Tribuna

Antonio rivero taravillo

Escritor

Recuerdo de Carlos Fuentes

Tomo del estante un ejemplar y leo: "Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo"

Recuerdo de Carlos Fuentes Recuerdo de Carlos Fuentes

Recuerdo de Carlos Fuentes / rosell

Se han cumplido en 2022 diez años de la muerte de Carlos Fuentes, el gran escritor mexicano. Yo lo conocí en 2006 cuando vino a promocionar su libro de relatos Todas las familias felices.

Era septiembre y vestía con lo que desde entonces llamo el "uniforme Carlos Fuentes" cuando me atavío igual: camisa blanca y pantalón beige. En países caribeños, la camisa puede sustituirse por una guayabera. Es combinación tan elegante como informal que no precisa de chaqueta y que cumple con las exigencias de ir arreglado y de combatir el clima del trópico, poco amigo de ropas oscuras. Hasta ahí llega la emulación, porque huelga decir que carezco de la apostura que a él lo caracterizó, subrayada por el acento mexicano llevado por muchos otros países (en aquel tiempo pasaba largas temporadas en Londres, como hacía Mario Vargas Llosa).

Se alojaba Fuentes en el sevillano hotel Alfonso XIII. En la misma calle se encontraba el restaurante Oriza, donde comimos después de que presentara a la prensa el libro. Oriza ya no existe. Tras atravesar varias etapas de decadencia, hoy su local lo ocupa una cadena de nombre anodino, pero en tiempos fue uno de los mejores restaurantes de la ciudad. La imponente cristalera colindante con la muralla del Alcázar era uno de los atractivos del espacioso salón en el que bastaba la luz natural.

Los comensales éramos la jefa de prensa de la editorial, Fernando Iwasaki y yo, además de Silvia Lemus, segunda esposa de Fuentes, mujer rubia y bellísima que a la edad de la jubilación resultaba mucho más atractiva que la mayoría de veinteañeras. Elegantes ella y él, la conversación fluyó con la misma naturalidad que la luz por aquella vidriera calidoscópica con trozos de cristal verde o anaranjado. A Fuentes daba gloria oírlo y, sin ser capaz ahora de recordar por qué derroteros fue la charla, era más seductivo el tono que el contenido. Yo aún no había viajado a México y no me había acostumbrado todavía a su música oral, acendrada más si cabe en alguien que reunía las prendas de galán que lo convertían en latin lover de película, bigote incluido.

A los Fuentes se les veía ya repuestos de la pérdida que los había asomado a los periódicos por razones extraliterarias. Sin haber cumplido los treinta, su hija Natasha había muerto un año antes en uno de los barrios más sórdidos de la Ciudad de México: Tepito. Un lustro antes había fallecido el otro hijo del matrimonio en circunstancias también turbias pero en un lugar mucho más agradable: Puerto Vallarta. Al igual que en la fiesta que Fuentes dio con su primera esposa la actriz Rita Macedo para presentar a sus amistades la casa que compartieron, sarao en el que se dejaron ver no solo escritores como García Márquez y personajes de la farándula mexicana, sino hasta Jim Morrison, en el velatorio de Natasha fueron muchos los que arroparon a Fuentes y Lemus. Lo cuenta Gonzalo Celorio en uno de los textos más emotivos que componen Mentideros de la memoria.

Tomo del estante el ejemplar que Fuentes me dedicó y leo una cita de la contracubierta: "Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo". Muy donjuán, tuvo bastantes affaires, y tres de sus amantes se suicidaron. Una de las que se quitó la vida fue Jean Seberg años después de su relación con él, sin que quepa atribuir a esta la decisión por más que la novela que él le dedicó, Diana, no ofrezca de ella un retrato favorable.

Las angustias que tuviera Fuentes, los posibles remordimientos, tal vez necesitaran terapia, pero él las canalizó de otra manera. Lo cuenta Elena Poniatowska en El amante polaco: "En su casa de la calle de Galeana, en San Ángel, me enseña su Remington y presume su índice derecho torcido de tanto teclear: 'Este es mi psicoanálisis, Poni, aquí me vacío todas las mañanas'".

Todas las familias felices intercala entre los cuentos los que Fuentes llama "coros", pasajes en versículos que recuerdan el carácter híbrido de otras obras suyas, como su novela estrella de 1958 La región más transparente, con ecos declarados de Joyce, Faulkner o Dos Passos, pues una obra literaria no consiste solo en lo narrado, también en los recursos que despliega su escritor.

A Fuentes ya no lo volví a ver después de retirarse a la siesta. Cuando a finales de noviembre volé a Guadalajara para la Feria Internacional del Libro, no lo encontré. No fue hasta un segundo viaje al país cuando pisé la Ciudad de México. En su caos entendí mejor La región más transparente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios