Tribuna

rafael zornoza

Obispo de Cádiz

El amor pasea por nuestras calles

La verdad que Dios revela sobre cómo es Él nos revela quienes somos nosotros. El auténtico descubrimiento de la razón es entrar en la experiencia de su manifestación

El amor pasea por nuestras calles El amor pasea por nuestras calles

El amor pasea por nuestras calles / rosell

Y ahora, hombre, huye por un momento de tus ocupaciones, despréndete un poco de tus pensamientos turbulentos. Ahora, desecha tus agobiantes preocupaciones, pospón tus fatigosas actividades. Entrégate algo a Dios, y descansa algo en él. Entra en el refugio de tu espíritu, excluye todo excepto a Dios y lo que te ayude a buscarlo, y, cerrada la puerta, búscalo". Así comienza san Anselmo su libro "Proslogion" acerca de la búsqueda de Dios, que hoy es tan actual, pues ¿quién de nosotros no tiene necesidad de parar y preguntarse por lo fundamental? Y, ¿quién, si es sincero, no reconoce que entonces afloran las viejas preguntas acerca del sentido de la vida y de la muerte, del dolor y del amor, de Dios o de la nada? Preguntas que ya son compañeras del camino de la vida, viejas amigas o enemigas según aceptemos su reto o huyamos de él.

Estamos en los días santos en que los cristianos volvemos nuestra mirada hacia el Rostro de Cristo en tantas imágenes y pasos. De alguna manera, estos días, Dios ocupa nuestras calles, le vemos, le aclamamos, le suplicamos, nos dolemos de nuestra ingratitud, testimoniamos nuestro amor por Él. La nave de la Iglesia atraviesa firme la historia en medio de las tempestades del mundo, porque Cristo lleva el timón, y podemos decir llenos de asombro como aquellos israelitas: "¿qué nación hay tan grande que tenga un dios tan cerca de ella como estás Tú en medio de tu pueblo?". Sí, Dios está cerca de nosotros, pero no podemos olvidar que la Revelación está llena de misterio. Es verdad que, con toda su vida, Jesús revela el rostro del Padre y que ha venido para explicar los secretos de Dios. Pero el conocimiento que nosotros tenemos de ese rostro se caracteriza por el aspecto fragmentario y por el límite de nuestro entendimiento. Sólo la Fe permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente.

La verdad que Dios revela sobre cómo es Él nos revela quienes somos nosotros. Pero esta verdad ofrecida al hombre se inserta en el horizonte de la comunicación interpersonal e impulsa a la razón a abrirse a la misma y a acoger su sentido profundo. El auténtico descubrimiento de la razón es entrar en la experiencia de su manifestación. Esto es lo que sucede en la liturgia celebrada en la Semana Santa y vivida en el Espíritu de Dios. En ella, en los sagrados misterios el Cristo representado en las imágenes toma vida y cuerpo y sigue hoy sanando, perdonando, llenando de vida. Pero es necesario entrar en este misterio con la sabiduría de la humildad, aquella que como decía Chesterton pide quitarse el sombrero -no la cabeza- al entrar en la Iglesia. Tengamos en cuenta que nuestros meros sentimientos de piedad sin la vida consecuente, los sacramentos de la Iglesia y la coherencia de los mandamientos para vivir en la razón de Dios no permanecerán, pues como advierte el Señor: No el que me dice "Señor, Señor" entrará en el Reino de los cielos sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

En estos días revivimos la pasión y la muerte de Jesús. La prueba más difícil para cualquiera de nosotros es aceptar la dureza del dolor y la muerte, y ante esto, Cristo nos enseña a superarlos con amor. Dios nos dice que nos ama y que, para salvarnos del fracaso de la vida, muere voluntariamente por amor. La cruz, por eso, es el mayor consuelo para los enfermos, los moribundos, los oprimidos... Nos repele -¡claro que sí!- porque vemos en ella una condena; pero desde ahora también es el signo del perdón, de la misericordia de Dios y la llave del cielo. Con Jesús crucificado vence el amor, vence Dios, que es más fuerte que la muerte. Quien vive aquí con Jesús y ama con El, también resucitará con El. El temor a la muerte ha quedado superado. El crucificado no excluye a nadie. Al contrario, abraza a todos, ama a todos, quiere salvar a todos, especialmente a los más pecadores, a los más apartados de Dios. Nadie puede temer a un Dios con los brazos abiertos y clavado en una cruz.

Dejémonos seducir por la nostalgia de nuestro corazón, que echa de menos al Dios querido y olvidado. Volvamos a Él en estos días pero hagámoslo de verdad, toto corde, de todo corazón, con toda la vida y Él volverá nosotros, hará brillar su Rostro sobre nosotros dándonos la plenitud de la vida, y nos concederá la paz. Esa paz que sólo Él puede dar, fruto de su gloriosa resurrección. Así lo ha recordado con toda su fuerza el Papa Francisco a los jóvenes: "¡Cristo Vive!"

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios