Tribuna

PABLO GUTIÉRREZ ALVIZ

Una caterva de bellacos

Internet es un campo sin lindes, infinito. Don Quijote, que nunca se arredraba y sabía insultar, hubiera tildado a estos murmuradores de bellacos

Una caterva de bellacos Una caterva de bellacos

Una caterva de bellacos / rosell

La cuarentena del estado de Alarma y el posterior "tercer grado" de reclusión domiciliaria me han permitido completar la semana pasada otra relectura de "El Quijote", en concreto, la de la exquisita edición de 1833 a cargo de don Diego Clemencín. Este afamado académico marcó en su prólogo las líneas maestras que seguiría como comentarista: "… la verdad sincera y serena debe distribuir los elogios y las censuras…". Durante estos meses también he podido leer a otros comentaristas, muy anónimos, que se centran en los artículos de opinión de los periódicos digitales. Quizá la pandemia y el aburrimiento han convertido a algunos de estos apuntadores en más ignorantes y zafios porque no disienten con argumentos del texto en cuestión, solo ofenden y amenazan. En realidad, siguen la estela de ciertos líderes políticos extremistas que se mueven con gusto en las cloacas del improperio, y hasta se regodean con el escarnio del contrincante, lo que complace a los lectores más bajunos. El viejo insulto como nuevo derecho.

Curiosamente, el Caballero de la Triste Figura da el siguiente consejo a su escudero sobre las críticas que había recibido como gobernador de la Ínsula Barataria: "…no te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia y digan lo que dijeren, y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mismo que querer poner puertas al campo…". E internet es un campo sin lindes, infinito. Don Quijote, que nunca se arredraba y sabía insultar, hubiera tildado a estos murmuradores de bellacos.

El derecho de expresión y la libertad de opinión son fundamentales en toda sociedad democrática y así lo contempla nuestra vigente Constitución. La jurisprudencia admite, por supuesto, la crítica molesta e hiriente sobre un artículo o la conducta de una persona, y solo considera como insultos las expresiones vejatorias innecesarias para la emisión de la opinión. La tolerancia, el pluralismo y el espíritu de apertura exigen admitir las críticas por muy desabridas que pudieran parecer. Sin embargo, habría una intromisión al honor cuando las expresiones vejatorias supongan un objetivo descrédito de la persona criticada atendiendo las circunstancias en cada caso: el tono humorístico, mordaz o sarcástico, la notoriedad del personaje, el ánimo de injuriar, etc. En ocasiones podrían llegar a ser delitos de injurias o calumnias.

Algunos comentaristas de la prensa digital extreman el derecho de expresión y la libertad de opinión, y juegan además con una ventaja: el anonimato, que envalentona incluso a un buey (cabestro, en el argot taurino). Así, para colocar un apunte al pie de un artículo basta poner un "nick", una especie de particular apodo internauta. Antes, a efectos internos del periódico, sin verificación alguna, hay que consignar un nombre, apellidos, dirección postal y correo electrónico. Todo ello, de fácil impostura y con la garantía de que para acceder a la auténtica identidad del autor, poco menos que se requeriría un mandamiento judicial. O sea, un analfabeto funcional con nociones de informática podría inventarse una personalidad imaginaria, y cegado por sus frustraciones personales o políticas se despacharía contra el articulista de turno diciéndole todo lo que le viniera en gana: una descarga gratuita de bilis. En principio, no guardaría las correctas normas de uso del diario, pero conseguiría muchas veces saltarse los filtros de control de cortesía y vería publicada su "lindeza". Aseguran que la ocultación de la autoría facilita la libertad de opinión a todos los ciudadanos sin prejuicios culturales, aunque también permite el primario desahogo de cobardes patanes. Ya lo advirtió un clásico: "La cobardía es madre de la crueldad".

Los apuntes y los debates públicos siempre pueden ser enriquecedores pero los editores de la prensa digital deberían releer con esmero sus contenidos y proteger al desvalido articulista. Al parecer, los periódicos deportivos toleran con generosidad los agresivos comentarios porque llegan a crear polémicas entre sus lectores, suben su audiencia y les sirve para aumentar la publicidad.

Me temo que algunos comentaristas de los diarios digitales no participan del espíritu sereno del citado don Diego Clemencín. Cuando Sancho Panza calificó con cariño a Don Quijote como un tonto sin malicia pudo escuchar que, por contra, el Caballero del Bosque, según su propio escudero, era "más bellaco que tonto y que valiente". Hay una buena caterva de bellacos sueltos por internet, más rufianes que necios y especialmente cobardes.

En definitiva, un quijotesco alegato contra la red canalla.

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