahora que se acerca el inicio de un nuevo curso escolar, cualquiera que se dedique o tenga influencia en la educación de los menores, y no me refiero sólo a los profesionales de la docencia, deberían dedicar tiempo para propiciar actos como la lectura reposada y profunda, la escucha atenta de la música que forma parte del acervo contrastado de nuestra cultura, la visita bien preparada, e interpretada, al patrimonio de nuestros pueblos, ciudades y paisajes. Todos estos actos concienzudamente seleccionados y previamente preparados, huyendo de la falacia de la inmediatez, la rapidez y la acumulación exacerbada. Sirva el comentario a la lectura de El hereje, en fin, no sólo para su recomendación directa, sino como ejemplo en el que se plasman algunos de los principios a tener en cuenta para la educación de nuestros niños y jóvenes.

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