Como por generación espontánea, en las ciudades españolas de hace un siglo empezaron a surgir aquí y allá muestras de la nueva arquitectura funcional, racionalista, expresionista e incluso a su manera, futurista que había aparecido en Europa. A partir de 1925, la joven generación de arquitectos que dejaba la Universidad en coincidencia con otros profesionales, convirtió un espacio urbano carente de novedades más allá del eclecticismo y del neomudejar, en una sala de exposiciones de las nuevas tendencias. Estos arquitectos del 27, aunque Cernuda prefiera aludir a la Generación del 25, fueron también los introductores de las vanguardias en lo suyo, al igual que los ultraístas trajeron los ismos literarios. Unas aportaciones que no siempre fueron bien acogidas por el gusto mesocrático reinante, como revela la polémica originada por la zaragozana Casa de Goya, de Fernando García Mercadal. Esta condición de propagadores, de heraldos de lo Nuevo que diría Giménez Caballero, dota a los jóvenes arquitectos que surgieron en España 1925 de una importancia y de un interés superior al que pudiera tener en otras épocas y en otros lugares.
Estamos hablando de un grupo de profesionales que han dejado obras por diferentes ciudades, española, como el pionero y moderno Fernando García Mercadal, los rigurosos y funcionales Luis Lacasa, Manuel Sánchez Arcas, Martin Domínguez, el audaz Casto Fernández Shaw, el equipo de racionalistas Rafael Bergamín, Carlos Arniches, Secundino Zuazo, el brillante e inquieto Luis Gutiérrez Soto, el malogrado Rafael Aizpurúa… Todos ellos y otros más que siguieron su estela, acercaron el lenguaje de las vanguardias a la calle con esa exposición permanente que es la arquitectura. A esta generación arquitectónica del 25 se añadieron poco después otros jóvenes profesionales, algunos de los cuales se agruparon en el GATEPAC, ya más cercanos a los nuevos lenguajes de vanguardia, y más proclives a su empleo sin limitaciones.
El proceso de crecimiento y modernización de las ciudades españolas el pasado siglo desataba opiniones y sentimientos contrapuestos, al tiempo que oportunidades para la creación de edificios con los nuevos lenguajes arquitectónicos. No desaprovecharon la ocasión los arquitectos de la Generación del 25 y, más adelante, los del GATEPAC para aplicar las novedades en la medida de las posibilidades que les ofrecía una demanda privada y una iniciativa pública no muy comprensiva con las innovaciones y que, desde 1930, estuvo marcada por los efectos de una intensa crisis económica. A pesar de las dificultades, el resultado de la labor de estos profesionales fue la aparición de una serie de edificios construidos con soluciones y elementos de algunos de los estilos de vanguardia, a veces un eclecticismo de lo Nuevo, que consiguen incorporar al paisaje urbano español muestras de la Nueva Arquitectura que completan la función renovadora llevada a cabo por la literatura y el arte. Unas obras de las que quizás el madrileño Edificio Carrión, el Capitol, obra de Martínez Feduchi y Vicente Eced, sea el faro de la modernidad.
No fue Sevilla plaza fácil para lo Nuevo, especialmente en la arquitectura, aunque haya en la ciudad ejemplos de racionalismo destacable como la Casa Duclós, la única de Josep Lluís Sert en Andalucía, o como la obra de los jóvenes Gabriel Lupiáñez, autor de la llamada “Cabo Persianas”, Rafael Arévalo o José Galnares, por citar solo algunos arquitectos de la nómina citada por Juan Manuel Bonet. Para muchos de los arquitectos del 25, abocados al exilio exterior o interior, y sobre todo para sus obras los efectos de la Guerra Civil fueron malos, pero peores han sido los de la paz, pues en la segunda mitad del siglo XX muchos de los edificios anteriores a 1936 han desaparecido, y otros, a fuer de desvirtuados, se han convertido en obras casi desconocidas, incluso para quienes los construyeron. Esperemos que se salve lo que queda