Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Médico

El delirio universal

El delirio universal El delirio universal

El delirio universal

Comunicadores y políticos del más diverso jaez extienden como plaga bíblica en los medios de comunicación y las redes interpretaciones sobre temas sociales -política, democracia, urbanismo…- con el noble fin de añadir su propia chispa a la comprensión del mundo.

Muchas de las ideas sobre la vida cotidiana se acercan a interpretaciones delirantes, lo que se vincula al carácter netamente subjetivo de nuestra visión del mundo. El delirio es un capítulo escasamente tratado fuera del ámbito médico. Apenas unos cuantos filósofos han aludido sin concreción a esta forma subliminal de locura. Spinoza sentó las bases -poco reconocidas en psicopatología- de su génesis como error imprescindible. Schopenhauer sostuvo que delirar sirve a la restauración de la continuidad del yo. Aunque el programa hermenéutico soslaya el psicologismo, se trata de una perspectiva que ofrece interesantes aportaciones a esa ansiada compresión del mundo.

Del latín delirare, salir de la lira, surco o marca (en agricultura). Desde la antigüedad latina se distingue delirare (desvariar en algún tema) de delirium (turbación mental de las enfermedades somáticas). El delirio es un error de interpretación, un dis-locar una formación mental (representación, interpretación o sentimiento) en un objeto del mundo exterior, otorgando rango de evidencia a lo que no es más que creencia. El delirante -a diferencia del creyente- elabora pruebas, pero pierde así la marca o surco (principio de realidad) que sirve para corregir.

De la complejidad humana es testigo de excepción la novela a partir del siglo XIX por la diversidad de vidas que muestra en cualquier ser corriente, diversidad de representaciones, de papeles y de yoes. Dostoievski dio muestra sublime de la complejidad de las relaciones de este sujeto con su prójimo.

No nos enfrentamos con la realidad bruta, sino con la interpretación que hacemos de ella. A la realidad que perciben los sentidos interponemos una franja de interpretaciones anticipadas lo suficientemente elásticas y borrosas -entre lo correcto e incorrecto y entre las más o menos delirantes- como para que, frente a la verdad de un pensamiento, emerja el gusano de la duda. Para preservar la seguridad en el cotidiano vivir, uno desea encontrarse con lo de siempre, y ante cada situación nueva acepta sólo la parte que se parece a la precedente. A la diversidad de acontecimientos que el mundo y los otros ofrecen, imponemos un pre-juicio antes de formarnos un juicio de ellos. Pronto adquirimos un modelo del mundo que puede ser modificado, pero rara vez sustituido. Cuando la parte de realidad que chirría con el modelo dado es amputada, el sujeto queda blindado frente a la angustia pascaliana que generan esas variaciones.

La filosofía no puede soslayar que ante preguntas como qué es la realidad y qué es el mundo cada hombre o mujer concreto responda inexorablemente desde su posición antropocéntrica: ve la realidad desde él (visión egocéntrica) y la ve a su manera (visión egotista), dos errores universales que distorsionan la realidad percibida. Pretender corregirlos en cualquier reflexión del hombre o del mundo es pretender huir de la propia sombra. Cada uno se instala en la realidad sin posibilidad de conocerla objetivamente, la ve y la piensa desde el lugar que ocupa en ella como sujeto singular y concreto. Toda visión de la realidad se dota de ese sesgo personal y subjetivo que, además, no puede ser contrastado con ningún surco o verdad sino con otros sesgos más o menos errados. Quizá no importe tanto la verdad, como saber que no se está en ella. Dicen que en la humildad se debilita la costra del ego.

La inseguridad de la visión subjetiva es superada sólo por el conocimiento científico, vía regia para reemplazar creencias por evidencias. En la epopeya cósmica somos un minúsculo brote de existencia. Seres físicos, biológicos, culturales y espirituales. La boca con la que hablamos como la mano con la que escribimos son órganos biológicos y culturales a la vez. Funciones primarias, como alimentarse o reproducirse, se vinculan a normas, valores, símbolos, mitos y ritos. La humanidad no se reduce a animalidad, pero sin ella tampoco hay humanidad. Llevamos en nuestra singularidad toda la humanidad, la vida, el cosmos, incluido su misterio yaciendo en las profundidades de nuestra naturaleza. Sin embargo, el saber científico influye poco en nuestra construcción del mundo. Nos movemos entre la necesidad de un conocimiento seguro de los otros y su imposibilidad, dada la pluralidad de cada sujeto humano y la versatilidad de sus propósitos. En la seguridad está el error. No dudar de la capacidad para conocernos y conocer a otros es el error. Y este se vuelve grotesco cuando se elaboran "pruebas" con las que uno se cree en posesión de la verdad.

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