Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Retrato del progre adolescente

No hay que confundir la progresía con la fenecida izquierda, cuyo lugar ocupa hoy en España. El progre no es anterior a 1968, revuelta juvenil de niños ricos que se aburrían

Retrato del progre adolescente Retrato del progre adolescente

Retrato del progre adolescente / rosell

Nada más tonto que un niño en la edad del pavo; nada tan patético como un progre viejo. Pero no utilizo aquí los conceptos de "niño", "adolescente" y "viejo" en relación con años vividos sino como mentalidad, concepción del mundo, comportamiento y madurez que se tienen o no se tienen al margen de la edad. Así, el setentón puede ser un progre si en lugar de madurar con la experiencia quedó anclado en el pensamiento propio de un bachiller. ¿Se puede retratar esa figura más bien ridícula? Se puede retratar y matizar.

Su primer rasgo de carácter es verse a sí mismo como un anciano hombre de izquierda con la superioridad moral e intelectual que por definición le corresponde al ser de izquierdas. Se trata de una personalidad devota y cuasi religiosa si no alardeara de un ateismo militante y por ello de un puritanismo censor sobre obras y gestos que choquen con los dogmas de su laica devoción; dogmas que por cierto no aparecen para nada entre los padres históricos de la izquierda, empezando por don Carlos Marx y acabando con Besteiro: cambio climático del que el hombre es el culpable según nos profetiza para anteayer mister Al Gore; ideología de género ( "Queremos una justicia femenina", se ha dicho este verano desde el Gobierno de España), corrección política,"cuotas" étnicas obligatorias, buenismo…

¡Ah, el buenismo! El buenista, no hay progre que no lo sea, es alguien que no cree en el pecado original. Entiéndase, no hablo de teología, ni del Paraíso, ni del árbol, ni de la serpiente astuta, ni de Adán y Eva, sino de alguien convencido de que el hombre es bueno por naturaleza y su aparente maldad se cura "sólo con mucho amor"; nada, pues, de prisión permanente revisable, nada de encarcelar a los okupas que ya se han convertido en una plaga y hacen burlas del Estado de Derecho, nada de concertinas en los muros de Ceuta y Melilla, ¡Qué entren todos! Nada de mantener la igualdad legal de hombre y mujeres (la palabra femenina vale ante el juez siempre más que la del macho). ¿Entendería algo de todo esto don Indalecio Prieto tan contrario, por ejemplo, a la presencia de mujeres en política?

Sin embargo, no cabe simplificar acerca de la ingenuidad y la inmadurez infantil del progre viejo, pues ese inmaduro anciano puede ser también un excelente profesional, un estupendo cirujano, un prestigioso arquitecto y hasta un Premio Nobel de la Paz. La contradicción es sólo aparente, la de los niños prodigios: el niño de catorce años que es un maestro mundial del ajedrez, imbatible sobre el tablero pero un zangolotino insoportable que convierte en un calvario la vida de sus padres; o el pianista quinceañero aplaudido en las grandes salas de conciertos que sigue teniendo una extravagante visión de la sociedad. Aparentes contradicciones que explican cómo el bueno de Gabilondo, catedrático de metafísica, pudo ser engañado y humillado por Pedro Sánchez cuando las últimas elecciones regionales de Madrid.

Hay que tener cuidado en no confundir progresía con la fenecida izquierda, cuyo lugar ocupa hoy en España. El progre no es anterior a 1968, revuelta juvenil de niños ricos que se aburrían. Una cosa es la altura intelectual de Gramsci y otra la mediocridad epigonal de Herbert Marcuse; una fue la izquierda desde Lenin a Willy Brandt y otra el periodismo, las tricoteuses rabiosas o los escritores y cineastas de la costa Este de Estados Unidos. Igual que no es posible confundir el doloroso silencio, e incluso la mentira, del hombre de Estado y su "ética de la responsabilidad" con el político caradura carente de cualquier ética que miente con el desparpajo con el que miente el quinceañero cogido en falta.

En España y en buena parte de Europa al sustituir el progrerío a lo que podemos llamar el progresismo clásico e ilustrado, y lograr imponer su inmadurez como pensamiento oficial obligatorio, se produjo un a modo de infantilización del imaginario colectivo. Hace más de un siglo (1912) Paul Valéry fue capaz de verlo venir en uno de sus textos más brillantes: "La dificultad de entender está prohibida. Lo que exige largos preparativos, un cuidado prolongado, una memoria exacta, se vuelve imposible. Una palabra que se escapa puede matar a un hombre de categoría". Es la sociedad lúdica del niñateo unida a la severidad del puritanismo censor. Y así es cómo al final el retrato del progre adulto o ya viejo coincide línea por línea con el del adolescente fantasioso y contradictorio, tonto por naturaleza.

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