Tribuna

Óscar Barroso Fernández

Profesor de Filosofía y Director del Centro Mediterráneo

La atención primaria y el Covid-19

Qué duda cabe que para un político es mucho más rentable la inauguración de un hospital que el arduo y silencioso trabajo de fortalecimiento de la Atención Primaria

La atención primaria y el Covid-19 La atención primaria y el Covid-19

La atención primaria y el Covid-19 / rosell

En los últimos dos meses, ha surgido una nueva imagen del héroe en el imaginario colectivo español: el de todas aquellas sanitarias que durante semanas, y a menudo de forma voluntaria, han atendido a los enfermos de Covid-19 en los hospitales. Aunque en muchos casos estas profesionales procedían de los servicios de Atención Primaria (AP), la imagen popularizada por los medios ha ocultado el importante papel que ha desempeñado la AP en el diagnóstico de casos, el control domiciliario, la atención telefónica, la información a las familias o el cuidado de los ancianos en las residencias. Incluso, el valor de la AP ha sido a menudo velado de forma intencional, como en el caso de la Comunidad de Madrid, donde se cerraron centros de salud para enviar a las profesionales a hospitales de campaña; quizás, con la intención de deshacerse definitivamente de ellos. Por fortuna, esto no será posible por ahora, ya que el Gobierno central ha caído en la cuenta de la labor imprescindible que ha de desempeñar la AP a partir de la retirada de las medidas de confinamiento.

Efectivamente, se quiere hacer depender de la AP la vigilancia de posibles repuntes, la realización de pruebas diagnósticas, el acceso de la población a los tratamientos e, incluso, las labores de información y educación. Pero la cuestión es si tras décadas de maltrato por parte de los gestores públicos, y más allá del incuestionable valor de sus recursos humanos, la AP está en condiciones de cumplir esta función.

Son varias las tendencias que nos obligan a plantear esta duda.

En primer lugar, podemos hacer referencia a la paulatina transformación de la sociedad a la que se aplican las políticas sanitarias, en un aglomerado de clientes-consumidores, fuertemente influenciados por unos intereses, los de la industria sanitaria, que fomentan una medicalización irracional y un uso irresponsable de los recursos sanitarios, al mismo tiempo que hacen invisibles los valores de la AP.

La segunda tendencia es el hospitalocentrismo, en parte ocasionado por la concepción consumista de la sanidad. Qué duda cabe que para un gestor político es mucho más rentable electoralmente la apertura de un nuevo hospital que el arduo y silencioso trabajo de fortalecimiento de la AP. Pero, además, en el proceso de privatización de la sanidad, los centros de salud constituyen un obstáculo a superar.

En tercer lugar, hay que mencionar el gerencialismo: la aplicación de los modelos de gestión de las empresas privadas a los servicios públicos que, bajo la apariencia de neutralidad ideológica y eficacia científica, hacen gala de una supuesta optimización de recursos. El gerencialismo elabora complejos sistemas de evaluación de la calidad con el único objetivo de confirmar el éxito de sus propias consignas economicistas. En lo que se refiere al sistema de salud pública, deja fuera el componente humanista, tan importante en la AP, desatendiendo la ética profesional o a la proximidad al paciente y su circunstancia vital. El gerencialismo da lugar a un sistema jerarquizado e incontestable de gestión, somete a la profesional a una burocracia inútil que sospecha continuamente de ella y le obliga a mostrar una adhesión incondicional.

Por último, es obvio que en la AP las mujeres son mayoría. La historia nos demuestra que la feminización del trabajo facilita su devaluación: la imagen cultural de la mujer, habituada por el patriarcado a soportar las cargas sin levantar la voz, parece facilitar la labor. En consecuencia, las condiciones laborales de las profesionales de la AP son cada vez más paupérrimas.

En esta situación, sobra decir que si la AP ha resistido hasta hoy no ha sido gracias a nuestros gestores y políticos, sino a miles de especialistas que durante décadas se han entregado con vocación y entusiasmo a una profesión cada vez más devaluada. Pero esta vocación y este entusiasmo no son infinitos, lo que explica que en los últimos años los centros de salud se hayan resentido gravemente en el único recurso que los mantenía en pie: el humano.

Si queremos una AP de calidad, con capacidad para responder a los desafíos del Covid-19, no es suficiente con aplaudir durante unas semanas el heroísmo de sus profesionales. Debemos defender, como ciudadanos responsables, su fortalecimiento, exigiendo a los dirigentes políticos una adecuada dotación presupuestaria y una modificación de los sistemas de gestión que los haga más horizontales y sensibles a las demandas y sugerencias de nuestras médicas y enfermeras.

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